«La enorme calidad y variedad de las pinturas descubiertas en Pompeya y Herculano planteaba todo tipo de cuestiones relativas a la calidad, la datación y la interpretación […] y, por la misma razón, cabe decidir que el principal valor de este repertorio excepcional de pintura antigua era ese destello que nos ofrecía del mundo helenístico».
(‘El Arte Clásico (de Grecia a Roma’ / Mary Beard & John Henderson)
El mundo helenístico, tan admirado por Gaudí (1852/1926) (como luego se verá), también tuvo sus luces y sus sombras. Sarcásticamente vino a decir Sócrates sobre Platón, al leer su propia semblanza (anécdota que Diógenes Laercio recoge en sus escritos): «¡Caramba, cuantas mentiras ha contado sobre mí ese jovenzuelo!». Y estas «mentiras piadosas» las creerán los lectores..., o quizá no; pues cada investigador de un personaje histórico atribuye a «su personaje» no solo lo que ha dicho, sino, también, todo lo que hubiera podido decir y que tal vez nunca dijo.
Con estas premisas Gaudí, como antes Sócrates, seguramente se hubiera definido como un «tábano». Y pienso que lo fue, en un sentido metafórico, dado que con su observación de la naturaleza y su agudeza mental se convirtió en una especie de Sherlock Holmes [ver obra del autor: ‘Gaudí (las siete notas del palíndromo)’ Edit. Duerna], capaz de no dar paz a ninguno de sus mecenas, como bien refleja su biografía. No es la única coincidencia con el gran filósofo helenístico. Al margen de unas notas juveniles sobre arquitectura y ornamentación, el llamado ‘Dietario de Reus’, Gaudí no dejó ningún otro escrito (como también antes Jesucristo), pero sí innumerables conversaciones mantenidas con sus colaboradores y discípulos, como si fueran el «evangelio gaudiniano». Entre otras confesiones cabe remarcar que para Gaudí «los griegos eran el pueblo más culto de la antigüedad». (‘El pensamiento de Gaudí’ / Isidro Puig Boada).
Al abordar al arquitecto reusense y su personalidad poliédrica, es preciso reconocer que ha planteado en sus exiguos escritos pocos temas con tanta convicción y apasionamiento como el legado cultural griego. Especialmente la opinión de Gaudí está llena de pronunciamientos enfáticos a favor de su arquitectura. Si bien es cierto que tales declaraciones enfáticas abundan –como queda apuntado– en los escritos pertenecientes a su primer periodo (‘Cuadernos de Reus’) la devoción por los griegos perdurará hasta el final de sus días. Es por ello que cabe preguntarse si esta apreciación iba más allá de su admiración por el arte.
No hay constancia de que Gaudí fuera un estudioso de Friedrich Nietzsche (1844 / 1900), pero de lo que sí estamos seguros es de que su fascinación por «los griegos» era la misma; aunque con matices. Nietzsche declaró abiertamente que para él el modelo ideal era el de la Grecia arcaica, aristocrática y trágica; y culpa a Sócrates y a Eurípides del «mito de la caída» de los verdaderos valores griegos, responsables pues de la desaparición de la tragedia. Es decir, el filósofo se opone a la visión serena y clásica que se encontraba en el Clasicismo del siglo XVIII.También Gaudí, para demostrar su verdadera admiración hacia la cultura griega, afirma: «He construido la columnata dórica arcaica del Parque Güell, como lo habrían hecho los griegos de una colonia mediterránea». (‘El pensamiento de Gaudí’ / Isidro Puig Boada).La gran Sala Hipóstila de columnas dóricas (compuesta por 86 columnas, aunque con ábaco octogonal en vez de cuadrado, simulando mármol), tiene que ver con el Templo de Apolo en Delfos. Esto llevó al profesor Bassegoda a afirmar: «el templo de Delfos era dórico, y por eso Eusebio Güell (por antonomasia el mecenas decimonónico) quiso que las columnas del parque que encargó a Gaudí fueran de tipo dórico». Bassegoda lo ve como un homenaje a Grecia.Parece, por consiguiente, que tanto F. Nietzsche como A. Gaudí coinciden en este término, poniendo en valor la época arcaica de la historia y el arte griegos. Acaso, porque en el concepto de obra arquitectónica bella, para Gaudí –en sintonía con los griegos– «es necesario que todos sus elementos tengan lo justo en cuanto a situación, dimensión, forma y color. Los griegos, cuyos templos eran de mármol pentélico […] no dudaron en pintarlos, porque el color es vida». Mas, aun cuando ambos se hayan señalados por ser acérrimos críticos de su tiempo, diferían, no obstante, profundamente sobre la manera de afrontar su admiración por los griegos. Por ejemplo Nietzsche nos ofrece una especie de compendio de la cultura occidental, a partir de una «cultura griega debilitada, romanizada, trivializada, convertida en elemento decorativo […] aceptada como aliada de un Cristianismo debilitado». (‘La filosofía en la época trágica de los griegos’ / Nitzsche).En otro supuesto, cabe reseñar que la mayor fortuna que puede tenerse en este mundo –y por ende en el arte–, es nacer en el momento oportuno. Gaudí no tuvo esa suerte y su obra no respondía a las necesidades del momento. No fue lo que sucedió a Pericles (c. 495 a. C.- 429 a. C.), pues: La Edad de Pericles es la Edad de Oro de Atenas, donde nació la democracia y florecieron las artes, pero, también es la ciudad en la que Sócrates fue sentenciado a muerte en el marco de la democracia ateniense restaurada. Sócrates fue acusado de asebeia (impiedad) y de corromper a los jóvenes y alejarlos de los dioses. Tras el juicio realizado por el Tribunal de los Heliastas en el año 399 a. C., el filósofo griego fue llevado a juicio por la ciudad de Atenas. Se le dio a elegir entre renegar de sus ideas o ser condenado al suicidio por cicuta. Y eligió la muerte.
Tal como escribe H. Cancik, «la antigüedad de Nietzsche es una antigüedad arcaica (antimoderna), aristocrática (antidemocrática), una contrautopía antisocialista. La cultura griega es utilizada como instrumento de la crítica cultural…». Y alega que «antes de que Alejandro Magno hubiera abierto la cultura griega al mundo oriental, el binomio Sócrates-Platón ya habían dado un giro nefasto en el destino espiritual de los griegos» (‘Nietzsche y los griegos’ / Arsenio Ginzo Fdez.). En definitiva, denuncia que la cultura occidental ha tomado como modelo una «Antigüedad declinante», incluyendo la visión cristiana del mundo y denomina «alejandrismo» decadente a la visión que de la Antigüedad tuvo la sociedad alemana. «Es preciso rescatar de su tumba al siglo VI (a. C.)», dejó escrito Nietzsche. Pero Gaudí, a tenor de las apariencias, se decantó más por la visión del mundo clásico que nos había dejado la época de los alemanes Johann W. von Goethe y de Friedrich Schiller, prolongando sin duda la «nostalgia de Grecia».
Admira el Renacimiento, en cuanto significa la Primera Etapa en el redescubrimiento de la Antigüedad, pero, curiosamente, sus obras no beben del neoclasicismo imperante en la época de arquitecto primerizo (1878-1888), donde diseña la Casa Vicens de Barcelona y El Capricho de Comillas (neomudejar). Y otro tanto se podría decir de su Segunda Etapa (1888-1900), donde abraza el neogoticismo en los dos edificios que los leoneses conocen muy bien; como son el Palacio Episcopal de Astorga y la Casa Botines de León (esta en menor medida). Tal dilema nos abre una interrogante que quizá pueda dilucidarse en un segundo artículo.
Gaudí y los griegos (1ª parte)
Por José María Fernández Chimeno
20/07/2022
Actualizado a
20/07/2022
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