A pesar de lo que pueda parecer por su aspecto ya maduro, lo cierto es que nació hace apenas tres años. Tampoco es que sea demasiado relevante describir sus rasgos físicos, pues su arte, su faceta artística no responde a una apariencia determinada. Lo que se vea por fuera da lo mismo, lo que importan son sus mensajes. Y los envía como Stickerman; su alter ego, el pseudónimo de una fuente reflexiva de la que emanan, como un chorro de agua, cientos y cientos de pegatinas.
– Tenía la necesidad de transmitir ciertas ideas – explica de sus orígenes como ‘sticker artist’, – pero lo quería hacer libre de ego, que no fuera – e indica su nombre real con un sutil murmullo mientras tapa la grabadora para cerciorarse de que la información se mantenga, como hasta ahora, clasificada. – Me fui a vivir al Área 17 de León y me sonaba al Área 57 todo el rato.
Así fue como se arrancó en la senda de los sticker, con un rostro verde de alienígena que ocupaba el centro de un diseño que declamaba ‘we want to believe’. Queremos creer. Y tanto creyó Stickerman en esta historia de las pegatinas que aquella fue sólo la primera de la multitud que hoy puede apreciarse en León, en otras ciudades de España y, sin ánimo de exagerar, en localidades de todo el mundo.
– Descubrí que había un movimiento a nivel internacional súper interesante de gente creativa haciendo stickers en Alemania, Australia, Estados Unidos – suelta – y que hay un circuito de transferencia de pegatinas entre todos.
Como demostración de lo colectivo de esta expresión artística, como una especie de consecuencia positiva de la globalización, el transeúnte leonés puede toparse por sus calles con diseños de artistas de cualquier parte, igual que el alemán avispado identificará en alguna esquina alguno de los diseños de Stickerman. Y se debe a lo que este amante pegatinero llama ‘trades’, un hilo de intercambios de paquetes de stickers entre creadores de distintos lugares a lo largo de todo el orbe.
– Y de repente estás en Australia – y una pequeña porción de Australia está en León. Y así sucesivamente.
Pero para comprender el origen de esta corriente hay que viajar espiritualmente a Estados Unidos. Finales de los ochenta y un tal Sephard Fairey diseña y reproduce un vinilo de forma rectangular protagonizado por una imagen del actor y luchador conocido como André el Gigante. La imagen, similar a la de una rueda de reconocimiento por lo oscuro de sus pinceladas, viene acompañada de la oración ‘André the Giant has a pose’. En un alegato a lo grotesco, en una alabanza a lo diferente, se extiende internacionalmente la idea de que este famoso luchador, de gran estatura y corpulencia cortesía de su gigantismo, tiene una pandilla.– El tío hizo, yo qué sé – duda Stickerman, – cincuenta mil pegatinas de esas en blanco y negro. Lo más cutre del mundo – ríe un instante. – Y las distribuyó por todo Estados Unidos. Tal fue su éxito que aquel joven estadounidense continuó su trayectoria como diseñador con la creación de otros trabajos, como un cartel de tonalidades rojas y azules que llevaba por leyenda la palabra ‘hope’, acompañando al rostro de Barack Obama. Creación que el futuro presidente utilizaría incluso en su campaña electoral. Todo mientras se fraguaba en la recámara de Fairey lo que acabaría por convertirse en la famosa marca Obey, reconocida con el tiempo en todo el mundo.– Cuando conocí esa historia, a base de tirar del rollo del sticker art, conozco a Obey y se me ocurre una idea – recuerda el hombre pegatina; – en vez de utilizar a André the Giant, hago una versión con Gila.Y esos derroteros llevaron a Stickerman a ser seleccionado para el homenaje que una revista americana quiso hacerle al estadounidense. – Eso alimentó todavía un poco la maquinaria de querer hacer más trades con más gente – confiesa.Desde entonces, este leonés compagina su trabajo con su afición por las pegatinas. Allí donde vaya, en su bolsillo reposan muchos de los más de ochenta diseños que ha ido elaborando desde sus pinitos en el mundo de los stickers. Un mundo muy amplio con fronteras cada vez más difusas y en que las creaciones viajan de un lado a otro a la espera de ocupar su puesto en un acto de rebeldía, de complicidad o de reivindicación.– Al final, es mandar mensajes – opina Stickerman. – Antes se mandaban en óleos y en los museos y ahora se mandan desde las señales de tráfico y desde los canalones. O desde las farolas, de las que el hombre pegatina guarda una curiosa anécdota.– En Londres estuve recientemente y me llamó la atención que en las farolas – que define como un lienzo perfecto para su arte –no quitan las pegatinas, sino que tienen montada una especie de pistola que directamente las pinta de negro.No es que cualquier ubicación sea idónea para los stickers. El leonés indica en su folleto que las zonas comerciales, los escaparates de tiendas, no son lugares óptimos para la colocación de estas piezas artísticas de alrededor de cinco centímetros. En el mismo panfleto, el artista advierte: «Cuidado que engancha».
– Pongo que no se peguen nunca en lugares comerciales por dos razones – explica: – una por no tocarle las narices al señor o señora a los que no interesa para nada tu obra de arte y otra porque es que va a durar ahí diez minutos. En el momento en que vayan al día siguiente a abrir el negocio, lo van a quitar.
Aunque no haya técnicas formales, aunque haya quien use un mismo diseño en todas sus variantes o quien no deje nunca de producir nuevos diseños, sus palabras dejan claro que existe algo así como un protocolo. Una guía del buen pegar para el pegatinero. Una ley no escrita -o más o menos redactada en el folleto de Stickerman- para un arte que destaca por su alegalidad y por su carácter efímero.
– Viene de conquistar la calle, de expresarte en la calle – dice sobre el sticker art. – Hay gente que dice que eso no es arte, que artista es el que pinta un mural. Puede ser, pero el que pinta un mural, lo pinta en un sitio y sólo se ve ahí. De alguien que hace stickers se puede ver su mensaje en medio mundo o en ningún sitio, pero existe esa posibilidad.
Y si se piensa, lo cierto es que siempre estará el aventurado que se atreva a afirmar que algo es arte o a negar que ese otro algo no lo es.
– No se hace por molestar, se hace por enviar un mensaje – le aclara de nuevo Stickerman a los dubitativos.
Tampoco es que se haga por ganar dinero. Y es que las pegatinas se pueden entender incluso como una lucha directa contra el ruido publicitario de las calles. Un arte que satiriza el capitalismo con la producción en masa de stickers.
– Hasta Andy Warhol utilizaba el consumismo para mandar mensajes criticando el consumismo– dilucida el leonés.
Mientras lo dice, Stickerman saca de su mochila un pack completo de pegatinas. Entre todas ellas, se ve una caja de pequeñas dimensiones que parece el envoltorio de un medicamento. En ella se lee ‘Consumol forte. Contra ataques de consumismo’ y su lateral cuenta con una frase de Mark Renton en Trainspotting: «Elige la vida, elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos». Todo con la compañía de un modo de uso - «Para combatir ataques de consumismo, sujete firmemente la caja y cuente hasta 10, respire 3 veces y piense si realmente lo necesita»- y una prescripción casi médica: «Consuma sin moderación».
– Ese ruido publicitario lo que quiere es que tú consumas – analiza el hombre pegatina – y este ruido lo que quiere es que pienses. Hay que mirar más a las paredes y menos a los anuncios. Menos a los bupis y más a las señales de tráfico por detrás.
Y así va terminando la conversación con Stickerman, natural de La Bañeza, donde durante dos años ha sido el responsable de organizar un combo de pegatinas procedentes de distintos países y con el que las palabras ‘sticker’ y ‘art’ se erigen ante la mirada de los paseantes como un elemento más del mobiliario urbano. Siempre vestido con su gorra, sus gafas y su mascarilla en un intento por preservar el anonimato que le ha llevado a impartir talleres para niños y a exponer en lugares como el Claustro Abierto de Los Capuchinos. Un anonimato que le permite trabajar al tiempo que criticar el trabajo, que le ofrece la libertad necesaria para establecer una crítica social sin dejar de ser un miembro más del galimatías que es la sociedad. Una libertad anónima que no le impide recibir mensajes de apoyo y halagos que identifica como su verdadera motivación.
Y quizá el arte sea eso. La desesperada forma en que un individuo intenta sujetarse a la realidad. La pulsión mañanera que provoca en un ser humano la motivación necesaria, ya sea por producir o por consumir en cualquier formato, para levantarse cada día de la cama y sonreír a la vida, expectante por lo que ella espera de él.
"Hay que mirar más a las paredes y menos a los anuncios"
Stickerman es su pseudónimo, su álter ego; el nombre real no casa bien con su arte, uno efímero que lleva por bandera el anonimato
26/07/2023
Actualizado a
26/07/2023
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