En no pocas ocasiones se recurre a una estrofa de Joaquín Sabina para ilustrar el asunto que hoy protagoniza estas páginas, los pueblos deshabitados, abandonados, despoblados, robando con ello la condición de pueblo: «Allí donde habita el olvido». Los libros de estilo son contrarios a estos recursos pero tal vez hay veces que no hay expresión más ajustada. Aunque puede haber otras a las que no falta autoridad moral y precisa descripción, como pueden ser unos versos del gran Luis Cernuda que también parecen escritos para la ocasión y cuyo primer verso nos lleva también a Sabina: «Donde habite el olvido, / en los vastos jardines sin aurora; / donde yo solo sea / memoria de una piedra sepultada entre ortigas / sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. // Donde mi nombre deje / al cuerpo que designa en brazos de los siglos, / donde el deseo no exista».
Versos que nos llevan directamente al títular de este recuerdo de despoblados leoneses y del que son autores Alberto Calvo y, también, su habitual compañera de las visitas a los pueblos olvidados, Dori: «Te impresiona encontrar a alguien que ha regresado al pueblo y te cuenta que ‘ahí está enterrada mi señora’, como explicando que puede caer el olvido sobre los pueblos pero no sobre las gentes».
Alberto Calvo es el autor de las fotografías que —bajo el título de ‘Despoblados’— se pueden visitar en el Museo de los Pueblos Leoneses en Mansilla de las Mulas. «Son casi 30 fotografías, 29 creo, de 26 localidades en las que ya no vive nadie o un vecino, lugares que impresionan por su silencio y que muchas veces tienes que buscar debajo de la maleza que ha ido creciendo y comiendo sus paredes», quien recuerda cómo comenzó este periplo por los pueblos abandonados. «Allá por 2.017 leí un reportaje de Emilio Gancedo sobre el pueblo abandonado de Fonfría. Me llamó mucho la atención y comencé a buscar documentación, otros pueblos deshabitados... y como soy bastante andarín, me gusta salir al campo, casi siempre con Dori, comenzamos a cambiar las rutas tradicionales por otras que pasaran por estos lugares. Han sido varios años en los que más que la fotografía artística he buscado el documento, el silencio, el abandono... sin figura humana».
Y en ese «cambiar las rutas» cree Alberto Calvo que está una de las explicaciones de la existencia de tantos despoblados en la provincia de León, especialmente en comarcas como Omaña, la cuenca alta del Torío... «En muchas ocasiones no hay carretera, tienes que ir varios kilómetros caminando para llegar al pueblo y en esas condiciones, ¿quién se queda allí?, ¿cómo van los hijos al colegio?, ¿cómo van a trabajar los que quieran permanecer en estos pueblos? Es la pescadilla que se muerde la cola, primero los aíslan y después se vacían».
No es la única causa que ha encontrado Calvo a esta situación que propicia escenas que les han impresionado. «En los pueblos de montaña la maleza va comiendo las paredes, los edificios; en los pueblos de adobe de va reblandeciendo y acaban en la tierra; hay poblados mineros en los que el fin de las minas les obligó al abandono; al margen de los que no les quedó otro remedio, como son los anegados por los pantanos, salvo en Riaño, que lo derribaron todo; pero en una reciente sequía los pueblos que permanecían bajo las aguas del pantano de Luna nos mostraron sus tripas y alguno está en la exposición, como San Pedro de Luna».
Hay escenas que sorprendieron poderosamente a Alberto y Dori, como el cementerio de Los Montes de la Ermita. «No tiene lápidas, los nichos están sobre la tierra y en vez de lápida hay una gran pizarra en la que han grabado, con algún objeto punzante, el nombre de quien allí está enterrado. Verlo te hace pensar en las penurias de aquella gente pues es sabido que en nuestra cultura el cuidado de las tumbas de los cementerios ha sido ‘sagrado’». Y otra imagen llamativa para él fue en Villarbón, «donde las farolas del alumbrado público eran relativamente nuevas pero las casas sufren un evidente deterioro».
E incide en una evidencia, al ver las fotos y, sobre todo, al recorrer los lugares: «Muchos de estos pueblos están en paisajes realmente idílicos, pero es evidente que de disfrutar la belleza no se vive, pero sí se constata que estamos perdiendo buena parte de nuestra idiosincrasia como provincia. Es una pena la historia y las historias que se pierden».
Una evidencia incuestionable pues muchos de estos lugares están cargados no solo de historias e, incluso, de historia en mayúscula. Ahí están las ruinas del poblado minero de la Peña do Seo, un lugar de importancia estratégica en la Gran Guerra, cuando las potencias en conflicto se peleaban por el wolframio de estas minas, incluso con espías de por medio; o el citado Villarbón, que alberga los sueños de un personaje irrepetible, Miguel Yuma; las historias de la minería; las de los pueblos anegados con sus particularidades; los que se rinden ante la evidencia del abandono (como Quintana de la Peña, ahí a la sombra de Peñacorada pero tan aislado); todas las épicas historias de mineros; Tejadinos, descubierto no hace muchos meses por 81 artistas que decidieron llevar a sus lienzos los rincones y los silencios de este pueblo. Y hablando de artes y artistas, en La Veguellina la buena de Cristina mientras cuida de su madre va escribiendo preciosos cuentos infantiles que, cuando puede y se lo piden, lleva a los colegios y en los que también habita esa «memoria de una piedra sepultada entre ortigas, sobre la cual el viento escapa a sus insomnios»que decía el gran Luis Cernuda.
Y de entre las ortigas ha rescatado la memoria y las piedras Alberto Calvo, día a día, paseo a paseo, pueblo a pueblo, foto a foto. Despoblados.