De pronto, por un hueco del norte, he visto un resquicio para salir de mi propia monotonía y dejar que las musas me lleven a visitar otros lugares, otras formas y colores bastante más… artísticos. Ruego a los dioses, eso sí, que me acompañen en este viaje que hoy comienzo en La Nueva Crónica de León y que finalizará… ¡quién sabe dónde y cuándo! No tengo prisa alguna por saber lo que me depara el futuro. La verdad es que todo depende del interés que me ofrezcan los dueños de su arte y la voz de sus susurros. Algo muy especial, por otra parte. Y me encuentro muy feliz de que las partículas de difusión se hermanen con las literarias para salir al paso. Mi deseo, al recorrer tan largo camino, es contar con las fuerzas suficientes para bordear los charcos donde se bañan los sapos de barro. Juro que, siempre y en todo momento, voy a intentar ser yo mismo sin dejar sombra alguna por las esquinas, y prometo llevar las riendas sueltas hasta donde alcance mi conocimiento. No seré juez sino parte. Ahora bien, para cubrirme en salud, no está nada mal recordar a los que me sigan cómo testigos de mis palpitaciones que soy humano, y por lo tanto puedo llegar a escoger el camino equivocado. Si así fuera, pido perdón de antemano. Prometo, en cualquier caso, llevar a buen término cada semilla de esa flor que yo, desde ahora mismo, llamaré «arte». Y como en mi mochila de viaje no me hace falta ni cepillo de dientes ni jabón alguno para lavar las manos, cual Pilatos, os diré que para hacer realidad este sueño tan solo he necesitado tiempo libre para citar al interesado/a, ir a su encuentro y… escuchar. Ver y escuchar. Y fotografiar su rostro y una parte de su obra, también, para que todos conozcamos el «quién es quién», así como, al menos, disponer de un ejemplo de la savia fosilizada, que emana de su fuente de madera, de piedra, de mármol, de hierro, de acero inoxidable, de latón, de gres o… del material que proceda en cada momento.
Hoy, repito, me encuentro muy feliz porque –cambiando de registro– empiezo a colaborar una vez más con La Nueva Crónica de León. Lo hago con una serie de artículos y un objetivo principal: conocer a cada uno de los escultores que navegan por mi misma orilla, así como, al menos, una o varias de sus obras. Escultores leoneses o vinculados a nuestra tierra, con obra pública o no. Escultores vivos o ya fallecidos; que sean famosos o no y, también, aquellos a los que se les ha de dar un empujoncito para que su barca comience a navegar.
Por si no ha quedado claro, insisto: a partir de hoy, todos los jueves, en ‘Escultores leoneses en mi camino’ –mi sección en La Nueva Crónica de León– aparecerá uno de nuestros artistas. Cada artículo –así fue mi propuesta inicial– se alimentará de lo que cada cual –cada artista– me cuente o esté interesado en que se difunda. Ahora bien, nada ni nadie me va a privar de utilizar mi toque creativo-literario-personal. No lo voy a permitir por un simple principio: quiero que las palabras que se reproduzcan en tinta puedan volar y se disfruten en plena libertad literaria.
Con la esperanza de que esta serie suscite en los lectores de La Nueva Crónica de León un mínimo interés, me despido de todos vosotros hasta el próximo día 25, cuando, entonces sí, presentaré al primero de una larga lista de autores que han dejado a sus espaldas huellas de polvo; de virutas y de serrín; de esquirlas de piedra, de hierro o de acero; de salpicaduras de barro o, en fin, de mucílagos que han de unir los objetos muertos para otorgarles la vida y la visión luminosa que se encierra en la piel de sus volúmenes. Arte, sabiduría y belleza, en definitiva, creadas por un ser inteligente al que denominamos un gran artista/escultor en… León.
Hasta entonces.
Gregorio Fernández Castañón es escritor, editor y máximo responsable del proyecto editorial Camparredonda, que incluye el Premio ‘La armonía de las letras’.