Elena Santiago, "mucha luz para acabar en oscurecido"

El Instituto Leonés de Cultura acoge este jueves un homenaje a la escritora de Veguellina de Órbigo organizado por Masticadores de la mano de más de una veintena de escritores y artistas de León

27/02/2024
 Actualizado a 27/02/2024
La autora nacida en Veguellina de Órbigo, Elena Santiago, en una de sus últimas visitas a León. | MAURICIO PEÑA
La autora nacida en Veguellina de Órbigo, Elena Santiago, en una de sus últimas visitas a León. | MAURICIO PEÑA

«Es una lástima que en España un escritor tenga que presentar sus obras en concursos literarios para darse a conocer, pero esa es la realidad y la razón de mi asistencia». Así razonaba la de Veguellina frente a Michèle Muncy allá por los años ochenta su indecible número de reconocimientos literarios a lo largo de toda la geografía nacional. Tanto asistió a estos certámenes que llegó incluso a engañar a jurados expertos con miembros de la talla del fenecido Sánchez Dragó, que, seguro de que la autora de ‘Ácidos días’ era un hombre, vivió la novela con la efervescencia de un atónito pues, decía: «Al tener tal fuerza, tal vigor el lenguaje y la forma de escribir, pensamos que era un autor el que estaba detrás».

Nada más lejos de la realidad. Fueron las manos de Elena Santiago las que alumbraron cuidadosas los detalles de aquella novela, que la llevó a alzarse con el premio Novelas y Cuentos, tiempo antes de salir galardonada con el Premio Castilla y León de las Letras. Por poner sólo un par de ejemplos.

«Todo lo que escribo pasa por mí», decía la leonesa, a modo de presentación de unos dejes literarios que llegaron a responder al apodo ‘estilo Santiago’. Aunque sus originales poco tenían que ver; Elena nació con Fernández Gómez como apellidos y fue el propio Francisco Umbral –gran amigo suyo y aficionado a su literatura– quien le convidó a hacer de su nombre uno menos inolvidable. Así lo cuenta uno de los hijos de la escritora, Pablo García. «Empezó a presentarse a concursos y todo lo ganaba», rememora el sucesor: «Era una época en que los premios se ganaban; no se daban, como ocurre ahora».

Pablo habla desde la faceta de hijo, sin dejar a un lado la de lector, pues ambas se entremezclan en sus palabras, habiendo sido en su juventud uno de los primeros afortunados en leer las publicaciones –todavía en el horno– de su madre escritora. De la escritora que también fue su madre. Cuenta que, al rondar los niños por la casa, era habitual oír el sonido constante de unas teclas, formas sonoras del preludio de lo que terminaban siendo obras literarias de extensión diversa. «La hoja en blanco, el folio en blanco al que tanto miedo tienen algunos escritores, yo creo que ella nunca lo sufrió», opina: «Salía un personaje o una idea y ella se sentaba a escribir; era muy buena persona, muy buena madre y muy buena escritora».

"En León, decían que era una renegada y, en Valladolid, decían que era una inmigrante"

No faltan anécdotas en la vida de la autora, nacida a orillas del río Órbigo y alentada por Umbral y otros, como el director del diario ABC, Luis María Ansón, a trasldarse a la capital madrileña para «triunfar en la literatura». Ella no quiso. «Su primera premisa casi es escribir –o era–, pero a la vez le encantaba la vida familiar, el estar con su gente», confiesa el hijo. Aun así, la escritora acabó por trasladarse a Valladolid. «En León, decían que era una renegada», añade Pablo: «En Valladolid, que era una inmigrante». En su recuerdo, su casa fue siempre Veguellina de Órbigo

«Se ríen mucho cuando digo que todo lo aprendí en los cinco, seis o siete primeros años de vida», contaba Elena Santiago, siempre agarrada a la infancia como ese ente que persigue al escritor y lo desnuda frente a sus lectores. Esa fue una de sus grandes obesiones, presente en forma de personajes protagonistas en varias de sus novelas. A sus páginas se ha ligado también un intenso perfume de tristeza. «No sé por qué, yo que estoy siempre riendo, se dice que soy triste», reflexionaba ella, a lo que su hijo responde hoy: «Es cierto que en muchas de sus novelas aparece una derrota, un desamor, una falta de comprensión de una persona a otra... Pero, en el fondo, eso es la vida misma». 

De su vida, cuenta Pablo que era una «muy feliz: No sale ninguna tristeza interior». El fallecimiento de sus abuelos, sus padres y su marido no turbaron del todo la pasión por la literatura de la autora, que hubo de tomarse unos años de descanso, por la pérdida –analiza Pablo– del «andamiaje que en la vida nos protege y nos tiene ahí». Un andamiaje «que todos vamos perdiendo con la edad» y que provoca el «tambaleo del edificio, por decirlo de alguna manera». Un tambaleo que no llegó a derruir los cimientos de las letras de Santiago. 

Santiago reflejada en una obra de Pablo Ransa, retratista ocasional de la escritora. | EDUARDO MARGARETO (ICAL)
Santiago reflejada en una obra de Pablo Ransa, retratista ocasional de la escritora. | EDUARDO MARGARETO (ICAL)

Su hijo habla en presente. «Ella tiene una literatura poética que no a todo el mundo le puede gustar, no porque sea difícil, sino por lo intimista de su mundo», explica: «Cuando te describe un personaje, no lo hace de forma explícita; no te dice que una cicatriz le cruza la cara, ella casi nuncia definía al personaje en ese sentido y, sin embargo, lo puedes entender, lo puedes ver». Quizá como consecuencia de su afición a la pintura, destaca el hijo «esa especie de necesidad por dibujar». Y, si de algo se lamenta Pablo, es de «ese vacío, esa oscuridad total» que supuso el olvido generalizado de la obra de su madre, que tras un receso de seis años lejos de las páginas en blanco que tan poco la asustaban, publicó en 2015 ‘Nunca el olvido’. Un detalle cuanto menos paradójico.

«Date cuenta de que ahora todo es inmediatez y todos los días se presenta un libro», relata el descendiente: «¿Quiere decir que todo el mundo escribe? Para mí eso es una irrealidad; la mayoría de los que dicen redactar no son escritores, digamos, en el sentido profundo de la palabra». Pablo no esconde su desencanto por el mundo editorial y los internautas que consiguen publicar obras auspiciados por un gran número de seguidores. Es de la opinión de que no corren buenos tiempos para la literatura. «Ni para nada», responde absoluto: «A mí me encanta el cine y las series están destrozando el cine; ya casi nadie escucha música clásica... Pasa a todos los niveles, pero, para mí, el literario es uno de los que más lo sufre».

Entre el desencanto y el entusiamo bailan de la mano las palabras del hijo de Elena Santiago, que encontró en sus conversaciones con Felicitas Rebaque un buen caldo de cultivo para cocer el acto que este jueves –insólito y bisiesto 29 de febrero–, homenajea a la figura de las letras veguellinenses. A él acuden periodistas, críticos, escritores, artistas y todo tipo de profesionales relacionados con la literatura de esta tierra. Con una mesa compuesta por Juanmaría G. Campal, la propia Rebaque y Pedro Trapiello y con David Rubio, Avelino Fierro, Esther Bajo, Macu García y Néstor García como participantes presenciales, el tributo a la escritora suple más de dos años sin mantener vivo el recuerdo de su literatura en otro lugar que no sea su pueblo natal. «Han pasado tres años y nada de nada», protesta Pablo: «Yo hablaba de esa injusticia con Felicitas y ella fue tomando la idea, que ha ido madurando hasta salir por medio de este grupo, Masticadores».

"Tiene una literatura poética que no a todos les puede gustar por lo intimista de su mundo"

Así, el Instituto Leonés de Cultura se convierte en escenario, desde las 19:30, para la proyección de vídeos con imágenes de la escritora y participaciones de otros autores y críticos, como José Ignacio García, intervenciones sobre su obra y lectura de algunos textos que culminarán con los testimonios de su propio hijo, Pablo García Fernández, que cuenta en la recámara con bosquejos de proyectos futuros para reavivar el recuerdo de su progenitora. Aunque es prudente: «Voy a ver cómo sale esto y, según vaya saliendo, miraré nuevas cosas para hacer».

Una prudencia guarecida en esa vida que su madre describía, entre párrafos de prosa poética, como confusa; «un mar entre las horas y los vivos». Una vida que comparaba en sus ‘Ángeles oscuros’ con «la galería de Hora: mucha luz, mucha luz para acabar siempre, por último, en oscurecido». La suya –su luz– aún brilla a ojos de su familia, que regala contenta parte de su recuerdo a quien a él se quiera acercar, pues no hay escritor vivo que no deje ver entre letras su propia memoria, igual que no hay letras que se mantengan vivas sin el recuerdo de la memoria de ese escritor.

Mastic. Homenaje a E. Santiago (1)

 

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