In memoriam: Benito González, de Rodanillo

Autor de los libros 'Rodanillo' y 'La villa de Losada' su mejor título y el que le da apellido, es el de ser de la pedanía berciana, a la que dedicó sus desvelos literarios

Valentín Carrera
11/07/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Imagen de Benito que guarda la familia, en una exposición.
Imagen de Benito que guarda la familia, en una exposición.
Nos ha dejado Benito González González de Rodanillo. No necesita más títulos: para él, ser de Rodanillo era la mayor honra y orgullo, y aunque falleció en Madrid, reposa ya entre sus paisanos, carreros y vinateros del Alto Bierzo, a los que dedicó su afán de historador, con pasión y con entusiasmo.

Teníamos pendiente una cita en la bodega, que ya no podrá ser: no llegamos a conocernos personalmente, pero me envió su primer libro, Rodanillo, y me pidió el prólogo del segundo, La villa de Losada, que escribí con mucho gusto, y con este motivo charlamos varias veces del pueblo común de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos: Samuel, Arsenio, Francisco, Antonia… las sagas familiares de los González, Pestaña, Cubero, Álvarez, Arias, Vega, Velasco.

Benito nos tenía a todos fichados, y ha recogido el testigo de su trabajo David González, que sigue ensanchando la genealogía y la historia de Rodanillo y de todo el Bierzo Alto, como hizo Benito en sus dos ensayos. Escribí acerca del primer libro: “Si los 346 núcleos de población del Bierzo tuvieran cada uno un libro como el de Benito sobre Rodanillo, tendríamos una inmensa y precisa, y preciosa, wikipedia berciana de 120.000 páginas, una Larousse comarcal, un Espasa medular, una Enciclopedia Británica-berciana, El Bierzo universal y entero compendiado, el sueño de Borges. Harían falta cuatrocientos bercianos que amaran cada cual a su propio pueblo tanto como Benito González González al suyo: Rodanillo”.

Procuro no olvidar mis raíces, pero tenía algo olvidada la raíz de Rodanillo —los abuelos vivían en San Román y en Rimor, de donde guarda la memoria los tesoros de la infancia—; pero le debo a Benito haber tomado conciencia de mi ADN rodanillense, gracias a sus libros y al acicate de sus conversaciones. Sus dos estudios forman parte de mi patrimonio familiar: están en el estante de los libros heredados de mi padre o rescatados del desván de Rimor, o de la cartilla de Aritmética con anotaciones manuscritas del abuelo Samuel.

Todo el pueblo de Rodanillo, pero también Losada y todo el Bierzo Alto, tienen una deuda de gratitud con Benito González, a quien propongo nombrar hijo predilecto. Su trabajo como historiador ha sido una defensa de nuestras señas de identidad: “¡Eh, que somos de Rodanillo!, un respeto a los tatarabuelos, estamos aquí desde el año 1085, o antes”.

Concluyo con las palabras que dediqué a Benito en 2010, a propósito de su primer libro: Nunca he tenido vergüenza de decir que soy de pueblo; al contrario, presumo de ser de pueblo; pero ahora, leyendo las páginas de Rodanillo, más que presumir, voy a colocar en mi escudo heráldico una rueda de carro con doce rayos de madera de fresno o de encina, la esquilina que repica en el campanario de Rodanillo y un pendón adamascado de siete paños bordados de rojo carmesí, con una orla que diga: “soy de Rodanillo”. Que no hay pueblo que sea patria chica, sino inmensa: patria y matria cuyo estudio y conocimiento ensancha las luminosas estancias de la dignidad y de la memoria.

Gracias, Benito González González: que un carro alado, tallado por las manos artesanas de tu abuelo Nemesio y de mi abuelo Samuel, te lleve cada tarde cantando el buje por La Barda y La Corona, la Buzona, la Cárcaba, la Chana, Lidanos, Fontán, Ferrao, Garabitos, las Lleras, el Mayolón, los trigales de Platacida, el Pasto del Burro, los Quiñones, la dehesa de Valdelagares y por los castaños de las Vallinas. Por tu Rodanillo, que tanto amabas.


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