‘Godzilla y Kong: el nuevo imperio’
Director: Adam Wingward
Intérpretes: Rebecca Hall, Brian Tyree Henry, Dan Stevens
Género: Ciencia ficción / Acción
Duración: 115 minutos
El otro día me recordaron una de las verdades más tristes y ciertas que pesan sobre todos los que vamos demasiado al cine, «La vida no es una película». Razón no le falta, la fantasía diaria, a pesar de su humilde encanto, habitualmente dista de lo que uno ve en la pantalla. Sin embargo la escuela de pensamiento contemporánea tiende a valorar y premiar las obras trágicas, aquellas que tratan de replicar aunque sea una fracción de la siempre insuperable realidad. No es casualidad que los dramas barran los Oscars, ni que el paisano promedio descarte una cinta de animación ante su largometraje basado en hechos reales de confianza. Nos tomamos demasiado enserio un arte cuya función primordial era la de distraernos de la anodina cotidianeidad, no tratar de recrearla. Hay veces que uno solo necesita desconectar, dejar atrás todo rastro de criterio o espíritu crítico y abrazar la ficción durante un par de horas. Hay veces que uno solo necesita verse la enésima película de ‘King Kong’.
Hace ya 10 años que Warner reinventó su universo monstruoso, el llamado ‘monsterverso’, siguiendo la senda marcada por Marvel con su universo cinematográfico, lo que en su día fue una revolución pero ha acabado por moldear las grandes franquicias de Hollywood hasta que todas se han amalgamado en un masa homogénea de entretenimiento para todos los públicos, tan fáciles de ver como de olvidar. Lo curioso es que en 2014 ‘Godzilla’ se alzaba como una propuesta interesante, resucitando al dinosaurio que llevaba extinto desde la fallida película de 1998, probablemente una de las reposiciones más habituales de la televisión española. Aun recaudando lo suficiente como para dar luz verde a sus secuelas y ‘spin-off’ pertinentes, el relanzamiento no cumplió con las expectativas. Sin embargo, si echamos la vista atrás esa ‘Godzilla’ tiene más aciertos de los que en su día se le reconoció, unos aciertos que hace 10 años se daban totalmente por supuestos por unas audiencias más críticas y aun desacostumbradas a la década de superproducciones de alto presupuesto y escaso interés que se les venía encima.
Para empezar aquella cinta sabía que la clave de toda historia de criaturas gigantes que se precie, o cine ‘Kaijū’, como se le denomina en Japón, debe jugar con la impresión que provoca en los espectadores, que deben llegar a sentirse realmente amenazados y empequeñecidos ante la magnitud de la alimaña en pantalla. Sabes que Godzilla, o el bicho de turno, es un verdadero titán cuando destruye rascacielos como si fueran legos, o pisotea transeúntes que bien podría ser cualquiera del público. Es en esa fuerza inexorable que representan estos monstruos donde reside su auténtico y morboso atractivo. No por nada la ‘Godzilla’ original de 1954 surgió como una ilustración del terror nuclear que se vivía en Japón menos de una década después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, como una metáfora de la masacre que el mismo hombre podía invocar, destruyendo todo a su paso. Por otra parte, ‘King Kong’ se establecía, aunque más sutilmente, como una alegoría del racismo, del miedo del blanco colonial al desconocido nativo, salvaje a sus ojos mientras que los de este albergaban una bondad desconocida para sus captores.
Obviamente esperar que las actuales adaptaciones de estos iconos del cine mantengan su mensaje original es pura fantasía, cuando su principal objetivo es el entretenimiento masivo, pero uno confía en que al menos podrá disfrutar de un espectáculo de proporciones colosales, aunque se limite a rozar superficialmente esa fascinante megalofobia. No obstante, ‘Godzilla y Kong: el nuevo imperio’, además de todas sus irreverencias de su risible guion, adolece del mayor pecado posible en una producción ‘Kaijū’: que sus monstruos se sientan pequeños. Durante la mayor parte de la cinta vemos a estos animales en un mundo extraño, que se inventaron hace un par de entregas, lejos de los edificios y los monumentos que acostumbraban a destruir, perdiéndose así toda sensación de escala. A falta de un punto de referencia cualquier montaña puede parecer una piedra y viceversa, así como un simio gigantesco parece un simple gorila si lo pones a deambular por una selva con árboles tan grandes como él. Por lo tanto, ni siquiera tratando de salvar la papeleta en las escenas finales, esta última entrega del ‘monsterverso’ nunca llega a infundir esa sensación de asombro tan necesaria para que al menos no se borre de tu memoria a los pocos minutos de salir del cine.
A la vista de este último párrafo pareciera que no comulgo con la idea lúdica con la que abría esta reseña, pero nada más lejos. No es infrecuente que a la hora de elegir que ver alguna que otra noche el criterio determinante sea la banalidad del argumento, algo que pueda ver y terminar sin que altere mi perspectiva vital, cuanto más ligero mejor. Hay cientos de películas libres de pretensiones cuyo fin último es hacerte pasar un buen rato, pero eso no tiene por qué significar una total renuncia a la originalidad. Cualquier proyecto, en mayor o menor medida es la expresión de un autor, con algún mensaje o aspecto que quiere plasmar en su obra, con más o menos éxito. Aunque viendo películas como ‘Godzilla y King Kong: el nuevo imperio’ no veo más que un producto totalmente inocuo, sin nada que decir o que mostrar que no se haya visto ya, en una mejor versión. No es necesario que tenga un mensaje antibelicista o antirracista como las ya mencionadas primeras versiones de estos colosos, puede que se centre en el puro espectáculo y caer de pie, como han venido haciendo otras entregas de la franquicia, como ‘Godzilla: rey de los monstruos’; lo que condena a esta historia al olvido es su absoluta ausencia de algún atributo mínimamente loable que la distinga entre el conjunto cada vez más uniforme que son los ‘blockbusteres’ modernos.
Hace casi un siglo la gente de a pie acudía al cine a ver ‘King Kong’ para desconectar, tal y como hacemos ahora. Pero si aquel filme con el que se concedían un par de horas de autoindulgencia es ahora considerado como un clásico, cosa que dudo pase con esta enésima aparición del personaje, ¿qué dice de la generación actual que nos conformemos con algo con tan poco que ofrecer?. El cine no tiene por qué asimilarse a la vida para ser cine de calidad, en nuestras manos está que siga siendo un lugar al que escapar de ella, pero también el que sea uno al que valga la pena huir.