El relato del náufrago de un sueño
El autor de ‘La sombra que amó Bram’ y ‘La lente íntima’ nos propone con este relato monstruoso mirar de otro modo cuanto nos rodea a través del espejo literario de la obra de Óscar Wilde, ‘El retrato de Dorian Gray’
13/05/2020
Actualizado a
13/05/2020
Nunca una enfermedad que provocó un encierro, resultó tan productiva, o sí, no sé, leí el Decamerón hace ya mucho tiempo. El encuentro con la realidad ha provocado muchos encuentros. Al principio la enfermedad se me apareció como una oportunidad para salir de escena, me reencontré con el suicida, con el enfermo. Después llegaron las semanas de estar en casa, alternadas con las semanas de trabajo. Ir al trabajo representaba la libertad, cosa curiosa y nueva para mí, cuando interpreto el trabajo como mi encierro, mi castillo kafkiano. Estar en casa era antes mi libertad, la posibilidad de curarme de mi encierro a través de la lectura y la escritura. Y por último y en tercer lugar, mi encuentro con una realidad gustosa y placentera, hacer realidad un sueño, dedicar el día completo a crear, a escribir a tiempo completo, pensar en escenas, conversaciones, argumentos. Así que mi encuentro con lo real ha sido: encontrarme con el suicida, al que ya conocía, un enfermo incurable y sin consuelo; ver mi trabajo, antiguo encierro, como libertad de movimiento; ver la casa, antiguo centro de rehabilitación, lugar de libertad, como lugar de encierro; cumplir un sueño, poder dedicar el día a la escritura, ser escritor e imaginar a tiempo completo. El edificio conocido en el que el suicida vivía feliz, porque eran lugares conocidos que podía dominar, se ha venido abajo. Los bloques han cambiado de posición. Ahora el suicida quiere tener voz, quiere salir a la luz, tener su momento de reconocimiento, aparecer en los relatos, quiere adquirir protagonismo en el juego. Por lo menos apareceré más completo. Pues ve, le digo, me digo, diviértete conmigo, forma parte del juego, de todo esto. El hombre encerrado en su trabajo entiende que podría verse de otro modo y el hombre libre en su casa piensa ahora en la casa como en un encierro. Parece que todo se ha venido abajo, pero lo que ha cambiado es la luz con la que lo veo todo. Se ha construido una lente interior, una lente íntima, nueva, en donde no tengo miedo a mirarlo todo otra vez y a verlo con un sentido renovado y nuevo. Quizás sea la misma lente y tan solo haya cambiado que esté mirando todo otra vez, todo de nuevo. El mal no procede de la realidad, no es algo que proceda de fuera, es algo de dentro, la manera en que tengo de contármela, el mal es la narración, reside en la lectura de lo que veo. No aspiro a tomar el soma que silencie mis miedos, pero sí a incorporarlos, porque quedarán aparentemente resueltos y quiero esa apariencia, quedarán resueltos al quedar descifrados en la línea recta del lenguaje, como en este cuento, un cuento que es como el cuadro de Dorian Gray, el monstruo no es el yo real, el monstruo es el espejo, es el retrato, el monstruo es este relato, no soy yo. El monstruo es el hombre que es capaz de imitar a otro genio, para suplir la falta de su propio genio y en ese juego de imitación imita no solo la voz, la palabra, el gesto, imita la acción, el acto monstruoso, pero… para que quede expuesto en el reflejo, en el cuadro, necesita asesinar al autor, cometer un asesinato y al cometerlo, ser Dorian Gray, romper el hechizo, ser él de nuevo. Afortunadamente sucede todo en estas líneas, en este relato, pero no en las palabras, sino en los huecos, no en los que se dice, sino en lo que no se expone de este cuento, en lo que subyace, en lo que queda solapado, oculto, el monstruo no es el acto, sino la sombra del acto, la sombra del hecho, entonces nos vamos al origen del monstruo, el lenguaje, al verbo, eskíe ergón estí, la palabra es la sombra del hecho decían los griegos.
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