Fantascopio

Bruno Marcos escribe sobre la exposición fotográfica ‘Despoblados’ que se puede ver en el Museo de los Pueblos Leoneses hasta febrero

25/01/2025
 Actualizado a 25/01/2025
Una de las imágenes de la exposición del Museo de los Puieblos Leoneses es la captura de Quintana de la Peña. |  J. A. CALVO
Una de las imágenes de la exposición del Museo de los Puieblos Leoneses es la captura de Quintana de la Peña. | J. A. CALVO

En el mismo instante en el que José Arcadio Buendía vio la primera fotografía de su vida, pensó que, si se había capturado el espacio y el tiempo, tenía que poderse sacar el retrato de Dios.  

Con la aparición histórica del invento de la fotografía se produjeron fenómenos extraños, por un lado, se veía cumplida la aspiración ancestral de duplicar el mundo parando el tiempo y, por otro, se despertaban infinidad de supersticiones. Una de las más curiosas era la de su posible capacidad para registrar lo fantasmal, que vino a ser respaldada por la invención de los rayos X de Roentgen. Si se podía ver el interior, atravesar la materia, por qué no capturar las apariciones de los fantasmas de los que se llevaba hablando a lo largo de toda la historia. De hecho, la posterior aparición del cine, que se propaga de forma inmaterial por el aire hasta la pantalla, producía la escenificación exacta de lo fantasmagórico: algo que se ve pero que no está. 

¿Qué fueron sino ilusiones fantasmales los abuelos del cine, el zootropo, el fenaquistoscopio o el fantascopio? Casi todos los inventos de la parapsicología moderna que se ven en las películas de miedo son adaptaciones de cámaras fotográficas, de vídeo o grabadores de audio; aparatos que se dejaban en casas abandonadas, cámaras encendidas una noche entera en cementerios o parajes en los que habían ocurrido dramas sangrientos.

Quintana de la Peña. | J.A.CALVO
Quintana de la Peña. | J.A.CALVO

He acudido con interés a ver la exposición fotográfica sobre pueblos abandonados que hay en el Museo de los Pueblos Leoneses pensando que está siendo olvidado el tópico del paraíso rural perdido y que las imágenes expuestas, si eran actuales, estarían desprovistas de la melancolía que suele impulsar estos trabajos.

En las tomas fotográficas de José Alberto Calvo, efectivamente, hay muy poco ya de eso, o nada; son únicamente el retrato mismo del abandono, de hecho, se alejan de la naturaleza sugerente de lo fotográfico al carecer del estímulo necesario para que el espectador las pueble de fantasmas imaginando. Los lugares que se ven no tienen ni tiempo ni espacio, son sitios que ya no son sitios, que no cambian, que sólo son recuperados, poco a poco, por la naturaleza, espacios en los que no pasa nada, en los que no hay nada que retratar más que el olvido, pruebas que constatan que la desaparición del mundo rural es un hecho irreversible. El fantascopio no ha registrado nada, no hay ni fantasmas.

José Arcadio Buendía, después de sacar decenas de fotografías por todas partes del pueblo de Macondo, inventado por García Márquez en ‘Cien años de soledad’, dijo: «Dios no aparece por ningún sitio».

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