Gaudí, en el Camino de Santiago

Por José María Fernández Chimeno

21/08/2024
 Actualizado a 21/08/2024
Palacio Episcopal de Astorga en estado de abandono en 1893.
Palacio Episcopal de Astorga en estado de abandono en 1893.

Realizar el Camino de Santiago «se parece más bien a peregrinar hacia Ítaca siguiendo el manual de instrucciones del célebre poema de Konstantínos P. Kaváfis; sabiendo que la playa a la que soñamos con arribar se aleja de nosotros siempre que estamos seguros de hallarnos próximos, pero sin desesperarnos por ello; antes bien, aprovechando la larga e incierta travesía para crecer espiritualmente.» (Rumbo a Ítaca / Víctor Luis Guedán Pécker)


En medio de la noche y de un mar embravecido, como aquel Egeo que surcaron Ulises y Pausanias en sus viajes, un marino debe orientar la nave tomando como norte la Estrella Polar. Ítaca no está a la vista, pero está seguro que, al mirar el astro que permanece inmóvil en el cielo nocturno, este le marcará el norte con su resplandor y aun siendo inalcanzable, llegará a salvarle de un más que previsible extravío. En el Camino de Santiago sucede algo parecido. El peregrino necesita de la «estrella amarilla» que le guíe. Al contemplarla sabrá que se dirige a Compostela.


Hoy, como ayer, la Ruta Jacobea sigue siendo un camino cargado de enigmática atracción y oculto simbolismo, tanto como la vuelta de Ulises a Ítaca. Por eso: «Que Ítaca esté siempre en tu memoria. Llegar allí es tu meta. Pero no te des prisa en tu viaje» ya que con el largo trayecto «rico en saber y en vida como te has vuelto, al fin comprendes lo que son las Ítacas.» (Ítaca / Kaváfis). Emulando al poeta nacido en Alejandría, el peregrino ha de saber que, aunque la meta esté siempre en su memoria, no debe tener prisa por alcanzar el tan ansiado destino; pues, entre más se demore en llegar, más «rico se volverá en conocimiento y vivencias», comprendiendo finalmente lo que significan «las Compostelas». Esta es la Primera Metáfora que nos depara el Camino de Santiago. Una metáfora que nos lleva al pasado, al origen de las peregrinaciones, desde la Odisea de Homero hasta la Baja Edad Media, donde se hacían «por propia voluntad, por voto o promesa y por penitencia» (Partidas de Alfonso X), pero nunca con apremio. Otra gran época de peregrinación es la actual. En ella, se puede elegir hacer el largo camino en solitario y bicicleta o en grupo y caminando; hacerlo por etapas de un solo tirón o planificarlo a lo largo de varios años; verse motivado por una cuestión religiosa, cultural o social. Con ser loables las razones que le llevan a peregrinar, salir de un entorno social estable y lanzarse hacia un mundo desconocido, todavía más trascendente es estar in itinere.


Para que se comprendan mejor las metáforas que hoy mueven el Camino de Santiago, recurriré al escritor Paul Auster (1947/2024). En su libro ‘El Palacio de la Luna’ (1989) narra la vida de Marco Stanley Fogg. Al final de la novela, tras cruzar Estados Unidos –desde Nueva York hasta California–, llega ante el océano Pacífico «llevado por una creciente sensación de felicidad. Sentía que una vez que llegara al final del continente hallaría respuesta a una importante pregunta, pero la respuesta la habían ido formando mis pasos y solo tenía que seguir andando para saber que me había dejado atrás a mí mismo, que ya no era la persona que había sido.»

 

Imagen jardin sinagoga
Jardín de la Sinagoga (Astorga).

Sin proponérselo… o quizá sí, Paul Auster «recurre a la novela de aventuras a lo Julio Verne, a los folletines del siglo XIX y hasta a la novela victoriana para construir uno de los libros más sutiles, más llenos de resonancias de la literatura americana contemporánea» (reseña del propio libro), que vienen como anillo al dedo para quienes hoy en día recorren el Camino de Santiago. Y si el peregrino decide acudir hasta Finisterre, luego de abrazar al Patrón Santiago y lograr la Compostela (acreditación del viajero), puede que opte por quitarse las botas y notar la arena bajo la planta de sus pies, para, acto seguido, pensar lo mismo que Marco Stanley Fogg: «Había llegado al fin del mundo, más allá no había más que aire y olas, un vacío que llegaba hasta las costas de China. Aquí es donde empiezo, me dije, aquí es donde la vida comienza.»


Esta es la «segunda metáfora» que nos lleva a reflexionar. Una metáfora adecuada para el presente, para el motivo por el cual se siguen realizando las peregrinaciones, ya sea a los Santos Lugares o de forma más prosaica al icónico Monte Everest. El ser humano necesita de respuestas que den sentido a su existencia. Cuando la vida pierde su atractivo o se busca una sólida razón para vivir, entonces el mejor antídoto para no caer en la locura es ponerse in itinere.


Sin embargo, desde el Renacimiento hasta el Siglo XX, el Camino de Santiago tuvo su época de decadencia. Cuando en el año 1889 llegó a la ciudad de Astorga un joven arquitecto que arrastraba consigo una grave crisis existencial (con 37 años), no quedaba apenas testimonio de la presencia de peregrinos jacobeos. No obstante, en ese laxo de tiempo, la ciudad no perdió el afán emprendedor y fueron los arrieros maragatos quienes aportaron la mayor parte de la riqueza al erario municipal, adquiriendo la fama de ricos, gracias a su ingenio comercial, hasta la llegada del ferrocarril en 1866. A finales de 1883 se inauguró la línea completa entre Madrid y La Coruña, lo que permitió que muchos empresarios decidieran emprender en Astorga la «aventura fabril». «De entre todas ellas descollaba una fábrica modelo. La industria harinera del empresario José Gómez Murias (natural de Mazaira/Lugo) […] desde 1887, con el nombre de La Santa Teresa.» [ver artículo en LNC, titulado: ‘Gaudí, en la ciudad del chocolate’ (16/08/2023)].

 

Imagen obispo
El obispo Juan Bautista Grau y Vallespinos.

Ciertamente Astorga era a finales del siglo XIX una urbe en plena efervescencia industrial y comercial, que se veía inmersa en un sorprendente «renacimiento» cuando se produjo el arribo de Antonio Gaudí a la estación de Ferrocarril del Norte. Llegaba «en el día de la colocación de la piedra fundacional, coincidiendo con la onomástica del obispo Juan Bautista Grau i Vallespinos, el 24 de junio de 1889. El visionario prelado que había creído en el genio de Gaudí «aún inédito y con fe ciega y sin regatear medios», no solo puso en sus manos la concepción y realización del Palacio Episcopal, sino que también le acogió en las dependencias del Seminario próximas a la suya, le instó a que asistiera a los oficios litúrgicos y juntos deambularon en las tardes de estío por el Paseo de la Muralla hasta llegar al idílico Jardín de la Sinagoga. Más adelante, el obispo Grau le permitió involucrarse en sus visitas pastorales por las tierras de la Maragatería, bajo el paisaje austero […] acrecentando en Gaudí su profundo catolicismo y fortaleciendo su carácter.» [artículo publicado LNC: ‘Reflexiones sobre la estancia de Antonio Gaudí en Astorga’. (27/08/19)] Experiencia religiosa que el peregrino actual tiene la oportunidad de experimentar si él lo desea.


Tras la muerte accidental de obispo de Astorga, y en total desacuerdo con los canónigos de la catedral, presentó su dimisión y retornó a Barcelona. «Al año siguiente, en la cuaresma de 1894, tras no comparecer a las obras, sus colaboradores, Francesc Berenguer (delineante) y Joan Rubió (arquitecto), decidieron ir a verle a su casa en la calle Diputación, 339. Quedaron sorprendidos de que Antoni estuviera haciendo un «ayuno cuaresmal», tan riguroso, que corría el peligro de morir de inanición, vestido y calzado –tal como se hallaba echado en la cama–, y recurrieron al doctor Torras i Bages, consiliario del Círculo Artístico de Sant Lluc y de la Unió Catalanista. El clérigo le exhortó a que dejara la rigurosa abstinencia (remedo de la que los eremitas practicaban en la Tebaida berciana), y con más motivo en su caso, pues el designio de Dios para él era otro: que se dedicara en cuerpo y alma al Templo de la Sagrada Familia. Gaudí recuperó la voluntad de vivir y se iluminó su semblante, levantándose de inmediato.» (Ibídem)

 

Imagen fuente moruna
Fuente 'moruna' en el Jardín de la Sinagoga de Astorga.

¡Y claro que se levantó del camastro, dispuesto a cambiar el rumbo de la historia de la arquitectura contemporánea, con sus «formas equilibradas»! Sobre este peculiar suceso se han vertido ríos de tinta, aunque en lo que pocos investigadores gaudinianos han reparado es que la «milagrosa recuperación» de Gaudí, de no verse paralizada con la inesperada muerte del obispo Grau, hubiera sucedido en Astorga, dentro del Camino de Santiago. Cuatro años después (1898) comenzó a experimentar junto a Joan Rubió (arquitecto calculista) y Josep Mª Jujol (arquitecto y acuarelista) con la «maqueta funicular», cuyo resultado, de arcos parabólicos auto-soportantes, estaba destinado a provocar el efecto anagógico, de elevación y enajenamiento del alma en la contemplación de las cosas divinas; adelantándose a la nueva arquitectura religiosa del siglo XX con la Iglesia de la Colonia Güell (1898/1916). Esta obra acabó siendo un proyecto fallido, tras la muerte de su magante D. Eusebi Güell, pero del que Rubió se aprovechó para diseñar la nave central de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1918/22), en Gijón (Asturias).


Mas, volvamos a la ruta de peregrinación, en la cual, el viajero que la transita llevado por una creciente sensación de felicidad encuentra respuestas a las trascendentales preguntas que cada día se hace, pues se han ido formando con sus pasos. Dos bellas metáforas, por consiguiente, nos ofrece la Ruta Jacobea; dos metáforas que Antonio Gaudí –sin haber realizado el Camino– experimentó en primera persona. Si no, ¿cómo se puede entender la transformación religiosa que sufrió durante sus largas estancias en Astorga, deambulando en compañía del obispo Grau por el Paseo de la Muralla? Paseos en los cuales «a cada paso que daba se iba dejando atrás a sí mismo, para luego (en Barcelona) darse cuenta que era otro distinto». Y, también, ¿cómo se puede explicar su dedicación en exclusiva a la titánica construcción del templo de la Sagrada Familia (de 1914 hasta su fallecimiento en 1926) a sabiendas de que jamás lo vería terminado? Solo por la convicción de que «Ítaca está siempre en tu memoria. Llegar allí es tu meta. Pero no te des prisa en el viaje…, pide que tu camino sea largo, rico en vivencias y en conocimientos».


A tenor de lo expuesto, cabe suponer que Gaudí halló en Astorga la respuesta, y puso la primera piedra del «camino espiritual» que habría de cambiar su vida… y transformar la arquitectura. 
 

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