En ‘Turandot’, el listón de las sopranos lo marca Sondra Radvanovsky

La norteamericana, que ya triunfó como Aida o Tosca, se corona como la princesa de la última obra de Puccini. Cines Van Gogh lo retransmite este martes (20:15 horas) en directo desde la Royal Opera de Londres

Javier Heras
01/04/2025
 Actualizado a 01/04/2025
Una escena de 'Turandot'. | MARC BRENNER
Una escena de 'Turandot'. | MARC BRENNER

Es probable que ninguna ópera de esta temporada cuente con dos protagonistas en puntos más lejanos de sus respectivas carreras que esta Turandotde Londres, que Cines Van Gogh retransmite en directo el martes 1 de abril a las 20.15.

Por un lado, una estrella incontestable como Sondra Radvanovsky (Illinois, 1969), que vuelve a la capital británica tras el éxito arrollador de Andrea Chénier. Su técnica refinada, agudos poderosos, vibrato natural, flexibilidad, su control del volumen (de la potencia al susurro), su capacidad para emocionar, su compromiso teatral y su verdad como actriz la convierten en la perfecta heroína. Brilla en la piel de Tosca (Liceu, 2023), pero también de Norma (MET, 2017), de Aida (París, 2021) o de Turandot. Como la gélida princesa china de la última obra de Puccini (1926) ha grabado versiones de referencia y puso en pie al público en Zúrich hace dos cursos, junto a Piotr Beczala (si bien el año pasado tuvo que cancelar todas sus funciones en París por enfermedad).

A su lado, en el rol de Calaf, el príncipe candidato, veremos a un recién llegado; un cantante que se encuentra, más que en ascenso, en plena transformación. El surcoreano SeokJon Baek comenzó como barítono hasta que, en 2020, la pandemia le hizo reconducir su camino, trabajar su registro agudo y lanzarse a la aventura de los tenores. Ya al año siguiente ganó el concurso de canto Vincerò, así como el premio Caruso en Nápoles. En 2022 convenció en Covent Garden con Sansón y Dalila (junto a Elina Caranca), poco después como Radamès y Turiddu, y acaba de impresionar como Pinkerton en el Metropolitan neoyorquino, donde pronto volverá como Cavaradossi.

Al frente de la orquesta se encontrará el joven y eléctrico venezolano Rafael Payare (1980). Educado en El Sistema, igual que Gustavo Dudamel, luego fue protegido de Lorin Maazel, primer premio del concurso internacional de Malko (2012) y responsable de la Orquesta del Ulster (2014-2019). Hoy dirige las sinfónicas de Montreal y San Diego. Como invitado de sinfónicas como Boston, Filadelfia, Múnich o Londres, ha demostrado carisma, precisión técnica, dinamismo y sentido musical.

 

En cuanto al montaje, este Turandot de Andrei Serban, de 1984, es el más antiguo aún en activo de la Royal Opera, y uno de los mejores: su escala, su constante movimiento y su sentido del espectáculo todavía impactan, máxime si lo comparamos con la sobriedad de las producciones actuales. Repuesto en casi una veintena de ocasiones, en 1997 llegó al Teatro Real en su reapertura. El reputado director de escena rumano (1943), que en los 60 ya había trasladado Julio César al estilo kabuki japonés, sitúa la acción en un mundo mitológico de leyenda, como exige el libreto.

Los enormes decorados, muy coloridos y extravagantes (dragones, espadas, máscaras), los firmó Sally Jacobs. La londinense (1932-2020), premio Tony en 1971 (por Sueño de una noche de verano), fraguó su fama con la Royal Shakespeare Company, antes de saltar al cine a las órdenes de Peter Brook o John Boorman. Aquí concibió un único escenario y un vestuario de tonos dorados. Por su parte, la coreógrafa Kate Platt incorpora danzas chinas, tai chi, acrobacias y efectos teatrales, como ese emperador que desciende de las nubes en su trono. El coro rodea la acción como en una tragedia griega, lo que aporta un sentido urgente y claustrofóbico.

Turandot siempre estará asociada al aria Nessun dorma, la más famosa de todo el repertorio, usada en infinidad de películas e incluso en el fútbol (fue la sintonía de la BBC para el Mundial de Italia ’90), pero por suerte esta ópera va mucho más allá. En ella, Giacomo Puccini (1858-1924) funde tres estilos: la tradición italiana, el color exótico de Asia y las disonancias del siglo XX. Desde el primer acorde -furioso y disonante-, suena modernísima, pero siempre se distingue por la melodía cantable, presente en pasajes inmortales como el adiós de Liù (Tu che di gel sei cinta) o el encuentro de Calaf con Timur en el acto primero (O padre!).

Por otro lado, el autor de Manon Lescaut se esforzó en describir la atmósfera china (como anteriormente la japonesa en Butterfly o la parisina en La Bohème) mediante canciones populares (Mo-Li-Hua), percusiones locales (platillos, gong) y escalas pentatónicas. El uso de los leitmotive, sumado a la acción rápida y condensada y a la profundidad psicológica, confirma al compositor de Lucca como un genio del drama. La única lástima es que no pudiera rematar la partitura, que tras su muerte completó Franco Alfano.

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