Efraim Ortega, un leonés de Córdoba

Por Gregorio Fernández Castañón

18/07/2024
 Actualizado a 18/07/2024
Al lado de un saco de boxeo, Efraim se presenta con una de sus piezas artísticas. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Al lado de un saco de boxeo, Efraim se presenta con una de sus piezas artísticas. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Entre los vuelos aromáticos del azahar, dejó atrás el río Guadalquivir para escuchar, en la orilla, el paso de otros torrentes de agua que llevan en su corazón los aullidos de los lobos y las lágrimas de la nieve: los del río Bernesga. Añorando la fastuosa y misteriosa ciudad fundada por Abd al-Rahman III en el año 929 d. C., de nombre Medina Azahara, eso también, se conforma con subir, de vez en cuando, hasta El Castro, en el que la ciudad astur y romana de Lancia (en León), del siglo I, lucha por resurgir de sus cenizas y… A cambio de escuchar los pasos del tiempo que anidan en el bosque de las columnas y se enredan por los arcos de la mezquita de su Córdoba misteriosa, se fascina con las figuras fulgurantes que pintan los dedos del sol en las vidrieras de la catedral gótica más hermosa: la de León.


Lo que no perdió, eso nunca, fue el tren de su vida y, en ello, sin abandonar las vías, simplemente cambió de aires para continuar alimentando su futuro familiar. Efraim Ortega (Córdoba, 1985) llegó a León con un billete de amor en el interior de su maleta, y aquí, en la capital del viejo reino, continúa desde hace varios años ofreciendo sus conocimientos en los laboreos propios de su profesión. En los ratos libres, además, se esfuerza por acercar el arte hasta esos espejos en los que los colores de los patios cordobeses se manifiestan sin rubor alguno y donde la bulliciosa originalidad amenaza con no esconderse jamás.


«Pero ¿qué es el arte para ti?» –le pregunté por teléfono–. Y con su respuesta todavía sigo dando vueltas en la peonza que maneja mi morbosa curiosidad. «El arte –para Efraim– es el juego que dejamos de practicar cuando éramos niños».


¿Cómo? Y para saber algo más de él y de su obra, me acerqué a ‘La Casa Magnética’. Llamé a la puerta y la persona que me recibió tras ella fue un joven barbado que me invitaba a conocer su mundo onírico. «Aquí –me dijo– se recrean dos almas apasionadas por hacer viable la creación: la del pintor Jonathan Notario y la mía, que intenta que se manifiesten los volúmenes. ¡Adelante!».

 

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Efraim Ortega inmortalizado en medio de un jardín de metáforas. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Era, como es obvio, Efraim Ortega el que me invitaba a adentrarme en los secretos que encerraban las paredes de aquella vieja casa, taller y sala de arte, y quien dejaba, tras cerrar la puerta, un hálito de buenas sensaciones. Veamos…


Más pronto que tarde, supe que el saco de boxeo (aquel que estaba tan a la vista) no formaba parte de ninguna exposición ni servía para mucho más que para demostrar que la viga que lo sostenía no se doblegaba por su peso.


–Yo, lo reconozco, lo puse ahí y me olvidé de él. Creía que… Pero no. Si lo prefieres, te diré que hoy forma parte de la ‘decoración’, como una simple anécdota –me confesó el artista–. 


–Ya. ¿Y entonces?


–Pocas veces utilicé mis puños –añadió– para comprobar la dureza de sus oscilaciones.


Lo cierto es que aquel saco negro y rojo estaba tan a la vista, encima de una mesa de trabajo, que me llamó la atención. Y, allí mismo, justo en la otra punta de las tablas del cuadrilátero se encontraban las herramientas «más elementales»: un pequeño yunque, un martillo, una radial y una soldadora eléctrica. Elementos básicos para hacer de la nada ‘una fiesta’ y aconsejados por uno de sus mejores maestros: el escultor catalán Josep Plandiura.


Y, hablando de ‘fiesta’, creí oportuno invitar a Efraim a que se luciera con el baile de las palabras.


«Mi obra –me dijo entonces– se nutre de disciplinas en principio no vinculadas en exceso con el arte. Son los procesos industriales, como la electricidad y la electrónica, los que generan una gran parte de mis ideas. Busco la inspiración, también y sobre todo, en la condición humana, en la naturaleza y en los entornos laborales y sociales. Intento, eso siempre, que prevalezca el simbolismo de la forma, sin descartar la utilización de las piezas que llevan el equilibrio, la tensión o la fuerza con ellas. Los materiales industriales (piedras, raíles, aceros, plásticos, relés…) me sirven de gran ayuda. En realidad, me interesa el arte desde un enfoque reflexivo. Y, con ello, consigo reivindicar al artista obrero, al artista padre de familia, a aquel que, sin mayor impostura, se encuentra con una clara cotidianidad y la aprovecha para transformarla en ‘otra cosa’».


–No está nada mal tu exposición sonora –le dije–, pero… quiero que me expliques con tus palabras el proceso de las obras en chapa tan coloristas que, por aquí, veo colgadas en la pared.


–Esta producción escultórica es el resultado de un trabajo al que yo denomino ‘en frío’. Mediante la gestualidad, puramente artesanal, pliego y doblo el acero en un ejercicio performático. El proceso de trabajo en sí mismo conlleva, si se me permite, un pequeño acto vandálico en la factura de la pieza, donde los golpes con el martillo en el yunque, los cortes y hasta las heridas de mis dedos, quedan invisibilizados en su interior y lejos de la primera mirada del observador. Con la soldadura entre las partes, el lijado y la pintura posterior, la doy por finalizada. Y con ella, eso espero, estoy ofreciendo una relación anímica al espectador que se detiene a observarla con extremada curiosidad y deleite.

 

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Golpes, cortes y… hasta heridas cubiertos con el color de las naranjas. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Efraim Ortega, a pesar de su juventud, ha expuesto, de forma individual o colectiva, en más de treinta salas de arte, distribuidas por todo el territorio nacional. Y, como es obvio, ha recibido varios premios, entre los que quiero destacar los dos que más me han llamado la atención: el Premio Proyecto Mejor Artista Contemporáneo, 2017, otorgado en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (MARTE), por su obra ‘Hacia la deriva’, y la selección de su escultura de nombre ‘Camino’ para ser instalada en la estación del tren ‘Joaquín Sorolla’, de Valencia. 


En una parte de su currículo leí que ‘Hacia la deriva’ «es una obra con tintes surrealistas que, sin embargo, conlleva puro realismo en su discurso». Su autor me habló de que «surgió cuando estaba realizando un máster en Medio Ambiente». Una huella preocupante –me explicaba– donde los humanos, tal vez inconscientemente, van destruyendo con sus acciones la madre naturaleza. ‘Hacia la deriva’ fue hecha en León, y en León se quedó al ser adquirida por los responsables del Museo de Arte Contemporáneo (MUSAC) para formar parte de su colección permanente.


Por otra parte, el artista me dijo que la obra ‘Camino’ fue realizada con tecnología de impresión 3D, resinas, hierro (trozos de las vías del tren) y madera. Sus pretensiones en este caso fueron homenajear a una de sus compañeras, en particular, y a todas las mujeres ferroviarias en general. Tal vez, pienso yo, que se inspirara también en la acción de Pilar Careaga –la primera mujer en conducir una locomotora en el año 1929–. 


La escultura ‘Camino’ representa a una mujer sentada en la tercera traviesa (la superior) de una vía, con dirección al cielo. Cada peldaño, así, simboliza los derechos conseguidos en el ámbito laboral femenino. Interesantes planteamientos que obtuvieron un importante ‘premio’ gestado en León. Para su admiración, el ‘premio’ les ‘tocó’ a los viajeros que entran o salen de la bella ciudad del Turia a través de la estación del ferrocarril, homenaje al pintor Joaquín Sorolla, cuyos paisajes, de estilo impresionista, y la realidad de sus escenas sociales e históricas, animan a amar el arte.


Volviendo a Efraim, por último, me habló de sus creaciones en cuero; esa especie de flores que se apoyan en unos tallos metálicos para animar al aire a que las envuelva y agite con sus caricias. «Se trata de mandiles de herrero de distintos tamaños –me dijo–, a los que yo voy moldeando con la ayuda de resinas hasta conseguir el objetivo propuesto». El resultado es realmente espectacular. Y allí, en aquel jardín de metáforas, quise inmortalizarle. 


–Sonríe –le pedí. 


Y el artista, entonces, acompañó su sonrisa con un ‘algo más’ que me sorprendió: 


–Gracias por acordarte de mí para tus reportajes.


Es lo que tiene tan largo camino. A la sombra de un sueño cultural tras otro y a la orilla de mis pasos divulgativos, puede aparecer, y aparece, un escultor leonés… de Córdoba.

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