¿Cuándo podremos salir? ¿Qué va a pasar ahora? ¿Me habré contagiado? ¿Cuándo podré ver a mi madre? ¿Cómo serán las cosas después de esto? ¿Aguantarán los pequeños comercios de mi barrio? ¿Perderé mi trabajo? ¿Perderán ellos su trabajo? ¿Cuándo podrá mi hijo ver a sus abuelos? ¿Cuándo volverá el colegio? Esta pandemia nos ha convertido en una sociedad que se hace preguntas, a diario y de forma recurrente. Y es que las dudas, el miedo, la incertidumbre, y 44 días de estricto confinamiento (y lo que venga), ya les aviso que no nos van a dejar libres de efectos secundarios.
El pasado martes, Pablo Motos comenzaba “El Hormiguero 3.0: Quédate en casa” haciendo una certera reflexión sobre la importancia de la higiene mental y lo ridículo que resulta que sepamos tanto sobre la salud del cuerpo, y que, sin embargo, sigamos sin prestarle demasiada atención a la salud de la mente. Con ese típico afán por intentar superar un problema psicológico nosotros solos, algo que no se nos pasaría por la cabeza con una alergia o una muela picada. La anécdota, las palabras elegidas, el tipo de programa, la audiencia a la que va dirigido, el mensaje… Una entradilla de apenas 4 minutos que ya ha hecho más por la atención a los problemas psicológicos que todas las grandes campañas de información y concienciación que se organizan cada año, y que cada año, terminan por pasar desapercibidas.
El momento es importante, es crítico, nuestra cotidianidad ha saltado por los aires, nunca hemos vivido nada igual. Una mochila llena de incredulidad, de miedo a infectarnos, de un confinamiento prolongado, de dudas, de frustración, la borrachera de información, las pérdidas económicas, el duelo… Los expertos avisan de que habrá una avalancha de trastornos del ánimo en los próximos meses, depresión, ansiedad, estrés postraumático y un mayor consumo de alcohol. La OMS estima que, una de cada cinco personas padecerá una afectación mental, el doble que en circunstancias normales. Y no, no estamos preparados para ello.
Hemos descubierto las propiedades del aguacate y la quinoa, desterrando sin piedad el aceite de palma y los ultraprocesados. Medio mundo ha empezado a practicar el ayuno intermitente y las redes sociales retrasmiten clases de yoga y pilates. Cuidarse está de moda, proteger la salud y mantenerse joven son sin duda valores al alza, pero seguimos descuidando la otra salud, aquella que no está a la vista de todos, la que no podemos enseñar por Instagram. La salud mental es la que menos cuidados recibe, y la que más prejuicios arrastra.
Convertimos en best seller casi cualquier libro de autoayuda, y en seguida nos apuntamos a eso del “coaching” motivacional, tragándonos sin rechistar todas sus frases vacías en torno al clásico “si quieres, puedes”. Pero hasta ahí. Lo de acudir a terapia para afrontar situaciones o para superar un problema que nos hace sufrir, nos provoca miedo, vergüenza, o incredulidad. Y aún más hablar sobre ello.
A estas alturas de la película hemos perdido el pudor por casi todo, usamos nuestras redes sociales para enseñarnos, nuestros viajes, nuestra vida, lo que pensamos, lo que comemos y con quien estamos. O casi. Porque nunca compartimos un problema, una dificultad o una realidad. Ni siquiera ahora, con la que tenemos encima, nos salimos de los bizcochos, los entrenamientos “online”, el nuevo orden en los armarios y las risas familiares en torno a un juego de mesa.
La post-cuarentena tampoco será fácil. Y visible o no, pronto nos tocará enfrentarnos a la tremenda carga mental y física del personal sanitario, al coste económico y a todas las pérdidas. Es el momento de acabar con los prejuicios y hacer accesible la atención psicológica, que buena falta nos hace, y nos va a hacer.
Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
El día después de la cuarentena
El momento es importante, es crítico, nuestra cotidianidad ha saltado por los aires, nunca hemos vivido nada igual
26/04/2020
Actualizado a
26/04/2020
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