La puesta de largo de estos dos nuevos hijos de la Biblioteca Gil y Carrasco tuvo lugar en la Casa de León en Madrid, embajada y mascarón de proa de la nave leonesa, hogar donde Camino mantiene la vela prendida, verdadera casa familiar para los que llevamos el paisaje de nuestra tierra en los ojos y las raíces en el corazón. Como Enrique Gil, que oía las matracas de Semana Santa en la catedral de Rouen y añoraba su infancia, emocionado hasta las lágrimas; o remontaba en crucero el Rin y solo contemplaba los valles y viñedos del Bierzo, consciente de que nunca más volvería a ver los pámpanos dorados desde Castro Bergidum.
Al encuentro de la Casa de León acudieron amigos y amigas entrañables –David González, de Rodanillo, y toda su familia, "algo parientes somos"; Pepa Diñeiro, Toño Criado– y los que no pudieron venir enviaron su abrazo: Mestre, poeta errante; Pepe Carralero, que anda de boda; o Juan Pedro Aparicio, quien tras su preciosa novela sobre Jovellanos, anda ahora poniéndose en la piel de Carlos V. Caprichos de reyes y contadores de cuentos con fueros.
Santiago Asenjo, director de la Biblioteca Universitaria de León, berciano necesario como el alcalde de 'Amanece que no es poco', puso voz a los agradecimientos a quienes hicimos posible la Biblioteca Gil y Carrasco. La lista es larga y generosa, desde los cientos de lectores que compraron las obras completas o incompletas en el mecenazgo de 2015 hasta Amancio Prada, que regaló al primer volumen su canción 'A la violeta', pasando por el propio Asenjo, sin cuyo entusiasmo, y el de José Manuel Trabado, director de publicaciones de la Universidad de León, no habría sido posible esta edición francesa.
Nos acompañó también, en representación de la saga Gil-Robles, el patriarca de la familia, José María Gil-Robles, sobrino bisnieto del escritor Enrique Gil, de quien habló desde la emoción y el respeto hacia quien fue primerísima figura del periodismo, la política y la literatura en el siglo XIX.
Por desgracia, o por esa desidia tan nuestra, a pesar de tantos laureles y placas conmemorativas –la espuma superficial–, Enrique Gil sigue siendo poco apreciado y menos aún leído en su propia tierra. No es fácil entender que León o Astorga, sobre las que el viajero romántico escribió páginas memorables, vivan tan de espaldas al poeta.
Gil, desterrado en Berlín, políglota –hablaba francés y alemán y leía inglés–, viajero a la manera de lord Byron, admirador del teatro francés, lector de todas las vanguardias, atento a las novedades de Londres, Viena o París, que escribe sobre Washington Irving o sobre los anticuarios de Copenhague, conversador con Humboldt, es nuestro gran autor europeo, el más europeísta de nuestros románticos.
Ahora que Europa está en todas las agendas y Bruselas es cruce de todos los caminos, conviene recordar que Enrique Gil fue el primero que estudió, por encargo del Gobierno de González Bravo, el Zollwerein, la primera unión aduanera europea, antecedente del actual mercado común y de la propia Unión Europea. Sí, Gil y Carrasco, el poeta triste que dicen los cansinos, embajador en Berlín estudiando a fondo el Zollwerein y abriendo relaciones diplomáticas entre España y Prusia.
Una pintura para la nación
Los nudos emocionales se entrecruzaron en la calurosa tarde madrileña. A la tertulia con José María Gil-Robles, que fue presidente del Parlamento Europeo, se unió, recién llegado de Bruselas, el eurodiputado leonés Ibán García del Blanco, responsable de Cultura en la Ejecutiva Federal del PSOE. ¿Qué pensaría Enrique Gil, el más sensato de los liberales y revolucionarios, de lo que está pasando ahora mismo en Europa? Otra línea de fuerza cruzó la noble estancia de la calle del Pez: 'Una pintura para una nación'.
El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga por el Absolutismo, en 1831, pintado por Antonio Gisbert. El inmenso lienzo, inmenso en todos los sentidos, es el centro de gravedad de la muestra 'Una pintura para una nación' que se expone estos días en el Museo del Prado. La impresionante mirada de Torrijos ante la muerte como grito de libertad, cuyo eco retumbó entonces y aún retumba en toda Europa, y nosotros en la calle del Pez reflexionando sobre Enrique Gil, quien escribió en 1839, como también lo hizo Espronceda, el poema 'A la memoria del general Torrijos'.
¿Por qué Enrique Gil y Espronceda rinden homenaje a la memoria de los casi cincuenta liberales fusilados por el Absolutismo? ¿Y qué lección histórica, qué ejemplo nos da, quiénes serían en 2019 los golpistas fusilados por nuevos absolutismos? Me lo pregunto ante el cuadro de Gisbert, en la fresca sala del Prado, donde recito mentalmente el poema de Gil, a quien tanto gustaba este museo, que conoció casi desde su creación. Hilos emocionales que se entrecruzan, como los ríos que fluyen por el subsuelo de Madrid.
Cercano al Prado, un río subterráneo pasa bajo los cimientos del palacio de la Real Academia Española, donde me aguardan, para redondear la jornada literaria, José María Merino y Luis Mateo Díez, nuestros académicos. No quisiera ser empalagoso con la gratitud, pero la deferencia de Merino y Luis Mateo conmigo, su sincera amistad y afecto, es un lujo y un orgullo, y acabarán consiguiendo que escriba, como me recomiendan, la biografía pendiente de Enrique, donde anudar y desanudar los lazos que atan y desatan a Gil con Torrijos y a Torrijos con la libertad, y a la libertad con Espronceda, y con París y Europa, y con el exilio romántico en Londres; y al Gil viajero en su Grand Tour europeo con Byron, cuyo círculo emocional cierra de nuevo Torrijos: "Mito byroniano –escribe Javier Barón en Una pintura para una nación– en su lucha primero por la independencia y luego por la libertad».
La deconstrucción pendiente
José María Merino, Luis Mateo Díez, José María Gil-Robles, Jaime Gil-Robles, Ibán García del Blanco, yo mismo con mi Sísifo giliano a cuestas, cada cual leonés y europeo a su manera, reflexionando sobre la actualidad de Gil, tan contemporáneo, y la vigencia de su poema libertario.
Cada hilo de la vida y obra de Gil es un ovillo inmenso, enredado en las vanguardias europeas. "Si hizo todo eso, y dejó una obra tan imponente en apenas diez años de vida literaria, qué no hubiera escrito Enrique Gil de haber gozado una larga madurez. Habría sido el autor más sólido del siglo XIX español y su retrato presidiría hoy este despacho".
Estamos en el despacho del director de la Real Academia Española, el jurista e historiador Santiago Muñoz Machado, y preside la amigable recepción nada menos que un retrato del duque de Rivas, buen amigo de Gil, otro hilo emocional que fluye como los ríos sumergidos bajo los cimientos de este palacio.
El duque de Rivas, Ángel Saavedra, fue director de la RAE, nos explica Muñoz Machado, y a buen seguro, piensan Luis Mateo Díez y José María Merino haciéndome un guiño, Enrique Gil tendría aquí un retrato y un busto si no hubiera encontrado la muerte tan temprana en Berlín.
Hacemos entrega al director de la RAE de un ejemplar de Le Seigneur de Bembibre para completar la colección de las obras completas y la edición de The Lord of Bembibre que en 2015 y 2018 recibió el entonces director Darío Villanueva. Todo Enrique Gil al fin en la Academia, la casa que le corresponde por derecho natural póstumo, fraternalmente acompañado por nuestros embajadores en el Parnaso, Díez y Merino.
Santiago Muñoz Machado acoge el hermoso volumen en francés y escucha con agradecida atención, y sorprendido, sabrosos detalles sobre la vida y obra de Gil, nuestro primer escritor europeo, el gran desconocido, la deconstrucción pendiente.
Al amanecer, en algún lugar de Europa, tal vez en una playa de Lampedusa o en un campo de concentración de refugiados sirios, las tropas del Absolutismo volverán a fusilar a Torrijos, y Espronceda y Enrique Gil volverán a escribir versos dolorosos. Nos duele España, nos duele Europa. Bajo los cimientos de la RAE–limpia, fija y da esplendor– fluyen vigorosos los ríos de la libertad.