Donde no llega la señal: siguiendo al bibliobús número seis de León

El bibliobús seis de la Diputación de León pasa una vez al mes por Arcayos, Valdavida, Mozos de Cea, Santa María del Río, Renedo, San Pedro de Valderaduey y Cea; una "ruta de adultos" por "pueblines de poca gente"

02/03/2025
 Actualizado a 02/03/2025
Una de las usuarias del servicio de bibliobuses de León. Vecina de Valdavida, sale contenta del vehículo sujeta a ‘El problema final’ de Pérez Reverte. | MAURICIO PEÑA
Una de las usuarias del servicio de bibliobuses de León. Vecina de Valdavida, sale contenta del vehículo sujeta a ‘El problema final’ de Pérez Reverte. | MAURICIO PEÑA

Hace frío en Arcayos. Aunque no demasiado. La bufanda lo retiene como espantándolo lejos de la piel y el abrigo no deja que entre hasta los huesos.   

Llegamos con tiempo. Eso o que el bólido se mueve hoy con lentitud, así que aprovechamos para dar un paseo. Es breve. El pueblo es muy pequeño. Topamos con una casa en ruinas habitada por dos gatos que aprovechan un rayo de luz y la estampa se hace del todo fotografiable. No tarda en sonar el ‘click’. Después volvemos por donde hemos venido. 

De regreso junto al coche llamo a Sara. Tres tonos y lo coge. Dice que están por llegar y no miente: minutos después, un autobús entra por el camino de asfalto al son de una música estridente. Pero no es un autobús normal. Los seres humanos ceden en su caso el puesto a las letras. Las butacas son estanterías; los pasajeros, libros y revistas. 

Al volante está Julio. Sara saluda mientras el conductor maniobra con destreza entrando marcha atrás. Parecemos los únicos habitantes de Arcayos, además –claro– de esos gatines hechos un par de ovillos. Pero no es así; aquí viven unas cuatro personas. Sólo uno de ellos es usuario del bibliobús.

Sara, bibliotecaria: "Algunos nos controlan con GPS y otros me dan su número para llamarles al llegar"

– No sé si saldrá – duda Sara, la bibliotecaria: – es un señor muy mayor. 

Habla de Gaudencio.Es la primera vez que escucho ese nombre.

–Hay días que no viene. Al ser la primera parada, es pronto y muchas veces dice «no salgo, espero a la siguiente». 

Tiene varias formas Gaudencio de enterarse del paradero del autocar. Una página web con los itinerarios, calendarios en papel, las fichas que los trabajadores les ofrecen con cada préstamo y hasta una aplicación que indica el trayecto en tiempo real facilitan a los usuarios disfrutar de sus servicios. 

– Se lo ponemos por todos los lados– resuelve la bibliotecaria.– Algunos nos controlan con GPS y los que no nos oyen llegar me lo dicen, apunto su teléfono y les llamo cuando estamos entrando.

Son Sara y Julio los que se dejan llevar sobre ruedas más en un acto de confianza. No tienen forma de saber si los vecinos de las localidades que visitan saldrán o no a su llegada. 

– ¿Y qué pasará cuándo Gaudencio no esté?
– Dejaremos de venir– responde rápida. O ya le ha ocurrido o ya se lo ha planteado.– Solicitan muchos pueblos, así que vamos cambiando los recorridos. 

Sara lleva cuatro años trabajando en el interior del bibliobús. Uno más que Julio. Los dos están a los mandos del número seis. Hablan de la diferencia de tránsito entre las localidades que no tienen colegio y las que sí. En las últimas, niños y niñas interrumpen las clases para hacerse con su anhelado cuento, revista, novela, poemario o tomo –de cualquier tipo– que deseen.

– Hoy es una ruta sólo de adultos– describe ella;– de pueblines de poca gente. 

También hay cambio en los días de invierno. Y, con poco margen de error, bibliotecaria y conductor tienen calculadas las personas que salen en cada parada a su encuentro.

– Fijos tengo dos o tres en cada una; luego los seis o siete que a veces vienen y a veces no.

Tienen, además, bien identificados los gustos de todos los usuarios, con quienes acaban estableciendo una relación estrechamente personal. Se puede conocer muy bien a alguien únicamente por lo que lee. Y eso que Sara y Julio sólo pasan por la zona una vez al mes. Lo que para los usuarios se traduce en cuatro semanas entre préstamo y devolución.

Sara lleva cuatro años como bibliotecaria y Julio tres como conductor. Siempre van juntos en el vehículo
Sara lleva cuatro años como bibliotecaria y Julio tres como conductor. | MAURICIO PEÑA

– Si no pueden venir, se espera al mes siguiente– expresa la bibliotecaria en un gesto de confidencialidad. 
– ¿Y si algún usuario viene y no está el libro que quiere?
– Esto carga lo que carga. Pon que aquí entran entre dos mil y tres mil libros y que la mitad son de infantil... Pero abajo– en la biblioteca– hay veinte mil por bibliobús. Entonces yo lo apunto y, para el mes que viene, si lo tenemos, se lo traemos. 
– Sobre todo es gente...– no me da tiempo a terminar la oración, a caballo entre pregunta y certeza.
– Mayor. Sobre todo, es gente mayor. A estas horas la gente joven está trabajando– Sara habla del tirón,– aunque viene mucha madre joven a recoger libros para los niños.

La conversación transcurre en el interior del vehículo. La bibliotecaria manipula algunos papeles, a sabiendas de que Gaudencio no saldrá en esta ocasión. No tardan en llegar las prisas, aunque aderezadas con la parsimonia propia de la imperante quietud. Desde fuera se oye el trinar de las aves. 

– ¿Cambiamos a Valdavida?– pregunta ella. 
– Sí– responde él y nosotros seguimos sus pasos rumbo al próximo pueblo. 

La carretera es angosta y supondría un problema en caso de que vinieran coches de frente. Pero no es el caso. En Valdavida ha dicho Sara que «o salen todos o ninguno» y me recuerda a aquello de Fuenteovejuna de Lope de Vega, pero sin rimar. 

Luis, de Valdavida: "Hemos estado cinco días sin cobertura y sólo podemos ver dos o tres canales en la tele"

Al llegar, el bibliobús aparca en perpendicular al cajero móvil y la plaza parece de pronto una especie de centro comercial, aunque en estos suele haber cobertura.El bibliobús llega donde no llega la señal.

– Hemos estado cinco días sin cobertura y en la tele, últimamente, no podemos ver más de dos o tres canales.

Lo dice Luis, usuario desde que aterrizó en el pueblo hace un año llegado de Madrid, donde reside normalmente. 

– ¿De poda tienes algo?– pregunta, libro en mano, dispuesto a dejarlo de vuelta en su lugar. Sara asiente.– Pues dame algo de poda y de injertos– le van la naturaleza y la cocina.

Mientras la bibliotecaria rebusca, aparece una nueva visitante.

– ¿Eres María José? 
– No.
– ¿Pilar?
– No.
– ¿María Jesús?
– No.

Sara mira entre los carnés en busca del suyo, que parece haberse traspapelado. Para sacarlo, o se acude al vehículo o se acude a Internet. Liduvina lo solicitó hace unos días.

– ¿Viene a por revistas?
– Sí– ríe novata entre los estantes bien aferrados antes de hacerse con dos publicaciones. – Me llevo dos, eh.
– Espera, que te lo tengo que pasar– advierte Sara. 

Sara, la bibliotecaria, rebusca, recomienda, se deshace por los usuarios, con los que ya mantiene una relación estrechamente personal
Sara se deshace por los usuarios, con los que ya mantiene una relación personal. | MAURICIO PEÑA

Al son del soniquete agudo de la máquina, aparece María Luisa. Viene en busca de ‘El último barco’ de Domingo Villar. Se acaba llevando tres; uno de ellos es ‘El problema final’ de Arturo Pérez Reverte. Lleva un año como usuaria y dos viviendo en Valdavida. Es toda una experta en los mecanismos simples del bibliobús.

– ¿Cuántos nos podemos llevar? – esta vez pregunta Luis.
– Hasta seis– contesta la bibliotecaria y Liduvina se lleva las manos a la cabeza soltando un «uy» que suena a dulzura. Más con unos pies protegidos por unas zapatillas de andar por casa que son buena muestra de la familiaridad del servicio y que no protegen mucho del frío atenuante, pero sí cumplen parcialmente con su función.
–¿Eso no es mucho? – cuestiona María Luisa divertida y ella misma se rebate. – Bueno, si hacen días malos, te quedas en la lumbrita y a leer.

El tiempo apremia y, aunque no aprieta, es hora de coger de nuevo la carretera.

– Hasta el mes que viene– va cogiéndole ya el truco Liduvina a esto del bibliobús.

De vuelta sobre el asfalto, el cajero móvil encabeza una caravana a la que sigue la biblioteca sobre ruedas. El trayecto, de nuevo, es tranquilo; si acaso un par de coches enturbian la acústica con el runrún de su motor. No se tarda mucho en llegar a Mozos de Cea, donde espera una mujer. Al poco, aparecen tres más. 

Julio, conductor: "Llevan unas bolsadas de libros... ¡Y los acaban todos los meses! Yo tendría para diez años"

A las puertas del bólido se forma un asomo de cola y llueven los títulos. Que si ‘Lágrimas en la lluvia’ de Rosa Montero por aquí; que si ‘Una vida de contrastes’ de Diana Mitford por allá... La cosa parece ir de mujeres. Pero también está Julio, que abandona el volante para tomar el aire unos minutos. 

– Solemos acabar en Cea sobre la una y media o por ahí– cuenta.– Cuando llegas a León ya son las tres y algo.

Es uno de los doce trabajadores en la flota leonesa de bibliobuses, que suman un total de seis. De lunes a jueves, conductores y bibliotecarios ejecutan sus respectivas rutas. Cada día salen del parque móvil de la Diputación en San Cayetano rumbo a sus varios y variados destinos. 

Contento con su trabajo, Julio no deja de sorprenderse.

– Llevan unas bolsadas de libros... ¡Y los acaban todos los meses! Yo con eso tengo para diez años.

En esas sale María Asunción. Es la última rezagada; sus compañeras, más tímidas, ya se han retirado. María Asunción es todo energía. 

Explica que lleva siendo usuario desde que empezó a llegar el bibliobús al pueblo, hace más de cuarenta años.

– Mi madre y yo estábamos aquí la primera vez que llegó– dice, cargada con una bolsa de tela repleta de títulos.– A ella le llevo siempre revistas del huerto o cosas de esas que le gustan y yo aprovecho para coger más libros para mí.
– ¿Qué te gusta leer?
– La narrativa, la novela... Leo mucho los premios: el Nadal, el Planeta...

Saca de la bolsa ‘Historia de un canalla’ de Julia Navarro y ‘Espejismo de Dios’ de Richard Dawkins.

– ¿Qué harías si no viniera el bibliobús?
– ¡Ay! ¿Yo?– suena exaltada.– Yo me moriría porque me gusta mucho leer. Cuando no trabajo es lo que hago: leer. 

María Asunción, de Mozos de Cea: "Mi madre y yo estábamos aquí la primera vez que llegó el bibliobús"

De la primera llegada del vehículo dice acordarse perfectamente. 

– ¡Que si lo recuerdo! De aquella nos dejaban coger tres o cuatro libros y yo cogía el doble con el carné de mi madre– rememora.– Venía con mis primos, que eran todos pequeñitos y salían de la escuela para coger cuentos y así... Eran cuatro y veníamos todos, pero, claro, ahora ellos ni están aquí.
– ¿Con el tiempo ha ido viniendo menos gente?
– Es que no se lee mucho, me parece a mí. 
– Ya lees tú por los demás.
– Eso sí. 

María Asunción se despide con el brazo que le queda libre. El otro está ocupado en sostener esa especie de talega de ejemplares. Sara y Julio le sonríen, acostumbrados ya a esa mujer apasionada por los libros, por las conversaciones, por el bibliobús... Apasionada en general. 

Hasta el autocar parece querer despedirla y, cuando se aleja, sin esperar un minuto, vuelve a rugir. El rugido es tan amable como sus silenciosos pasajeros: esos que cuentan mil historias sin hablar. 

El número seis gruñe al poco de nuevo a punto de marchar. Le quedan por delante Santa María del Río, Renedo y San Pedro de Valderaduey hasta llegar a Cea. Así que arranca este motor de libros, transporte de letras, dispuesto como cada día a cumplir una férrea función: llevar la cultura que sujetan las páginas a cualquier recóndito rincón.

El vehículo puede cobijar entre dos mil y tres mil volúmenes, aunque la biblioteca cuenta con veinte mil adicionales por cada bibliobús
Cada bibliobús cobija entre dos y tres mil libros y cuenta con una reserva de veinte mil. | MAURICIO PEÑA

 

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