Construido ese paisaje, en muchas ocasiones, se enriquece por la intervención del ser humano con la incorporación de la piedra tallada, firme y sólida que a través de una geometría de arcos y líneas rectas se constituye en puente, soberbio e imponente cuando salva cauces del tamaño del Esla o sencillos y discretos cuando lo hace sobre el Jerga o el Curueño. Es el momento de conjugar el paisaje, la fotografía y el visitante. Nos retratamos junto al puente de Hospital de Órbigo, en Puente Castro o en Villarente y aplaudimos la simbiosis de la piedra centenaria que une su belleza con el entorno creando paisaje. Todo precioso.
La duda nos acucia cuando en ese plano fotográfico aparece una silueta extraña, fría, que generalmente no entendemos o nos desagrada. La historia del arte ha sido esquiva con la estructura metálica y sus óxidos. Toleró en algunas ocasiones el puente de piedra, generalmente aduciendo que sería romano o medieval, pero nunca comprendió el puente de acero y sus variables por irreverente aunque las nuevas corrientes artísticas no dudan en pensar que tales estructuras también ayudan al paisajismo. Desde hace un par de décadas copiamos a los países de nuestro entorno y empezamos a valorar la vieja fábrica de ladrillo arruinada, los útiles e ingenios del viejo batán o molino, la máquina de vapor de aquel tren entrañable que utilizamos para viajar hace 50 años y también, la imponente estructura metálica que se eleva grácil sobre el zócalo del río y nos permite –o permitía– seguir nuestro viaje por carreteras nacionales o caminos secundarios de la amplia geografía, en este caso leonesa.
Cazador de puentes, este autor que lleva años estudiando viejos puentes y pontones de longeva piedra cuya talla a veces se remonta al Medievo o al Barroco, hoy hace un regate cultural y pretende exhibir otros puentes, ciertamente son pocos, de sonido metálico, donde su ensamblaje y distribución de perfiles laminados cual mecano, también son arte, patrimonio y paisaje. En León algunos han cumplido el siglo de existencia y están plenamente integrados, como decía, en el paisaje pues son memoria de nuestro ancestros y no sólo hay que respetarlos sino que también hay que difundir su calidad y belleza.
De los hierros blandos se pasó a los aceros dúctiles, maleables y duros en una revolución industrial que duró un tiempo y que también dejó huella en León con la siembra de caminos de hierro, versus ferrocarril o bien en la pontonería carretera, construyendo puentes-viga de hierro o acero de los que aún quedan testigos que se yerguen altivos aunque quejumbrosos y son parte inseparable del paisaje además de patrimonio industrial.
El puente de Victoria
Como primer ejemplo de este insuperable desarrollo de la industria e ingeniería metálica ahora presento el bellísimo puente sobre el río Tuerto en la ciudad de La Bañeza. Por supuesto que nos sirve de metáfora. Si bien es cierto que se le bautizó como Puente de Victoria ya que se inauguró en tiempos del reinado de Alfonso XIII y fue una deferencia a su consorte, Victoria Eugenia de Battenberg, a mi me sirve como escenario para apuntalar un nuevo sistema constructivo en la pontonería al uso que hasta la llegada del hormigón, tendría prevalencia durante tres cuartas partes de siglo venciendo las prácticas hasta entonces de la utilización de la piedra de cantería.En el año 1894 se aprueba el proyecto de un puente metálico a base de tres secciones de vigas del tipo bow-string que en realidad son arcos de trayectoria escarzana o parabólica al forzar precisamente la curvatura de estos aceros laminados en los tramos superiores de la estructura y que asociados a otros perfiles verticales e inferiores constituyen los tableros del puente, siempre apoyados en estribos y pilas intermedias que en este caso, lucen un buen trabajo de cantería, quizás, como residuo de la amplia actividad en la construcción de puentes de los viejos maestros de obra, canteros o alarifes a lo largo de siglos anteriores.
Como era habitual, el proyecto fue lento, se adjudicó a la empresa especializada en este tipo de estructuras, Sociedad Anónima Vasco-Belga, con fábrica en la localidad vizcaína de Miravalles, muy solvente en la fabricación de laminados, vigas para puentes, calderas y material móvil ferroviario. Arrancaron las obras hacia el año 1900 y tras diversas vicisitudes, se inauguró en el año 1906. Nunca tuvo entre la población local mucha raigambre el nombre de Victoria para su digno puente ya que prefirió denominarle Puente de Requejo como ya nombraba popularmente al viejo puente desaparecido que existió en aquel punto.
El diseño corrió a cargo de Enrique Grasset Echevarría en colaboración conJosé María Rodríguez Balbuena, ambos bajo la dirección de Manuel Diz Bercedóniz como ingeniero-jefe de la demarcación de obras públicas de León. La vinculación de Diz con la provincia fue muy fecunda ya que entre otros muchos proyectos suyos cabe mencionar el precioso puente metálico de Carrizo de la Ribera sobre el río Órbigo o la planificación en 1897 del ensanche de la ciudad de León con un cuidado estudio sobre el diseño de manzanas para viviendas, características de las calles en plano reticular y primando los aspectos higiénicos de las mismas que recordaba al Plan Cerdá para Barcelona y donde también colaboraron Rodríguez Balbuena, Díaz Tirado y el arquitecto Manuel Fernández Álvarez-Reyero.
Esta maravilla de estructura metálica la podemos ver en la ciudad de La Bañeza a la que se llega –para los que tengan prisa– por la autovía A-6. Los viajeros más curiosos pueden seguir el viejo Camino Real ahora bajo matrícula N-VI o siguiendo un bonito periplo por las carreteras provinciales, llegar hasta el mismo puente por la calzada LE-420, viejo camino carretero que también nos llevará hasta el puente medieval de Hospital de Órbigo. Salud y buena ruta.
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http://loboquirce.blogspot.com/2019/05/puente-de-hierro-la-baneza.html