Érase una vez un Tucán, acomplejado de ser Tucán. Siempre que se asomaba a la laguna para ver su reflejo entre las aguas, se avergonzaba de tener semejante pico y de lo que otros animales pudieran pensar de él.
- ¿Por qué no seré yo tan esbelto como el Colibrí, tan proporcionado como la Oropéndola o tan majestuoso como la Lechuza? –se quejaba amargamente-. Todos se ríen de mí. Con esta protuberancia sobre mi cara, ¿a quién le voy a gustar?
Su amigo el Abejaruco le consoló asegurando que a él no le importaba su aspecto, que lo más relevante estaba en su interior:
- Siendo tan divertido, ¿para qué vas a cambiar?
Pero tales argumentos, a él nunca le confortaron.
Mientras, un vecino de rama, el Guacamayo, le propuso que si no estaba contento con esa anatomía acudiese al Gran Mago de los Pájaros para solicitar que se la modificara. De hecho, entre las marismas se rumorea que al Quetzal no le agradaba su peinado y acabó poniéndole una cresta con la que sigue causando sensación.
Temeroso pero esperanzado, el Tucán acudió a esa cueva en la que vive tal Mago. Después de presentarse como es debido, le entregó unas bayas a modo de regalo e imploró:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan grande por uno más pequeño… No importa que sea diminuto, como el de cualquier gallinácea.
Y el gran Mago, conmovido, accedió a sus deseos, concediéndole un pico de Pavo Real.
Aquel Tucán salió muy contento de la cueva.
- ¡Me veo hermoso! –se animó a sí mismo-. Ahora sí que seré querido por todos.
Sin embargo, apenas había doblado la primera esquina de la albufera cuando sufrió un ataque feroz. Cierta Águila Imperial se abalanzó sobre él, teniendo que resguardarse a toda velocidad en aquella misma cueva de la que acababa de salir.
Al verle de nuevo allí, dándose cuenta de lo ocurrido, el gran Mago le advirtió:
- El volumen de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para protegeros, al disuadir a otras criaturas de su instinto depredador. Ahuyenta al jaguar, al coatí y a demás aves de rapiña, tras intuir el daño que uno solo de esos picotazos le podría causar… Mas al pedir que te lo disminuyera, perdiste ese seguro de vida.
El Tucán aprendió una primera lección: la dimensión de su pico era por y para algo; de ahí que le rogase expresamente al Mago que se lo repusiera conforme a su tamaño natural. Y este, lo hizo. No obstante, aún disconforme con aquel apéndice, el ave volvió a rogarle que al menos no fuese tan compacto:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan duro por uno blando… No importa que sea por otro más endeble, como la bolsa de cualquier Pelícano.
Y el gran Mago de los Pájaros, nuevamente conmovido, accedió a sus deseos, concediéndole un pico de Miná Común.
Aquel Tucán salió otra vez muy contento de la cueva.
- ¡Me veo ligero! –se alentó a sí mismo-. Ahora sí que seré valorado por todos.
Sin embargo, apenas había alcanzado el segundo chaflán de la alberca cuando empezó a darse cuenta de que con ese saliente tan frágil no podía abrir las semillas de las que se alimentaba.
Viéndose en tal necesidad, regresó otra vez al hogar del Mago para plantearle aquel problema. Y este, dándose cuenta de lo sucedido, le indicó:
- La consistencia de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para alimentaros al permitir que, usándolo como tenaza, podáis acceder a vuestra comida… Mas al pedirme que te lo ablandara, has perdido esa herramienta de vida.
El Tucán aprendió una nueva lección: la solidez de su pico era por y para algo; de ahí que le pidiera expresamente al Mago que le devolviese a su estado primitivo. Y este, lo hizo. No obstante, aún disconforme con aquella prolongación, el ave volvió a rogarle que al menos no luciese tantos colores:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan pigmentado por otro menos llamativo… Ni siquiera importa que sea por uno blanco, como el de cualquier pájaro albino.
Y el Mago, otra vez enternecido, acató su ruego, concediéndole un pico de Cacatúa.
- ¡Me veo elegante! –se repitió a sí mismo-. Ahora sí que seré apreciado por todos.
Sin embargo, apenas había superado la tercera manzana del estanque cuando percibió que estaba perdiendo sus dotes de seductor. Ninguna hembra se fijaba en él y, por tanto, con ninguna iniciaría ese ritual de apareamiento que comienza –precisamente- intercambiándose palitos con el pico.
Ante la angustia que le ocasionaba semejante situación, el Tucán volvió a la cueva del Mago para exponerle su nuevo pesar. Y este, dándose cuenta de lo acontecido, le aleccionó:
- La coloración de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para cortejaros hasta consumar el proceso de reproducción… Mas al pedirme que te lo blanqueara, perdiste esa fe de vida.
El Tucán aprendió una tercera lección: las tonalidades de su pico eran por y para algo; de ahí que le suplicase expresamente al Mago que se lo pintara de su tonalidad original. Y este, ya un poco harto de tanto capricho, lo hizo… si bien le acabó implorando que no volviera más.
Desde entonces, amanecer a amanecer, el Tucán fue asimilando que su pico no era tan imperfecto como creía. Que gracias a su tamaño, a su consistencia o a su coloración, podía vivir su vida con plena normalidad. Que todo en él era por y para algo.
Atardecer a atardecer, fue aceptándose con plenitud, reforzando sus virtudes, limando en lo posible cada uno de sus defectos... Aprendió a respetarse más y a compararse menos, olvidándose de lo que otras aves pudieran pensar de él. Especialmente, cuando el Papagayo le aseguró con cierta envidia que ese pico suyo –gracias a su densa vascularización- le permitía regular la temperatura de su cuerpo hasta encontrarse más a gusto consigo mismo.
Anochecer a anochecer, aquel pájaro empezó a darle importancia a lo realmente importante: a los amigos de charca, a tantos vecinos de tallo, a su compañera de nido, a sí mismo… A seguir siendo divertido, que diría el bueno del Abejaruco. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a ser más feliz… Y lo que es más importante: a transmitir a su entorno aquella felicidad.
Así que colorín, colorado, esta historia de un Tucán por su pico acomplejado… simplemente ¡ha terminado!
El pico de Tucán
El médico, psicólogo y escritor zaragozano afincado en León, Manuel Cortés Blanco, se suma a la nómina de autores que enriquecen cada semana el serial ‘El Decaleón’ de La Nueva Crónica con un cuento publicado en la antología ‘Somos diferentes’
16/04/2020
Actualizado a
16/04/2020
Lo más leído