«La arquitectura es la primera manifestación del hombre que crea su universo, que lo crea a imagen de la naturaleza, sometiéndose a las leyes de la naturaleza, a las leyes que rigen nuestra naturaleza, nuestro universo. Las leyes de la gravedad, de la estática, de la dinámica, que se imponen por la reducción al absurdo: someter o derrumbarse».
(‘Hacia una arquitectura’ / Le Corbusier, 1923)
Una década antes de que se publicara el libro de referencia ‘Hacia una arquitectura’, de Le Corbusier, en 1913, el arquitecto especialista en temas de mecánica estructural y colaborador de Gaudí, Joan Rubió i Bellver (1871-1952), natural de Reus, dejó sus reflexiones en el Anuario de la Asociación de Arquitectos de Cataluña; en el ensayo: ‘Dificultades para alcanzar la síntesis arquitectónica’. En él se dice: «La dificultad fundamental de la solución arquitectónica es hoy, como lo ha sido siempre, escoger apropiadamente las formas que hay que dar a los elementos sustentantes y a los sostenidos a fin de que, íntimamente relacionados, unos no sean sino la continuación de los otros, tanto en sus formas como en las respectivas leyes de su equilibrio».
Joan Rubió i Bellver fue de los primeros arquitectos españoles que, tras su colaboración con Antoni Gaudí, llevó a la práctica las teorías que sobre la Iglesia de la Colonia Güell (diseñada a través de una maqueta funicular) había pergeñado el genial arquitecto. En el mismo ensayo se dice: «Es preciso ir hacia la ejecución más o menos acertada de templos hechos con verdadera simplicidad: hacia la implantación de formas y organismos que tengan estabilidad per se, y que para mantener el equilibrio no tengan necesidad de recursos supletorios visibles o invisibles». Rubió y sus otros discípulos coincidían en la primera propuesta para el templo, que suponía un perfeccionamiento del gótico (postgótico), ya que, gracias a la utilización de los arcos parabólicos muy peraltados, no eran necesarios los contrafuertes y arbotantes (recursos supletorios visibles), tildados por Gaudí de «muletas de la arquitectura gótica». (Martinell, 1951/54; Puig Boada, 1981)
Gaudí empezó su particular relación con «la línea de Dios» tratando de proyectar, desde el principio de su carrera profesional, con formas estables. Para tal fin se valió de la catenaria (este término deriva del latín catena, cuyo significado es cadena). El arco catenario es un tipo de arco cuyo perfil coincide con el de una curva catenaria invertida, y es la forma ideal para el arco que se soporta a sí mismo. Este principio le sirvió a Gaudí para proyectar la nave industrial de la Cooperativa Obrera Mataronense, ejecutada en 1883 en Mataró. Gaudí, que utilizó la catenaria ampliamente, construida en ladrillo y piedra, llegó a decir de ella: «... la catenaria da elegancia y espiritualidad al arco, elegancia y espiritualidad a la construcción entera, evita contrafuertes, el edificio pesa menos, gana una gracia vaporosa y se aguanta sin raros accesorios ortopédicos».
Siguiendo el mismo principio de la inversión de la cadena colgante, a la hora de obtener el arco catenario Gaudí utilizó en algunos casos, para el diseño de sus estructuras, la estrategia de la maqueta colgante (maqueta funicular). Por ejemplo, en el aludido proyecto de la iglesia de la colonia Güell, creo una reproducción a escala 1:10 para las medidas de longitud (1:10.000 para el peso), en la que mediante hilos -que simulaban columnas y arcos y pesos suspendidos, para reproducir las cargas-, conseguía determinar las formas adecuadas. El trabajo sobre el proyecto de la iglesia de la Colonia Güell permitió estudiar a fondo el sustento y la mecánica de arcos y bóvedas de cualquier forma. Tal como dijo el propio Gaudí, si se hubiese finalizado hubiera sido «una maqueta monumental de la Sagrada Familia».
De cualquier manera, a pesar de la óptima calidad del arco catenario, así como de otras formas estáticamente estables –como la parábola invertida u otros arcos antifuniculares–, durante mucho tiempo se consideró que tenían formas poco elegantes y no se aplicó en la arquitectura clásica. Pero Gaudí no lo vio así y recurrió a principios naturales en las soluciones estructurales de sus creaciones, destacando los del Colegio de las Teresianas (1889-1890), la casa Batlló (1904-1906), la casa Milá (1906-1910) o la estudiada cripta de la colonia Güell (1908-1915).
Tan convencido estaba el arquitecto-calculista Rubió de lo acertado de los planteamientos de su maestro, que comenzó a trabajar con Gaudí recién licenciado en 1893. La admiración llegó a tal punto, que en el ensayo dice: «Acaso hasta hoy el único que ha encarado la solución de estos trascendentales problemas de la compresión, haciendo avanzar la solución arquitectónica, es don Antonio Gaudí […] las primeras soluciones de plasmación geométrica y mecánica ejecutadas […] son anteriores a 1880 y que todavía hoy, en 1913, los procedimientos científicos [...] (a él) se deben los más complicados y delicados cálculos , de esfuerzos en la compresión, en arcos y bóvedas, que no sabemos que se hayan hecho en ninguna otra ocasión…».
Es innegable, por tanto, la importante labor que Rubió realizó a favor de la difusión de los esfuerzos de Antoni Gaudí por superar el estilo neogótico, evolucionando hacia una complejidad y perfección que se resume en los arcos catenarios y parabólicos (el postgótico). Y, tanto es así, que en dos encargos recibidos de la Compañía de Jesús, aplicó, ante las dificultades para su sostenimiento y armonía, los arcos parabólicos. La iglesia modernista del Sagrat Cor de Raimat (Lleida) se empezó a construir en 1916 y se consagró en 1922. A imitación del gótico catalán, es de una sola nave con contrafuertes y capillas laterales, y presenta los arcos parabólicos típicos del modernismo. Si bien, su concepción es anterior a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Gijón (Asturias), «que llegó a ser considerada como la de mayor complejidad en Gijón -con los 27 metros de altura que adquieren los arcos parabólicos peraltados de la nave única-, hasta la fecha de su consagración el 30 de mayo de 1924 (día de San Fernando)», este proyecto se ideó en el año 1911, pero las obras no comenzaron hasta 1918, y se pudieron llevar a cabo gracias al empeño del padre jesuita Cesáreo Íbero, así como al buen hacer del maestro de obras Claudí Alsina i Bonafont (1859/1934), quien, tras haber llevado la dirección de la casa Botines (1892/93) se asentó en Asturias en el año 1902. [ver artículo en LNC: ‘La Iglesiona’ de Gijón (22/01/19)]
Rubió, como Gaudí, estaba convencido de que «la curva es la línea de Dios, y la recta la de los hombres». El uso de la curva permite descubrir nuevas formas arquitectónicas, que no es más que intentar imitar la perfección de la Creación sin lograrlo. Él «…creía que las cualidades materiales de la arquitectura debían ser la manifestación exterior de un orden espiritual. Intuía (Gaudí) la presencia de este orden en las estructuras de la naturaleza que contenía como un reflejo directo del Entendimiento Divino. Las ‘leyes’ de la estructura no eran, pues, meras leyes de física material, sino la palpable evidencia del Creador. La parábola, en particular, con su bella economía, se convirtió en un emblema de lo sagrado […] Su panteísmo, como el de Ruskin, se extendía a las maravillas mineralógicas más pequeñas y a las fuerzas naturales más grandes».
(’La Arquitectura Moderna’ / William J. R. Curtis)
En España ha existido una larga tradición en la aplicación de «la curva», tanto en edificios como en obras de ingeniería, desde la década de los Años 60, comenzando por Félix Candela (paraguas Hypar de paraboloides hiperbólicos); hasta llegar a su discípulo Santiago Calatraba, quien utilizó con frecuencia parábolas para sus peculiares estructuras de cubiertas y puentes. (La herencia del ‘lenguaje gaudinista’ en la arquitectura contemporánea española /J.F. Chimeno)
Probablemente, la obra arquitectónica con forma de arco catenario más famosa del siglo XX es el Gateway Arch de San Luis (1966, Missouri), obra del arquitecto norteamericano de origen finlandés Eero Saarinen. El monumento, en recuerdo de los pioneros de la conquista del Oeste americano, está incluido junto con el Museo de la conquista del Oeste y el antiguo edificio de los Juzgados de San Luis, en el Thomas Jefferson Nacional Memorial. Aunque el Gateway Arch es la obra con forma de catenaria más célebre, existen otros ejemplos famosos en la arquitectura moderna, como la Reserva Federal de Minneapolis (el gran diseño de 1973, es del arquitecto de origen letón Gunnar Birkerts e imita un puente colgante).