Cuando llegues a estas lineas ya ha pasado el día de la lotería, es decir, ya estamos en las fiestas de Navidad, unas celebraciones con tal fuerza que pronto nos hacen olvidar la decepción de la lotería que, un año más, no tocó —salvo a unos pocos, claro— y ver en las ediciones especiales de los periódicos el más repetido de los titulares: «El gordo pasó de largo por León»; si bien es cierto que en los últimos años sí hubo algunas excepciones, tal vez fruto de que somos una de las provincias que más juega «por cabeza».
No guarda Fernando Rubio en su archivo setentero imágenes de fiesta y celebración, eligiendo las de 1976, cuando la ciudad agraciada fue Lugo.
Se notan mucho los 50 años que han pasado. Los leoneses acuden a los kioscos para hacerse con «la lista» que sacaban ‘a la carrera’ en una verdadera batalla por ser los primeros en ponerlas en la calle, era uno de los grandes negocios de los periódicos, que realizaban un amplio despliegue humano, tomando la lista en directo de los niños de San Ildefonso cantando... «Ha salido la lista», cantaban, aunque la oficial no llegara hasta el día siguiente, pero la confianza en la ‘tomada a mano’ era casi absoluta. Casi, pues no tiraban los décimos y participaciones. Nada que ver con estos tiempos de internet.
Y frente a esta decepción acude Fernando Rubio a los recuerdos de los 70 más allá de los premios; al viaje por el que «todos regresamos a nuestra auténtica patria, la infancia, a ese lugar lleno de ilusiones e inocencias. En mi caso y en el de la gente que nos nacieron a finales de los 40, la Navidad era la fiesta de las fiestas. Las vacaciones, ir a buscar tapines y musgo para adornar ‘el Belén’, con montañas hechas de la escoria de la calefacción de carbón, coronadas por el castillo de Herodes (con dos guardias a la puerta) y, en el verde valle, un río de plata, (del papel que antes había envuelto las chocolatinas), lo cruzaba y a sus orillas patos, gallinas y algún gallo...».
Otra costumbre perdida, en las garras de los wasaap, correos electrónicos, fue la de enviar felicitaciones con tarjetas, muchas veces solidarias. «Había que escribir a familiares y amigos, las bonitas postales navideñas, y enviarlas con antelación porque el correo se saturaba por aquellos días en los que no existían ni se vislumbraban las moderneces internáuticas de hogaño. El papel, la tinta, el sobre, el sello y el buzón de correos a la ida y el cartero a la vuelta conformaban la comunicación habitual entre las personas distantes». Sin olvidar el aguinaldo que se le daba a los profesionales con los que habitualmente tratabas, carteros, policías, barrenderos... Rescata Rubio, por ejemplo, la de dos municipales rodeados de regalos, entre los que destaca la recordada Sidra El Gaitero, que algún anuncio conserva en paredes de la provincia, como la de Villarmún, por citar una.
¿Y las comidas y cenas? Esa tradición no ha muerto, ni tan siquiera ha sufrido muchos cambios, aunque algunos sí con la irrupción de las grandes superficies. Rubio añora cómo se hacía en sus tiempos: «Era incluso emocionante ir a la plaza Mayor a comprar el pavo vivo (hoy creo que está prohibido) que luego sería sacrificado y puesto en pepitoria para la Nochebuena y la Navidad. La primera con una cena repetida años tras año: con los entremeses, la sopa de marisco, el pavo y coronada con los turrones (blando, duro, de yema tostada y Pan de Cádiz), peladillas, polvorones y regados con licores, sidra y champán».
Todo ha cambiado algo... excepto lo más importante, las reuniones familiares. «Mis mejores recuerdos son los de la reunión en sí, los abuelos, los padres, los tíos, los hermanos y los primos compartiendo, mesa, mantel, juegos y esperanzas y buenos deseos. Y, al final de la cena, a cantar villancicos, pandereta en ristre, zambomba (nunca logré aprender a tocarla), el mortero de bronce y la botella de anís con su peculiar sonido conseguido al frotar y golpear de una cucharilla».