El arte leonés está de luto tras conocerse este martes el fallecimiento a la edad de 95 años de uno de sus grandes referentes, el pintor Alejandro Vargas.
Nacido en 1929 fue maestros de muchos artistas de la provincia, además de ser una figura importante dentro del arte abstracto de este país. Su relación con otros nombres de la literatura y el arte, como Antonio Gamoneda y Manuel Jular, o el legado que dejó en alumnos como el escultor Amancio González, hablan claro de la relevancia de Vargas en el arte leonés.
Muchos fueron los leoneses que se han acercado este martes a la sala 10 del tanatorio de Eras de Renueva para dar el último adiós al artista, cuyo funeral tendrá lugar este miércoles a las 16:00 horas en la iglesia de los Agustinos.
El director del Departamento de Arte y Exposiciones del Instituto Leonés de Cultura, Luis García, es un buen conocedor de la trayectoria artística de Alejandro Vargas y destaca en un primer momento su pertenencia a la clase media leonesa que le va a permitir tener acceso a la cultura. «Hay que tener en cuenta que en todo este periodo de posguerra lógicamente el tener acceso a la cultura era un hecho muy relevante. Él era un gran lector en un periodo en el que la dictadura ejercía un férreo control sobre las publicaciones pero en realidad había mucha permeabilidad. A León llegaban publicaciones que estaban totalmente prohibidas, principalmente de Latinoamérica a través de contactos y librerías, de tal manera que en León incluso había una librería en la cual se podían conseguir libros vinculados a todo el territorio de la izquierda», sostiene García, que compara el caso de Alejandro Vargas con el de Eduardo Arroyo, que también tuvo una formación intelectual muy importante leyendo a escritores de izquierdas. «Lo que pasa es que en un ambiente como el de León de aquella época a él le asfixiaba bastante y eso es lo que hace que se traslade a París a principios de la década de los cincuenta y propicie su encuentro con Arrabal. Él se introduce en las vertientes radicales que se están produciendo en Europa en esos momentos e incluso va a tener una vinculación estrecha con el maoísmo.En París desarrolla una pintura vinculada a lo que sería la abstracción lírica pero con una carga geométrica bastante importante», destaca el responsable de arte del ILC, que subraya un hecho a su juicio relevante que viene a contradecir la tesis del profesor Javier Hernando Carrasco de la no existencia de conexión entre el arte leonés y los movimientos europeos. «Precisamente existe un punto de inflexión por el cual no es cierto que hasta 1995 con su exposición ‘León punto y aparte’ realmente no se produzca esa conexión con movimientos europeos. Ya la tenemos aquí con Alejandro Vargas, que se encuentra en París trabajando en tendencias de la abstracción».
Luis García recuerda la primera exposición abstracta en León con Alejandro Vargas y Manolo Jular a principios de los años sesenta en la sala de exposiciones de la Diputación Provincial en el Palacio de los Guzmanes. «Alejandro Vargas por entonces ya es un artista muy importante con una pintura matérica, fuerte y densa. En su regreso a León va a recuperar una cierta figuración, abandona el territorio de lo que sería la abstracción y se introduce en un ámbito que es la neofiguración, donde vuelve a recuperar la figura humana con una cierta carga melancólica y con una carga también expresionista».
La influencia oriental es otro aspecto destacable dentro de la trayectoria artística de Alejandro Vargas, que le lleva, a juicio de García, «a caer en un paisaje ensimismado en el que la pincelada se desmaterializa y alcanza por así decirlo un cierto reenfoque de lo que sería la abstracción, si bien desde la perspectiva del paisaje. Es una pincelada desmaterializada donde la luz se convierte en una herramienta fundamental y clave para interpretar».
En opinión de Luis García, León se convierte para Alejandro Vargas a su regreso «en un refugio interior, en un espacio de paz y de tranquilidad frente al bullicio que él había intensificado tanto en París como en Londres y Madrid».
Su estrecha relación de amistad con el poeta Antonio Gamoneda merece un capítulo aparte. «Alejandro Vargas va a formar parte de las tertulias que organiza Gamoneda en torno a su figura y él precisamente va a trabajar en la institución Fray Bernardino de Sahagún y va a ser, por así decirlo, un diseñador muy importante de todas las publicaciones de ese periodo. De hecho el despacho de Antonio Gamoneda estaba justo enfrente al de Alejandro Vargas, justo aquí en el edificio Fierro; es decir, que también desde la perspectiva institucional está intensamente vinculado a la amistad y la gestión de Antonio Gamoneda.Lógicamente, forman ese círculo cultural, dinámico, donde las actividades pictóricas, las exposiciones colectivas y demás estaban sobre la mesa».
Otra faceta importante de Alejandro Vargas fue la de formador a través de la academia que tenía en Padre Isla, por la que pasaron infinidad de artistas, como José Antonio Sarmiento o Amancio González, que siempre ha destacado a Vargas como su maestro y mentor. «Siempre he dicho que tuve la suerte de encontrar a Alejandro cuando más lo necesitaba. Con 17 años empiezas a descubrir la vida y de alguna manera empiezas también buscarle un sentido. En su academia él se encargó de despertar en mí la pasión por el arte y eso me ha servido hasta el día de hoy. Por eso siempre lo reivindicaré, porque no es fácil encontrar algo que estimule levantarte todos los días y en el caso de Alejandro parece que fue la persona que se encargó de ello», indica el artista de Villahibiera, que recuerda que en sus clases hablábamos no solo de arte. Él era un hombre muy sabio, un hombre que hablaba de filosofía, de cultura clásica, moderna, de arte, de religión, porque a él le interesaban todas las culturas, incluso llegó a escribir en árabe y algo de chino. Era sorprendente y hasta el último día conservó una gran lucidez. El sentido del humor nunca lo perdió y eso yo creo que también me sirvió para no tomarme tan en serio ni los fracasos ni los éxitos. Y poco más te puedo decir, que es un día triste y me queda la sensación de que a esta persona nunca la voy a decir adiós. Yo creo que los maestros siempre parece que se reencarnan en sus alumnos y ese poso que sembró dará fuentes, pero no solo conmigo porque por su academia pasaron cientos de personas que hoy tienen de alguna manera una estrecha vinculación con el arte», concluye Amancio.