Esta zona montañosa constituye el límite sur de la cordillera Cantábrica extendiéndose hacia el oeste hasta delimitar con los montes de León y su geografía está recorrida por pequeñas carreteras que nos llevan a sus diferentes pueblos, en algunos de los cuales terminan, dándonos la opción de seguir avanzando solamente a través de hermosas rutas de senderismo. Dotados cada uno de su propio encanto en ellos podemos encontrarnos casonas solariegas, molinos, ermitas, fortificaciones, que junto a las romerías, ferias y fiestas que se siguen celebrando nos hablan del gran valor cultural y etnográfico de la zona, garante todavía de una importante «cultura pastoril», que junto a su gastronomía, y esa numerosas rutas de senderismo a las que hemos aludido hacen de Omaña un destino ideal para cualquier época del año, incluso las más duras, accediendo a ella desde puntos de la provincia, ya sea desde la vecina comarca de Laciana, provenientes del Bierzo, de la Cepeda o desde el propio León a través de La Magdalena; cada uno de ellos mostrándonos una perspectiva diferente. Yo lo he hecho, y nunca deja de sorprenderme. Dicen que sus límites no están muy claros y que hay quien defiende que Omaña termina en La Peñona de la Utrera y que el ayuntamiento de Las Omañas, a pesar del nombre y de que comparte con el resto de pueblos la cuenca del río, ya no forma parte de la comarca. En toda la provincia se dan casos de pueblos en los que no queda muy claro si forman parte de una o de otra limítrofe. En cualquier caso, nuestra protagonista de hoy tiene una primera propuesta que hacernos para invitarnos a conocer la zona. Y a partir de ahí, estoy segura de que les quedarán ganas de más. Incluso tal vez, ¿por qué no?, de realizar el Camino Olvidado que atraviesa en dirección a Santiago de Compostela, uno de las tantas rutas de peregrinaje que en su momento existieron y que nos dará una nueva perspectiva de un paisaje y unas gentes singulares. O de acudir a la Peña de la Fortuna en el término de Trascastro de Luna, en la que desde hace algunos años se vienen haciendo encuentros poéticos a la sombra de la antiquísima leyenda que rodea la misma y en la que yo misma tuve la suerte de participar hace algún tiempo. Omañesa por encima de todoMargarita Álvarez Rodríguez es una de esas leonesas cuyas circunstancias personales la llevaron lejos de su tierra, una tierra profundamente amada que siempre ha llevado en su corazón y en su mente (por no decir que también en su hacer diario) y a la que acudía (ahora aún más) siempre que podía. Nacida en Paladín (León), se licenció en Filología Románica por la Universidad de Oviedo para, durante cuarenta años, ejercer como profesora de Lengua y Literatura en Madrid, lugar del que también hizo su casa (no en vano lleva allí la mayor parte de su trayectoria vital) pero siempre con lo leonés en su vida y en sus afectos, tanto que continuamente se sorprende usando esas palabras tan leonesas como «prestar» (gustar), «aguantar» (darse prisa), «forroñoso» (oxidado)..., o formas gramaticales del leonés, que durante su etapa docente le obligaban a repetir ante su alumnado aquello de «como dicen en mi pueblo».Autora de cuentos infantiles como ‘Buscando la sonrisa de las nubes’ (2014) y ‘Abriendo ventanas al cielo’ (2019), también escribe minirrelatos (algunos publicados en antologías colectivas y/o en su blog) y poesía, ha prologado y reseñado obras de otros autores, y redactado los guiones y puesto en escena muchos recitales poéticos; pero su mayor dedicación tiene que ver con los temas relacionados con la lengua y la cultura tradicional, en torno a los cuales ha pronunciado varias conferencias y dedicándose, sobre todo a partir de su jubilación, a escribir de forma más asidua textos relacionados con la sociolingüística, que publica periódicamente en su blog ‘De la palabra al pensamiento’ (www.larecolusademar.com), (también en otros medios, escritos y digitales, a veces con amplia difusión en las redes sociales), artículos en los que refleja las peculiaridades de la lengua coloquial, en un tono ameno y con finalidad divulgativa y que, de alguna forma, han constituido el germen de su obra ‘Palabras hilvanadas, el lenguaje del menosprecio’ (Ed. del Lobo Sapiens, 2021) , una obra de divulgación sociolingüística, que actualmente sigue promocionando.
Volviendo a la implicación con esa tierra amada, que es Omaña, diremos que la misma ha desembocado –entre otras cosas– en que, en el año 2013, el Instituto de Estudios Omañeses, la galardonase con el título de ‘Omañesa del año’, precisamente por sus trabajos sobre el habla de Omaña (tanto por sus artículos sobre la misma como por la publicación de su libro ‘El habla tradicional de la Omaña Baja’ (2010. Ediciones Lobo Sapiens), un estudio filológico sobre el habla dicha comarca); o en que –hace tres años, por iniciativa de un grupo de omañeses– se la invitase a crear la letra del ‘Himno a Omaña’. Pero, además de al lenguaje, también ha prestado atención, tanto en sus artículos como en otros textos de carácter más literario como la poesía, pequeños relatos,..., al paisanaje leonés, a esa impronta que sus gentes dejan (y por extensión, al paisanaje de la montaña leonesa, reconoce ella misma), reivindicándolo a través del uso de expresiones leonesas, que –confiesa- le llegan continuamente a la mente, aún sin pretenderlo; y al paisaje al que tan manifiestamente está apegada. Y fruto de todo ello ya nos anuncia un próximo libro sobre Omaña, ahora mismo en fase ya de corrección, que «se moverá entre lo sociolingüístico y lo literario».
Todo ello, sin duda, es indicativo claro de lo cerca que siempre ha estado «de la tierrina, afectiva y culturalmente». Actualmente es, además, vocal de cultura de la Casa de León en Madrid, desde donde sigue con su activismo en torno a la presencia de la cultura leonesa, también en la capital. Y por eso a ella, a la que durante esta época estival podemos encontrar a menudo en su casa de Omaña o recorriendo los paisajes que conforman esta espectacular comarca, le hemos pedido que nos hiciera una propuesta para acercarnos a una tierra donde el paisaje del agua es el protagonista absoluto. Suyas son las siguientes palabras.
Bajo la mirada de Margarita Álvarez
«De forma recurrente vuelvo a sentir cerca ese río que ha marcado mi vida: su sonido, su transparencia, sus reflejos, su movimiento… No puedo imaginar otro lugar de nacimiento que no sea un pueblo con río… El río conocido, el río vivido, el río querido: el río Omaña, eje vertebrador de la comarca del mismo nombre.En su fluir por el valle ‘Grande’, desde los pies del monte Tambarón, en Montrondo, el río se deja abrazar por hermosos y antiguos puentes de piedra, por puentes de madera o de hormigón, por puentes colgantes… Y sirve de espejo a una vegetación cambiante, según la altura: abedules, robles, alisos, fresnos, chopos… Siguiendo sus pasos, observamos cómo surcan la geografía omañesa, a modo de cicatrices, por los que corren ríos generosos y danzan aguas de cascadas cantarinas, que él acoge en su seno. Podemos adentrarnos también en los valles laterales (valle Gordo, valle Chico…) o subir a sus cuetos y lombas para disfrutar de la belleza del paisaje y de la buena acogida del paisanaje. Esas aguas abundantes dieron nombre a la comarca de Omaña: aqua mania. Nombres de agua son también Omañón y La Omañuela, pueblos bañados por el río.
Y es que un río es algo más que unas aguas que corren, que pasan, que huyen… Es el reflejo de la vida y las vivencias de muchas generaciones. Al río Omaña dirigían ya sus miradas los pueblos astures y el pueblo romano buscando la fertilidad de la tierra y el oro de sus aguas. Río de piedras, de presas, de molinos… Un río especial, porque no muere en su desembocadura, sino que se hermana con el río Luna para formar el Órbigo, ese antiguo Urbicum (también alusivo a agua).
Tanto desde las aguas bulliciosas de la Omaña Alta como desde las reposadas del curso bajo, de Montrondo a La Utrera, Omaña nos regala un mundo de magia y belleza, de historia y leyenda, que es un auténtico paraíso natural. Es como un joyero lleno de piedras preciosas que invitan al visitante a abrirlo y a contemplarlo con deleite. Esmeraldas son sus verdes praderas; brillantes, sus aguas; turquesas, sus cielos; perlas, sus nubes; amatistas, sus primaveras; oro, sus otoños; plata, sus peñas…
En Omaña, Reserva Mundial de la Biosfera y zona SIPAM de la FAO, el visitante solo tiene que saber dirigir la mirada. La belleza la tiene siempre delante».