Gaudí, el "maestro" de la Basílica

Por José María Fernández Chimeno

08/04/2025
 Actualizado a 08/04/2025
La iglesia del Sagrado Corazón de Gijón.
La iglesia del Sagrado Corazón de Gijón.

«El trabajo es fruto de la colaboración. El verdadero arquitecto reconoce lo que sabe y puede hacer cada operario, no hay nadie inútil. He cansado mucho a los que han trabajado conmigo, procurando mejorar las cosas. Repetir es un camino de fertilidad; en Beethoven se encuentran temas retomados de 10 años atrás, en Bach lo mismo, Verdaguer corregía siempre sus poesías. La paciencia consiste en esperar, no pasivamente, sino trabajando con persistencia, aunque la solución no se vea cerca». 
(‘Gaudí, su vida, su teoría, su obra’. César Martinell).

Estoy seguro que cualquiera de los operarios que trabajaron para Antonio Gaudí habrían subscrito esas palabras persuasivas, de haberlas conocido. Con esa actitud, Gaudí se dirigía a sus más directos colaboradores (arquitectos como Joan Rubió o César Martinell, maestros de obras como Claudí Alsina, escultores y dibujantes como Joan Matamala y diseñadores como Josep María Jujol i Gibert). En el citado artículo, Jujol (hijo) insistía en que «muchos confunden colaborador con ayudante. El colaborador realiza su propia obra incorporándola a la del genio; hay creación propia. Mientras el ayudante realiza la obra del genio tal como este la ha proyectado…» [ver artículo en LNC: Gaudí. Ruta por el Noroeste de España (3ª Parte) (05-10-23)] y se expresaba la opinión de la enorme importancia de sus colaboradores en la ejecución de las «obras gaudinianas» fuera de Cataluña; aquellas que son consustanciales o inherentes a: 'Gaudí. Ruta por el noroeste de España'. (J. F. Chimeno; EOLAS Ediciones. León, 2017).

En ninguna, como en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús (1918-1922), Gaudí ejerció de «maestro». ¿La razón? Muy sencilla. En las otras tres obras de la citada ‘Ruta Gaudí (por el noroeste de España)’, el genio de Reus era el arquitecto proyectista; son obras, pues, nacidas de su ingenio y construidas en su mayor parte por unos operarios, contratados siguiendo sus instrucciones. Tal sucedió con el Palacio Episcopal de Astorga (1891-1893) y con la Casa Fdez. y Andrés de León (1892-1983), aunque con una licencia notoria, como fue el caso de El Capricho de Comillas (1882-1885), donde el arquitecto Cristóbal Cascante Colom (1851/1889) llevó la dirección de obras a partir de una maqueta realizada por Gaudí en Barcelona.

Sócrates fue el «maestro de Grecia» como Gaudí fue el «maestro de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús», en Gijón. Ambos guardan ciertos paralelismos entre sí. Para empezar, no actuaban como un maestro al uso, que inocula nuevos conocimientos a su alumno; sino que preferían «ayudar al discípulo a aflorar las ideas que éste guardaba en su interior, para analizarlas y saber si eran valiosas y merecían detenerse en ellas o si se trataban de falsedades que se debían desechar». También huían de los grandes auditorios y preferían el diálogo en pequeños grupos de discípulos. El diálogo es, ante todo, una forma de razonamiento, pero, además del recurso al diálogo, la selección de los alumnos era un segundo rasgo que distinguía a Sócrates de los filósofos sofistas…, y a Gaudí de los arquitectos de la época decimonónica, que en su mayoría practicaban la arquitectura ecléctica.

Claudí Alsina i Bonafort (1859 1934) y Joan Rubio i Bellver (1870 1952).
Claudí Alsina i Bonafort (1859 1934) y Joan Rubio i Bellver (1870 1952).

Ambos rechazaban poner precio a sus enseñanzas, pero no por ello cualquiera podía asistir a sus clases, sino que se reservaban el derecho de admitir o rechazar a un candidato a alumno. Y, para terminar esta comparación, ninguno dejó escritos sus pensamientos, pues Sócrates «prefería el calor de la palabra hablada, el diálogo, antes que el frío ejercicio de la escritura. Por fortuna, su intensa y prolongada actividad docente dejó una huella tan profunda en sus discípulos que algunos de ellos, sobre todo Platón y Jenofonte, escribieron amplios relatos de memorias y diálogos con su maestro». Otro tanto sucedió con Antonio Gaudí, quien tuvo a su disposición a los «cuatro evangelistas»” para recoger sus teorías y pensamientos: César Martinell i Brunet, Josep F. Rafols Fontanals, Isidre Puig Boada y Joan Bergòs i Massò. [ver artículo en LNC: El estilo Gaudí. ¿Qué estilo? (I) (01-07-2020)].

Partiendo de la base de que «lo que aprende el alumno es reflejo de lo que enseña el maestro», en la última década del siglo XX, un equipo de científicos italianos descubrió que en nuestro cerebro hay neuronas espejo que «nos permiten reconocer la experiencia de los demás y comprender las emociones ajenas, así como empatizar». (David A. Sousa: Neurociencia educativa). ¿Acaso fueron estas las que Sócrates y Gaudí trasmitieron a sus discípulos? Tal vez, y quizá por eso es necesario leerlos y releerlos, «analizarlos e imitarlos», sabiendo que sus palabras llegaron a cautivar a sus respectivos alumnos; a semejanza del efecto que tiene la «Catedral de León» iluminada por la luna o el brillo del atardecer sobre el «Partenón de Atenas». ¡Nunca parecen lo mismo la segunda vez que se ven! Algo así como cuando releemos nuestras novelas favoritas; entonces las palabras cambian y adoptan nuevos significados.

Sócrates y el «socratismo» dieron paso a una filosofía de la vida que ha perdurado veinticuatro siglos, en términos redondos. Algo más reciente es el «gaudinismo». Lo definió así uno de sus discípulos directos, «el arquitecto César Martinell propone por primera vez esta expresión, en un texto breve, publicado en 1954 […] Gaudí no escribió ningún tratado de arquitectura, pero sus pensamientos supo trasmitirlos, básicamente de modo oral, a sus colaboradores y discípulos más cercanos». Digamos que existe un Gaudí «explicado por él mismo» que conocemos a través de los «cuatro evangelistas» y un gran número de autores -como el que suscribe-, que intentan «analizarlo y difundirlo». No obstante, su justo reconocimiento internacional no llegaría hasta bien entrado el siglo XX. El historiador del arte Nikolaus Pevsner, en su obra ‘Los orígenes de la arquitectura y el diseño modernos’ (de 1968) nos avanza que: «en las dos portadas, (del Palau Güell, sito en Barcelona) Gaudí empleó rejas de tradición catalana y «arcos parabólicos» -la forma del futuro- tanto por su valor decorativo como por el estructural.

Maqueta funicular.
Maqueta funicular.

A parte de las opiniones vertidas por sus «cuatro evangelistas», otros «alumnos aventajados», como el arquitecto-calculista Joan Rubió i Bellver y el maestro de obras Claudi Alsina i Bonafont, supieron aplicar los conocimientos del «maestro» e innovar con «su propia obra, incorporándola a la del genio» para llevar a cabo una obra singular: La Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Gijón. Por consiguiente, se puede afirmar que Gaudí es el «maestro» de la Basílica, el alma mater, y sus estudios empíricos a través de la «maqueta funicular», que diseñó en compañía de Joan Rubió (elemento innovador utilizado entre finales del siglo XIX y principios del XX) para proyectar la Iglesia de la Colonia Güell (en 1908 se comienza la cripta, pero en 1914 se suspenden las obras). Resultados que más tarde se aplicaron a dos encargos de los Jesuitas: la Iglesia de Raimat (Lleida) y el templo de Gijón (Asturias).

Para tal fin, en el particular caso que nos ocupa, el arquitecto-calculista contó con la inestimable colaboración del maestro de obras Claudi Alsina, afincado en Gijón desde 1906. Ambos colaboradores de Gaudí, uno en Cataluña y otro a pie de obra, dieron vida a la actual basílica gijonesa. Es importante resaltar que ambas «iglesias jesuitas» fueron diseñadas y edificadas en vida de Gaudí, por lo que cabe suponer que el «maestro» tuvo sobrado conocimiento de que se estaban llevando a cabo los resultados de los estudios alcanzados con su «maqueta funicular», gracias a estos dos «alumnos aventajados».

Llegados a este punto, debemos de preguntarnos: ¿Cuáles fueron esos resultados?

Estos, como en un cofre aherrojado, se guardan en el interior de la actual Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, desde el año de su consagración, el día de San Fernando (30 de mayo de 1924). Como podemos apreciar, la «forma del futuro» preconizada por Pevsner, presentes en el bajo cubierta de la casa Milá (La Pedrera) y la casa Batlló, adquiere aquí su mayor expresión arquitectónica, valiéndose de los «arcos parabólicos» para conjugar el binomio modernismo-tradición [ver artículo en LNC, titulado: ‘La iglesiona’ de Gijón (22-01-2019)]. Joan Rubió, pues, firmaba el proyecto en 1911, pero por diversas circunstancias que ahora no vienen al caso, las obras no comenzaron hasta 1918 y cuando finalizaron en 1922, gracias al «alumno gaudiniano» y maestro de obras Claudi Alsina, ya era considerada como la de mayor complejidad en Gijón hasta la fecha, por los 27 metros de altura que adquieren los elementos autoportantes de gran resistencia y belleza estética (evitando el uso de arbotantes y contrafuertes en el exterior), que permiten crear un espacio amplio y diáfano en el interior de la nave única (siguiendo el modelo de la Iglesia del Gesù) y que ejercen, además, el «efecto anagógico» de elevación del espíritu. Algo que Sócrates barruntaba por los caminos filosóficos del Timeo (Platón), con idéntico propósito.

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