El mástil o el edificio de Correos

Por Javier Carrasco

06/05/2020
 Actualizado a 06/05/2020
El edificio de Correos situado en el Jardín de San Francisco. | MAURICIO PEÑA
El edificio de Correos situado en el Jardín de San Francisco. | MAURICIO PEÑA
Un poste metálico de unos seis metros, rematado con el distintivo de Correos, –tan parecido a un caracol boca abajo–, situado al comienzo de una rampa de entrada y salida, inserto en una superficie circular amarilla, sirve como señalizador del destino de un edificio vanguardista diseñado por Alejandro de la Sota y construido entre 1983 y 1984. El edificio de Correos, que da al Jardín de San Francisco y a la calle Independencia, recorrido en todo su frente por una marquesina parasol metálica de líneas escuetas, fue levantado en el solar del antiguo Hospicio. Ya desde la distancia puede uno formarse una idea sobre su uso, al ver la torreta de telecomunicaciones que lo remata y que le da un cierto aire futurista, aún más los días de niebla, en los que asoma fantasmal su intrincada estructura. Frente al edificio discurre un pasaje –bordeado por algunos árboles de un jardín y una pendiente con hierba que alcanza las ventanas del sótano– desde el que se accede al mismo a través de unas escaleras.

Hace mucho que los edificios de Correos eran lugares estratégicos, los remates nerviosos del cuerpo mal articulado del Estado, alejado aún de las mastodónticas dimensiones del actual, en el que los datos se procesan en milésimas de segundo, allí por donde discurrían las noticias que hacían mención de los cambios de gobierno, de las asonadas militares… Y ahora, cuando hasta un niño sabe casi tanto como un delegado de gobierno gracias a un teléfono móvil, esos edificios están quedando relegados a un papel irrelevante, testimonial de épocas pasadas. De la Sota, al diseñarlo, no podía imaginar los cambios que se producirían en tres décadas, pero sin embargo, ideó una construcción que, mal que bien, aún se adapta al tiempo presente. Los materiales elegidos, chapado de aluminio y tubos de hierro, fibrocemento y otros compuestos ligeros responden a una estética que no desencaja por entero con la era actual. El carácter funcional del interior, eliminando dependencias cerradas y tratando de favorecer una relación abierta entre público y funcionarios, dan testimonio de la visión anticipadora del arquitecto.

Sin embargo, nos movemos en una realidad que ha condenado a desaparecer las cartas, telegramas, casi la totalidad de envíos postales, sustituidos por los ‘wasaps’, las direcciones de correo electrónico, las empresas de mensajería. Quizá por esa razón, en el interior de ese edificio de matizada luz, tan criticada por los mismos funcionarios, nos sentimos extraños, un anacronismo, no sabemos dónde posar los ojos; entretenemos la espera con una sensación de agobio, impacientes ante la aparente frialdad de los que atienden el servicio, y eso a pesar de las líneas de diseño del vestíbulo, que pretenden propiciar un ambiente estimulante. Tan anacrónicos como ese poste situado en una esquina de la creación de Alejandro de la Sota, que ignoraba que en la era digital, sembrada de reclamos electrónicos, no queda apenas espacio para arcaicas señales levantadas sobre un obsoleto mástil: el distintivo de Correos debiera ahora quizá parpadear.
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