Me encuentro con Penteriani en Barrios de Luna para hablar de los recientes ataques de osos que han sucedido en Laciana. Me lleva en su Land Rover hasta la parte asturiana. Me ha dicho que traiga botas de agua. En cinco segundos tengo barro hasta la cintura. «Por aquí salgo a hacer esperas de osos», me explica. ¿Y cuánto tiempo puede durar una espera? «Muchas horas. El mejor momento es justo antes de que caiga el sol». Caminamos chapoteando en el barro. Se escucha el graznido de un ave rapaz.
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Pero, ¿cómo se encuentra ese «algo» ahí fuera? Con paciencia infinita. La paciencia debe de ser una de las cualidades básicas que se le presuponen a un biólogo. Penteriani, aficionado a la pesca con mosca, es capaz de pasarse horas sentado en una piedra esperando a que una trucha empiece a cebarse, hasta el punto de que las nutrias pasan a su lado sin inmutarse. Me lo cuenta entre risas. También es fotógrafo de naturaleza, otra actividad que requiere de una concentración y una paciencia casi zen. Digamos que un biólogo como él va a contracorriente del mundo de hoy: la sociedad avanza a toda máquina y él se sienta a esperar y a observar.
–Usted ha vivido en varios países donde había osos como Finlandia, ¿cuál cree que es la diferencia fundamental en el tratamiento que se hace del oso en España con respecto a otros países?
–Cada país tiene sus normas hacia los osos, generalmente determinadas por el tamaño de la población residente. En Italia, donde empecé a trabajar con el oso pardo, y en España se trata de pequeñas poblaciones muy amenazadas, así que las Administraciones locales tienden a invertir muchos esfuerzos en su protección y manejo. En Finlandia la población de osos pardos se estima alrededor de 2 000 individuos y la cercanía a Rusia hace que haya frecuentes entradas de individuos desde allí. Por lo tanto, el oso pardo es considerado especie cinegética y es cazado. Yo diría que en nuestro país hay bastante respeto hacia esta especie.
–¿Cómo tratan los medios la información sobre el oso?
–La convivencia entre osos y personas en la Cordillera es buena. Pero la forma en la que muchos periodistas tratan el tema solo sirve para envenenarla. Hace dos años publicamos un artículo en la revista científica ‘BioScience’ donde analizábamos cómo la prensa presentaba los ataques de grandes carnívoros en todo el mundo Y se hizo evidente que cuanta más violencia contenía el texto y las imágenes, más éxito tenía. La mitad de los artículos analizados de ataques de grandes carnívoros en los últimos 10 años tenían un enfoque alarmista y sensacionalista. Eso no ayuda a entender al oso. Aquí en los medios se usan frases como «lo que salvó a la persona fue que el animal descargó toda su ira contra los raíles». Asociar la imagen de la ira al oso es un antropomorfismo absurdo. No hay ira en esa osa, es una hembra defendiendo a su cría. O decir que los «osos tienen cada vez menos miedo al contacto con las personas y esto va a terminar en una desgracia». Son informaciones subjetivas que crean aprehensión, miedo y alarma.
–¿Cuál es el mayor peligro del oso ahora mismo en la Cordillera?
–El hombre. El esfuerzo de las Administraciones en estas últimas décadas, así como de los guardas, ha reducido muchísimo el furtivismo y la persecución, que son los factores que más han contribuido al declive de la especie en el pasado, pero la mortalidad debida al hombre y a sus actividades parece seguir relativamente alta en la subpoblación oriental.
–¿Tiene relación con los habitantes de las zonas donde se encuentra el oso? ¿Qué opinan de su trabajo?
–En general la gente de los pueblos de la Cordillera se muestra muy interesada con el trabajo que hacemos, y a menudo me cuentan historias de osos. Diría que la mayoría de las personas que conviven a diario con el oso está intrigada por nuestra labor. También hay otros, una minoría, que están más pendiente de las colmenas rotas, de los destrozos de sus cerezos o de un ataque a un caballo o una vaca. Pero esto es comprensible, cuando se vive en el campo la relación con el oso es más directa y no siempre positiva. En este sentido los guardas de la Patrulla Oso hacen cada año un trabajo inmenso y extraordinario para recopilar ‘in situ’ información sobre los daños provocados por el oso y que las Administraciones paguen cuanto antes estos daños. Una mayor agilidad en los pagos ayudaría mucho a una mejor convivencia entre el mundo rural y el oso.
Penteriani me cuenta que uno de sus mitos en la infancia era Félix Rodríguez de la Fuente, que su abuelo le regalaba sus libros y sus videos, porque en Italia era muy conocido. Él es una especie de Félix de los osos, pero más silencioso. Y más tecnológico. Va con su portátil para recoger las tarjetas de memoria de las cámaras trampa que han ocultado en el bosque. Me muestra, emocionado, un video: un oso se pone de pie y frota la espalda contra un árbol. Después titubea, como si percibiera algo extraño, y con la zarpa destapa un trozo de corteza. Parece tan humano ese comportamiento, digo. «Es su forma de comunicarse, marcar los árboles con su olor y con señales visuales», me explica casi entre susurros el biólogo. Pienso, fascinada, por aquí no hace mucho ha pasado un oso.
–¿Hasta qué punto es inteligente un oso si lo comparamos con otros animales?
–Esto es una pregunta muy compleja. Depende del entorno, de los problemas que tiene que resolver, comparar todo esto es muy difícil. Cada individuo tiene su personalidad, cada oso es distinto. Osos que viven más aislados quizá sean diferentes de osos que tienen que enfrentarse a la problemática del ser humano.
–¿Cuántos años lleva trabajando en este proyecto?
–Hace seis años decidimos crear este grupo de investigación sobre oso pardo en la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad (UMIB) en Mieres porque una de las especies más amenazadas de la fauna española nunca había tenido un seguimiento científico a largo plazo.
–¿Y cuál es el próximo paso?
–Estamos poniendo en marcha un programa a largo plazo de captura y marcaje con GPS de los osos de la Cordillera. Es impensable seguir haciendo una política de conservación sin tener información de cómo se mueve un oso, de sus ritmos de actividad, cómo elije los hábitats en función de sexo, edad y períodos del año. La falta de esta información, que solo puede proporcionar la telemetría, es lo que convierte la biología de la «conservación» en biología de la «conversación». Es curioso que ahora que hemos conseguido el apoyo de las Administraciones al proyecto de telemetría, muchos individuos y organizaciones que desde años han tenido la oportunidad de marcar osos en la Cordillera y no lo han hecho están ahora dándose prisa para copiarnos la idea y, así, lograr un poco más de visibilidad en los medios de comunicación.
–¿Le gusta su trabajo aquí?
–Me parece muy interesante. Al vivir en un ambiente tan humanizado, los osos están acostumbrados a la presencia humana. Y como generalmente no hay conflictos, han integrado al hombre dentro de su entorno. Eso es una de las cosas más sugestivas de trabajar en una población así: que se ha desarrollado y consigue convivir con el ser humano. Si tuviera que elegir entre estudiar osos aquí o en un área remota de Alaska, preferiría seguir trabajando aquí porque están bajo más estímulo que una zona que solo hay bosques y ríos. No diría que son más inteligentes, pero tienen que enfrentarse y resolver muchos más problemas.
–Cuénteme uno de sus recuerdos más impactantes de su relación con los osos.
–Una vez estaba muy cerca del puerto de Leitariegos, y volvía caminando de la parte asturiana a la leonesa, éramos dos, al anochecer y nos encontramos un oso que estaba comiendo. Nos paramos. El oso nos miró. Y siguió comiendo. Entonces reemprendimos la marcha despacio. Fue un momento muy especial, muy bonito.
–¿Por qué le fascina ese animal?
–Desde siempre me han gustado los osos. ¿Por qué? No sabría darte una respuesta racional. Cuando empecé a trabajar en biología, ya lo hice en proyectos de osos y nutrias. También me gusta mucho su hábitat: el bosque, la montaña. Yo comencé en una región del centro de Italia con bosques de hayas y montañas, muy similar a la Cordillera Cantábrica, para mí, uno de los hábitats más bonitos que existen. Yo creo que es una combinación de las dos cosas; me fascina el animal y me fascina su hábitat, el bosque.
Regresamos al anochecer, la niebla cae sobre la Cordillera. Apenas se distingue la senda. «El tiempo cambia aquí en un segundo», dice Penteriani. Ulula una lechuza y casi nos roza en su vuelo silencioso. Hoy no ha habido suerte. Hay días así: el biólogo pasa horas en el campo, pero no sucede, que aparezca el oso. ¿Frustrado? No, porque disfruta estando en silencioso acecho. Y porque lo sabe, sabe que algo más poderoso que él está ahí fuera.