La entelequia del futuro

Por José Antonio Santocildes y Nuria Crespo

16/02/2025
 Actualizado a 16/02/2025
Imagen 16.02.25   LA ENTELEQUIA DEL FUTURO
Imagen 16.02.25 LA ENTELEQUIA DEL FUTURO

El futuro. ¿Qué es en realidad? ¿En verdad existe o tan solo forma parte de un eco lejano que jamás podremos descifrar? ¿Cuál es el verdadero significado que se oculta tras sus hermosas e inquietantes seis letras? El futuro, dícese de lo venidero, de lo que está por acontecer, en realidad no existe, no es, sino que forma parte de una utopía colectiva que nos priva de vivir lo que es más importante: este momento, este instante, lo único que tenemos, lo único real. El futuro es, por tanto, una quimera cruel y despiadada en busca de una atención constante que siempre suele robar, oportunamente resguardado bajo capas de dulces sonidos que nos invitan a soñar, tomando la forma de un siniestro fantasma para engatusarnos con ambiguas promesas que no suele consumar. Promesas luminosas, a menudo inalcanzables, promesas henchidas de magia, carentes de sentido, tan turbias, tan vacuas, tan lejanas, desnudas de toda bondad.

Sin embargo, nos gusta imaginarlo, sí, gustamos de vestirlo con ricas y delicadas sedas y adornarlo con deslumbrantes joyas que en realidad no podemos costear. Nos encanta maquillarlo con verdes esperanzas y sueños bordados con lujosos hilos de oro que pocas veces se cumplirán. Porque el futuro es escurridizo, inaccesible, burlón y sagaz. No necesita amigos, se conforma con su propia irrealidad, alimentándose de ella cada vez que te dejas embriagar por sus dulces llamados, cada vez que te dejas arrastrar por vagas ensoñaciones vacías de realidad. El futuro nos deslumbra con hermosas imágenes que no siempre podemos controlar, tejiendo trampas, mullendo el camino, para conseguir que descansemos a su lado una vez más, para conseguir que nos fundamos en su abrazo, en el sosiego de su tacto, ese que siempre nos invita a soñar. No obstante, la inconsciencia del perjuicio que supone perdernos en sus hermosos jardines o en sus intrincados laberintos, no siempre conduce a un bonito final.

Sí, es muy gratificante vivir rodeados por paisajes inexplorados o ilusorios cuentos de hadas cuyo final siempre es el que esperamos, siempre feliz, siempre ideal. Sin embargo, la ensoñación puede ser un arma fatal: lo que deslumbra también puede cegar, porque el futuro nos arrastra sin descanso, sin piedad, a un grotesco mundo de ficción y fantasía que en muchas ocasiones no sabemos manejar. Nos conduce de su mano, con una misteriosa sonrisa en su rostro, a una ilusión fugaz. Ilusión que tan solo halla habitáculo en la mente, en lo inexistente, en la intangibilidad. Ilusión pasajera, tan superflua como trivial.

Futuro, aniquilador de realidades, arquitecto de castillos inaccesibles, constructor de mundos sin solidificar. Futuro, futuro, tan lejano, tan cercano, tan vivo y tan muerto en un solo compás. Nos coloca sin esperarlo en circunstancias sombrías y salvajes que a menudo no logramos asimilar, temiendo lo que aún no ha sucedido, ansiando lo que nunca llegará. El futuro se cuela por nuestros rincones más solitarios, aprovechando esa distracción que siempre nos suele arrastrar, caminando a hurtadillas, insistiendo en la evocación de retazos amargos, vacíos y solitarios, vislumbrando escenarios lóbregos que a nadie le gustaría transitar. El futuro es capaz de estremecernos con violentos pasajes que jamás se corresponderán con la realidad, sumergiéndonos en aguas gélidas, helándonos por dentro, impidiéndonos respirar. Insistente hasta el hartazgo, segundo a segundo, de manera letal, siempre listo y preparado, siempre pendiente para volver a atacar, secuestrando nuevamente nuestra mente y nuestras grietas sin vigilar, alterando la vida, metamorfoseando emociones, en un continuo viaje con un incierto final.

Por ende, el futuro tan solo puede erigirse mediante las baldosas del ahora, día a día, paso a paso, asentándose sobre sólidas bases que se encargarán de arraigar nuestros sueños más cálidos y nuestros objetivos más anhelados, pero eso sí, siempre sobre el sustento de la realidad, encargada de avanzar hacia cumbres que se antojaban imposibles, pero que poco a poco vamos a conseguir alcanzar.

Así pues, dejemos de insistir en habitar mundos imaginarios que fuera de nuestro alcance siempre parecen estar, y sigamos caminando en la certeza del instante que siempre parece brillar, indicándonos el camino, resolviendo acertijos, como parte de un juego hermoso que siempre quisimos descifrar, porque, ¿qué nos queda sino el instante que nunca hemos aprendido a habitar?

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