"El arte de Gaudí –una floración del Art Nouveau mucho tiempo después que hubiese sido descartado por arquitectos y diseñadores más cuerdos- es realmente un eslabón entre esa sublevación de la década del noventa […] todo ello, no obstante sobrepasar de muchas maneras el Art Noveau occidental, sólo puede ser comprendido dentro del periodo de ese efímero estilo".
(Pioneros del Diseño Moderno / Nikolaus Pevsner. Ediciones Infinito, 1972).
Han pasado 50 años desde estas declaraciones y hoy no todos los Historiadores del Arte estamos de acuerdo. Lo corrobora la ‘Ruta Gaudí (por el Noroeste de España)’ (Edit. Eolas. 2017), ya que se adelanta casi una década al Modernismo y se prolonga casi otra, después de su desaparición. Si tenemos en cuenta que El Capricho de Comillas (1883/85) es el ΑA, y la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Gijón (1918/22) es el omega de esta ruta gaudiniana, podemos dar por sentado que aglutina tantos estilos como edificios la conforman. El mismo Gaudí consideró «la Belleza por encima de los estilos», pues no es exclusiva de ninguno de ellos.
Ahondando, pues, en sus pensamientos, podemos afirmar que en la ‘Ruta Gaudí (por el noroeste de España)’ pasamos de un etilo neomudejar u orientalista en El Capricho de Comillas, a otro neogótico en el Palacio Episcopal de Astorga, y a un remedo de los castillos del Loira en la casa Botines, para terminar con una aplicación efectiva del lenguaje gaudinista (una de las tres tendencias-manifiesto que Gaudí legó para la posteridad: el postgótico) en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Gijón, bajo la dirección de su arquitecto-calculista Joan Rubió.
En definitiva, veremos una Ruta Gaudí que en su día formó parte de una época de progreso y prosperidad: la «época decimonónica», en la que gracias a los avances científicos y técnicos, la arquitectura sufrió un acelerado cambio. Entre 1892 y 1914 el Modernismo tuvo un abanico de alias en Europa; así, en Bélgica fue llamado ‘Art Nouveau’, en Alemania ‘Jungenstil’ y en Inglaterra ‘New Style’; mientras que en Cataluña fue conocido como ‘Modernisme’. Y, llegados a este punto, ¿se puede afirmar que la casa Tassel (1892/93), proyectada por el arquitecto Víctor Horta, en Bruselas, es la primera obra que rompe los «ismos» de la arquitectura decimonónica?
Dejando aparte los estilos, esta «ruta cultural» no hubiera sido posible sin la aportación de sus más estrechos colaboradores: los promotores, contratistas, arquitectos y maestros de obras (Cristóbal Cascante Colom, Policarpo Arias, Pedro Luengo, Claudí Alsina i Bonafont y Joan Rubió i Bellver). Todos profesionales eficientes, que han quedado retratados a lo largo de dos artículos previos [ver artículos en LNC: ‘Gaudí. Ruta por el noroeste de España (1 & 2 Parte)’].
Para explicar a los lectores en que consiste un ayudante, es menester antes hacerse eco de las palabras que Gaudí, reacio a dejar escritos sus pensamientos, transmitió por vía oral a Joan Bergós i Massó (colaborador del prestigioso arquitecto en algunos de sus trabajos). Alegaba que: «El Arquitecto ha de saber aprovecharse de lo que ‘saben hacer’ y de lo que ‘pueden hacer’ los operarios. Se ha de aprovechar las cualidades preeminentes de cada uno. Eso es: integrar, sumar todos los esfuerzos y darles la mano cuando se atasquen: así trabajan a gusto y con la seguridad que confiere la plena confianza en el organizador». (Joan Jordi Bergós. Pdte. Delegado de la Junta Constructora de la Sagrada Familia / 2002)
Mas, ¿qué diferencia hay entre un operario y un colaborador? En la misma idea ahonda el historiador del Arte Josep María Jujol (hijo), con su ponencia sobre ‘Gaudí y el Modernismo’ (dentro del Ciclo de mesas redondas Madrid, abril-mayo, de 2002); el cual afirma taxativamente: «El arquitecto tarraconense –mi padre–, colaboró con Gaudí desde 1904 hasta 1925 aproximadamente. Es preciso puntualizar que actualmente muchos confunden colaborador con ayudante. El colaborador realiza su propia obra incorporándola a la del genio; hay creación propia. Mientras el ayudante realiza la obra del genio tal como este la ha proyectado y siguiendo puntualmente las directrices emanadas de él; (por consiguiente) no hay creación».
Un ejemplo lo tenemos en el Palacio Episcopal de Astorga. Nada más hacerse cargo de las obras, contó con la inestimable y eficaz asistencia de dos colaboradores: el gran contratista Policarpo Arias (mayordomo de Fábrica de la Catedral astorgana), que, además, contaba con el beneplácito del arquitecto para tomar todo tipo de decisiones respecto a la contratación de personal y adquisición de materiales, y del segundo maestro, Pedro Luengo. Él fue quien ante la dificultad de colocar los tres arcos abocinados de la entrada, que por tercera vez se derrumbaron a causa del frio y el viento, en una noche de invierno, esperó a verle subido al andamio…, hasta que: «Al fin Gaudí, trabajando personalmente la piedra y con ayuda especial de Pedro Luengo, astorgano, quedó la entrada definitivamente en pié». (‘Gaudí en Astorga’ / Luis Alonso Luengo)
La enorme importancia de sus colaboradores, en la consecución de la obras, quedó patente cuando en la primavera del año 1893 falleció de forma repentina el contratista Policarpo Arias; a este le siguió el 18 de septiembre el obispo Grau. Entonces Gaudí tuvo que enfrentarse a la Junta Diocesana que le apremiaba a terminar el palacio de cualquier forma. Reacio, decidió retirarse a León y firmar su carta de renuncia de arquitecto-director, con fecha 4 de noviembre.
Precisamente en León encontró la tranquilidad de espíritu que le faltaba en Astorga, gracias a uno de sus promotores, el empresario textil y cliente de su mecenas Eusebio Güell: D. Mariano Andrés. Este emprendedor leonés estaba imbuido del afán transformador de la época y requería para su negocio de un edificio moderno, que no modernista, y sobre todo funcional. La casa Botines fue construida en tan solo diez meses. Tiene como novedades que se sustenta sobre cimentación perimetral (en aquella época inusual en León), que se introdujo las medidas higienistas de Francia (el cuarto de baño), y que en la planta comercial se aplicó el diseño de «planta libre», sustituyendo los muros de carga por veintiocho pilares de fundición.
Tomaba, pues, ideas del Modernismo, pero con diferente traza. Como afirma Carlos Flórez López (doctor arquitecto), en su ponencia ‘Gaudí arquitecto’, de 16 de abril de 2002: «Gaudí es un genio que se sale de la norma. También del Modernismo. Es muy difícil situarle dentro de una única corriente […] Gaudí y Jujol para mí son como una especie de ‘fumadores pasivos’ del Modernismo, respiraban modernismo…»; pero ambos eran mucho más que simples arquitectos modernistas.