La central nuclear estaba proyectada a 5 kilómetros de Valencia aguas abajo del Esla
El cuadro fue un regalo de MonSeñor, artista hoy ya fallecido, a quien era por entonces alcalde de Valencia de Don Juan, un joven José María Alonso Alcón que llevaba tan solo tres meses en la Alcaldía y que jugó un papel clave en el movimiento social generado contra el proyecto atómico. En la obra pictórica se plasma lo vivido en los meses de mayo y junio de 1975 tanto en Valencia de Don Juan como en la capital leonesa hasta donde se trasladaron las protestas y la negativa del pueblo a la construcción de una central nuclear que generaba un miedo atroz en una comarca volcada en hacer futuro con la agricultura. «¿Quién va a querer después nuestros cultivos?», se preguntaban los labradores en unas conversaciones que dejaron de girar entorno a la productividad de la remolacha para pivotar sobre la radiactividad y las consecuencias que estas podrían tener sobre sus tierras. Y sobre el futuro de sus hijos. Fue a primeros de mayo de 1975 cuando la prensa provincial se hizo eco de que dos empresas hidroeléctricas relacionadas con el Instituto Nacional de Industria pretendían construir aguas abajo del Esla, a cinco kilómetros de Valencia de Don Juan, una central nuclear cuyo coste iba a ser de 20.000 millones de pesetas.
Los proyectos atómicos eran defendidos con contundencia por el Gobierno pero entre la población generaban suspicacias y rápidamente se organizó formando la Comisión para Estudio de Instalaciones Nucleares. En toda la zona fueron apareciendo unas pegatinas redondas en las que se leía: ‘Central nuclear NO, comarca de Valencia de Don Juan’ y pintadas contra la nuclearización de la Vega del Esla. Lo recuerda Pery Lechuga, autor del libro ‘Coyanza 1975’, que por entonces regentaba una tienda de decoración en el municipio y no dudó en coger sus brochas para pintar la oposición a la nuclear. «Había que tener mucho cuidado con la Guardia Civil, eran tiempos en los que este tipo de acciones estaban perseguidas y lo hacíamos todo en la clandestinidad», cuenta ahora con un poso de nostalgia pero con el mismo entusiasmo con el que en su día, como todo el sur de León, plantó cara a una propuesta en la que veían «la ruina de la tierra». Esgrimían razones medioambientales, miedo a lo desconocido por no saber qué consecuencias podría tener en la salud y también un daño irreparable en la economía pues la central nuclear daría al traste con la agricultura y un turismo pujante entonces, pues los asturianos comenzaban a llegar por cientos en verano y había proyectadas varias promociones de viviendas para su compra. Del otro lado de la moneda atómica estaban quienes veían con la central una oportunidad laboral alejada del arado, una fuente de ingresos y una decisión del Gobierno que había que respetar.
«La toma de León»
Pero esos no fueron los que triunfaron y en la clandestinidad se fraguó una primera protesta el 10 de mayo de 1975 a las puertas del Ayuntamiento de Valencia de Don Juan mientras en su salón de plenos los alcaldes de 59 pueblos liderados por Alcón debatían cómo plantarle cara al Gobierno con todo lo que este hecho suponía para unos regidores nombrados por el propio Movimiento. Miles de personas recorrieron las calles coyantinas y al día siguiente, las de León. Tractores y coches cortaron la circulación de la ciudad en un acto que los medios de comunicación denominaron ‘La toma de León’. «Centrales sí, pero lecheras» o «Necesitamos regadíos pero no centrales nucleares» fueron algunos de los mensajes que se pudieron leer circulando por el centro de León por donde la población miraba atónita aquella riata de vehículos antinucleares.Las protestas se sucedieron en mayo y junio en Valencia de Don Juan y en León
Tras el éxito de las protestas iniciales realizaron 6.000 copias de unas alegaciones que distribuyeron para que se firmasen en toda la zona y presentarlas en Industria en León. Pero los tiempos eran los que eran y la represión no tardó en llegar. Primero con la negativa de hacer una misa de campaña el día de San Isidro para pedirle al Santo que les guardase del «pedrisco atómico» y después con fuertes cargas policiales y detenciones en una segunda manifestación en la capital en la que pedían la liberación de Carlos Carrasco, del movimiento ecologista Aeorma que había acudido a León para celebrar una mesa redonda en la que exponer las contras de los proyectos nucleares. «Aquel día los heridos se contaron por cientos y muchos ni siquiera se atrevieron a ir al médico por miedo a ser detenidos», incide Lechuga que no pasa por alto otros apoyos que recibieron como el del Club Cultural y Amigos de la Naturaleza (CCAN), de la Universidad de Oviedo, de los vecinos de Benavente que también se manifestaron o del movimiento estudiantil y periodistas, entre otros muchos. Aquella lucha fructificó y las intenciones iniciales del Gobierno se disiparon dejando clara que la única fuerza nuclear del sur de León es la de su gente, la de aquellos valientes que MonSeñor coloreó para que hoy no perdamos de vista la historia. El riesgo de repetirse también es atómico.