Herreros y alquimistas

Por José Javier Carrasco

15/05/2024
 Actualizado a 15/05/2024
Imagen de archivo de la Ferrería de San Blas. | L.N.C.
Imagen de archivo de la Ferrería de San Blas. | L.N.C.

«Qué mundo tan extraño y desconocido para la mayoría de nosotros yace bajo nuestros pies: vivimos sobre una tierra cavernosa llena de cascadas y corriente fluviales, donde las mareas suben y bajan como en el mundo de arriba». Con esa literaria frase comienza la caza por el laberíntico subsuelo de Viena de Harry Lime, personaje de la novela ‘El tercer hombre’ de Graham Greene, escurridizo traficante de penicilina.  A ese mundo subterráneo se accede por las bocas de las alcantarillas. De ellas aparece sembrado el suelo de nuestras ciudades. En determinadas calles es difícil dar más de dos pasos sin pasar sobre alguna. Circulares o cuadradas, de diferentes tamaños, con leyendas que indican su cometido, hechas de hierro fundido, algunas con el brillo del incesante roce de nuestro calzado, son la puerta de entrada a ese mundo de cañerías y cables que discurre bajo el suelo como las venas de un ciborg  que no deja de crecer y perfeccionarse a medida que pasa el tiempo. «Llaves de paso», «saneamiento», «alumbrado», «semáforo», «Telefónica» o simplemente «Ayuntamiento de León», sin especificar nada ... podemos leer en ellas, en una poética de lo concreto, la de los objetos que no llaman la atención de nadie, cotidiana instalación sin firma. En algunas el nombre de la fundición de donde han salido. La más común, Fundiciones Nava.


Hasta la llegada de la industrialización correspondía a los ferrones las labores de fundición del hierro. La técnica revestía cierta complejidad. Se trataba de reducir el mineral en hornos bajos a los que se inyectaba aire mediante barquines o fuelles accionados por una rueda hidráulica; otra rueda movía un martillo pilón que permitía eliminar las escorias y compactar las fibras de zamarra que salía del horno, como refiere José A. Balboa de Paz en su obra ‘Ferrerías y Fraguas’, uno de los títulos de la colección de libros que forma  ‘La biblioteca leonesa de tradiciones’. Si la mayoría de los pueblos contaban con una fragua y su herrero, las ferrerías quedaban circunscritas a los lugares donde había hierro, agua abundante para alimentar las ruedas y carbón vegetal para la labor de reducción. La provincia de León cuenta con abundantes yacimientos de hierro, y la proliferación de ferrerías desde la Edad Media, testimonia una importante actividad siderúrgica. Un ejemplo de la relevancia que alcanzaría dicha actividad fue la ferrería de San Blas de Sabero, el primer alto horno de cok en España, anterior a los de Trubia y Mieres. Construida en 1847 por la Sociedad Palentino-Leonesa de minas, mantuvo su actividad hasta 1862. Sus instalaciones son en la actualidad el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León. Visita obligada. 


La figura tradicional del herrero aparece asociada al mito. Juan Eduardo Cirlot en su  ‘Diccionario de símbolos’, en la entrada correspondiente a herrero constata esa ligazón: «En algunos niveles culturales el oficio de herrero es privilegio del rey y se considera como sagrado. Hay una estrecha unión entre metalurgia y alquimia: el herrero está asimilado al poeta maldito y al profeta despreciado, según Alleau. En el Rigveda, el creador del mundo es un herrero. Esta conexión puede deberse al simbolismo del fuego, pero también al del hierro ligado al mundo astral (el primer hierro conocido por el hombre fue el meteórico), y al planeta Marte». También hay ejemplos de dioses que desempeñan el oficio de herrero. El dios griego Hefesto es uno y el germano Wotan, otro. Hefesto, el dios cojo, que ante la suplica de Tetis, la madre de Aquiles, forja para el héroe una armadura que sustituya a la que los troyanos arrancaron del cuerpo de su amigo Patroclo, aunque el dios sabe que esta no podrá protegerle de lo que el destino le reserva. Aun así, se esmera en hacer algo bello. La belleza clásica de los motivos de la armadura moldeada por un dios contrasta con la forja industrial de esas alcantarillas con rayos, de viñeta de comic, que tachonan las calles. La belleza inadvertida de lo inmediato.

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