Habla dicharachero, apoyando su cuerpo en una de las mesas de la entradilla del IES Juan del Enzina. Habla con el director del centro, Luis Javier Hernández, o con su mujer Pepi Caballero, antaño secretaria de su padre. Ella, más tímida, no quiere prestar su voz al oyente curioso y deja espacio a su marido, Germán Delibes, que cuenta airoso algunas anécdotas de su progenitor, el autor vallisoletano, ganador del premio Cervantes en 1994.
–Todo el mundo conoce a Miguel Delibes como escritor. Todo el mundo sabe que escribía– empieza diciendo,– pero pocos saben que dibujaba.
Y es que lo que cita a Germán en la capital provincial este lunes es la inauguración de una muestra con 21 ilustraciones para ‘El camino’ realizadas, precisamente, por el autor.
–Miguel Delibes, realmente, hubiera preferido ser pintor– confiesa el tercero de sus hijos, que le define como «bastante buen caricaturista» en referencia a su trabajo para el periódico El Norte de Castilla, del que el autor fuera director entre 1959 y 1963.– Cuando una editorial americana se enteró de que dibujaba, le encargó que hiciera estos dibujos; uno por cada capítulo de la novela.
Utiliza el término «naif» para describirlos y explica que su padre no tardaba más de media hora en hacer cada uno. Rememora cómo, a finales de los años 50, cuando él mismo tenía apenas nueve años, le «llamaba mucho la atención» que su padre usara «lo que se llamaba un rapidógrafo» para dibujar. En la época de la plumilla y el tintero, Miguel Delibes daba sus pinceladas con «una especie de rotring» moderno.
–¿Miguel Delibes era mejor escritor que ilustrador o sucedía al revés?
–A él, que dudaran de la calidad de su escritura no le importaba demasiado– explica en compañía de una sonrisa que llena su rostro y una mirada cristalina que evoca la niñez de Daniel, ‘el Mochuelo’.– Pero sí le preocupaba que pusieran en tela de juicio su capacidad como artista plástico.
No sólo láminas como las que ahora cuelgan de una de las paredes del centro leonés eran lienzo para el arte del genio Delibes, como no sólo era la de escritor su faceta más íntima. Su hijo recuerda verle dar formas sinuosas a la plastilina y el barro.
–Había un artista detrás de él– dice sin perder la sonrisa.– Hace poco, Peridis y Forges, cuando todavía vivía, dijeron en un programa de Pepa Fernández que Delibes hubiera sido un miembro nobilísimo de la tribu de los plumillas.– Y la sonrisa se traduce en una risa tenue que le hace parecer muy feliz.
–‘El camino’ es una de las obras más emblemáticas del autor. ¿Qué la hace tan especial?
–Mi padre tenía fama de huraño, de triste, de escéptico y las novelas, normalmente, dejan traslucir un poco ese estado de ánimo– medita;– esta, sin embargo, es una novela enormemente optimista– y añade que fueron unas tres semanas de trabajo lo que supuso al escritor publicarla.– Además, hay una historia detrás que me parece bonita; y es que la escribió en un pueblecito de Cantabria donde transcurre la historia, que es el pueblo de su padre, Molledo. Lo curioso es que él era entonces un muchacho joven, con 28 o 29 años, y escribía por las mañanas y, por la tarde, les leía lo que escribía a sus primos, sus hermanos y sus padres, de forma que fue, de alguna manera, una novela por entregas.
Mira atento cada dibujo y señala aquellos que muestran rincones del pueblo cántabro sin atisbo de duda.
–Me sorprende mucho cuando hablan de literatura de ficción como si los artistas lo inventaran todo– suelta de pronto.– En realidad, aprovechan todo lo que pasa por su lado.
Y, si algo pasaba en la cercanía de Delibes, era, muchas veces, lo relacionado con el medio rural. Fruto de ello son varias de sus obras. ‘El camino’ y ‘Las ratas’ son buenos ejemplos.
–Siendo Delibes un autor que encontró buena parte de su inspiración en entornos rurales, ¿qué pensaría de la despoblación actual y habitual de los pueblos?
–Mi padre ya hablaba de despoblación sin titularlo ‘la España vaciada’ hace 50 años– responde seguro.– Yo creo que fue bastante visionario en ese aspecto y en otros como la ecología y los problemas medioambientales.
Menciona su inesperado discurso de entrada a laAcademia Española de la Lengua en 1975, en el que «denunciaba los excesos del hombre, de la humanidad, de unos humanos que estaban explotando el mundo». Refiere, también, su novela ‘Un mundo que agoniza’, que da buena cuenta de la sensibilidad del escritor ante la belleza paisajística y la naturaleza.
–Si mi padre hubiera podido elegir dónde y cómo tenía que ser su vida, hubiera sido al aire libre y haciendo deporte.
Sobre esa dimensión humana, sobre esos detalles tan desconocidos como su faceta de ilustrador, ha hablado este lunes el arqueólogo Germán Delibes ante el alumnado del IES Juan del Enzina. «He pasado la mitad de mi vida al aire libre y lo único que lamento es no haber pasado la otra mitad», cuenta que dijo su padre en una ocasión.
Y, al echar un vistazo a sus dibujos, si se fija bien la mirada, casi puede escucharse el rumor del agua en su curso por el río. Casi puede olerse la peculiar fragancia del césped salvaje. Casi puede leerse ‘El camino’ que tomó ‘el Mochuelo’ entre las páginas de su escritor. El gran Miguel Delibes.