
Enseguida viajó. La guerra civil la sorprendió enamorada en Tánger, lugar del que dijo algo muy hermoso: «Da la impresión de que la gente está allí de paso mientras dura la felicidad y que cuando esta se acaba desaparece la persona con ella y va a otra ciudad donde se pueda sufrir». Desde fuera la guerra civil le pareció una barbaridad que en el extranjero importaba muy poco: «‘Es de España, ese país de la guerra’. Pero nada más. No se ocupa nadie de la guerra, y los españoles matándose inútil y estúpidamente (…) Cómo yo me habré podido librar de esa locura, de ese odio (…) pero si están envenenados todos (…) En las capitales están al tanto de las cosas pero los pobrecicos labradores que los engañen así».
Luego Florencia, Capri, Bruselas, Roma, Nápoles o París. Conoció al artista Óscar Do-mínguez quien la llevó al grupo surrealista parisino de Breton. Expuso con Klee, Miró, Chagall, Man Ray, Max Jacob o Remedios Varo entre otros.
De vuelta a España la postguerra la fue dejando a merced del paso del tiempo. Instalada en su estudio del centro de Madrid —que años después serviría de refugio al futuro presi-dente del gobierno Felipe González cuando este era sólo un tal ‘Isidoro’— vio pasar la vida con la misma timidez, con la misma sensibilidad hiperestésica que la atormentaba desde niña, frecuentando el café Gijón, amiga de César González Ruano, colaborando en ABC o pintando importantes murales… Quienes la conocieron decían que siempre fue reservada, enigmática.
Vivió su madurez en la España de la postguerra y en todas las etapas del franquismo habiéndose formado en un país muy distinto, anterior a la guerra civil, y viajando por una Europa previa al desastre mundial. Estos escritos son un documento sicológico: una mujer del medio rural, de principios del siglo XX, pintora, artista, hipersensible, viajando por el mundo, soñando, desesperándose y sola.