El pasado 1 de enero, millones de espectadores de todo el mundo disfrutaron de la retransmisión del tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena, con sus valses y polcas. A la batuta, tomando el relevo de ilustres como Gustavo Dudamel, Zubin Mehta o Riccardo Muti, estaba el alemán Christian Thielemann, que había dejado buen sabor de boca en su debut en 2019. Como siempre, el berlinés (1959) demostró control, calidad y rigor sonoro. Se le considera un guardián de las esencias de la vieja escuela, heredero de Karajan, de quien fue asistente en la juventud. Entre otros podios, ha ocupado los de la Ópera de Berlín (1997-2004), la Filarmónica de Múnich (2004-2011) y actualmente la Staatskapelle de Dresde, el Festival de Bayreuth y el de Pascua de Salzburgo. Pronto sucederá a Barenboim al frente de la Staatsoper de Berlín.
Experto en el Romanticismo alemán (Brahms, Strauss, Bruckner), en sus inicios también dirigió muchas óperas italianas. Sin embargo, hasta la primavera de 2022 no se había enfrentado a ‘Aida’, de Verdi. Lo hizo por primera vez en Dresde, con la Orquesta Estatal Sajona, uno de los conjuntos más antiguos y prestigiosos del mundo: se fundó en 1548, y entre sus directores tuvo a Weber y al mismísmo Wagner. Thielemann, que la comanda desde 2012, consigue grandeza sinfónica y, a la vez, respeta las voces de los cantantes. Nadie diría que era su primera vez. Su lectura equilibrada, llena de dinámica, tensión y atención al detalle, se complementó con el excelente coro, dirigido por André Kellinghaus.
Cines Van Gogh retransmite este jueves a las 20:00 horas una grabación de marzo de 2022 de aquella ‘Aida’. La producción la firmaba la alemana Katharina Thalbach (1954), que comenzó como actriz (‘El tambor de hojalata’, 1979) pero se ha hecho un nombre como directora de escena con sus provocadores enfoques para teatro y para las óperas de Leipzig, Colonia, Zúrich o Berlín. En Dresde, su versión de ‘Hansel y Gretel’ (2006) se ha consolidado como un clásico de las fechas navideñas.
Este escenario ha acogido en siglo y medio hasta seis montajes diferentes de ‘Aida’; el último de ellos, el de Udo Samel en 1998. Thalbach, amante de la cultura egipcia, evita extravagancias y se enfoca en el retrato de los personajes, así como en escenas colectivas muy exóticas, con acróbatas y bailarines. Los decorados de paredes doradas aluden al Art Déco y al cine mudo. La función arrancó con el himno nacional de Ucrania en señal de solidaridad; más de 150 años después de que Verdi la escribiera, sigue vigente su argumento sobre naciones enfrentadas y prisioneros de guerra. Hubo lágrimas durante el último alegato de Amneris, ‘Pace, t’imploro’.
El reparto lo lideraba un tenor infalible en este repertorio, Francesco Meli, ejemplo de elegancia, lirismo, fraseo y manejo de la ‘mezza voce’. En el papel titular, la veterana Krassimira Stoyanova (1962). Soprano búlgara de larga trayectoria, se la asocia a los roles de Strauss (Mariscala, Ariadne, Danae), aunque también a los verdianos, de la Leonora de ‘Il trovatore’ a la princesa etíope, un papel con el que pisó Madrid por primera vez en 2022. La crítica resaltó su voz potentísima y bien proyectada, sus agudos y su hondura. En cambio, como actriz no hizo sombra a la mezzo bielorrusa Oksana Volkova, todo pasión y entrega, ni al imponente Georg Zeppenfeld, que se estrenaba como Ramfis.
‘Aida’ nació por encargo en 1871. El virrey de Egipto, Ismail Pachá, idolatraba al músico italiano. Después de inaugurar la ópera de El Cairo con ‘Rigoletto’, le pidió una nueva obra para la apertura del canal de Suez. El compositor, ya casi sexagenario, respondió con evasivas. Hasta que su amigo Camille du Locle le presentó la trama, que le fascinó por su conflicto entre el amor y la patria. Verdi, que no solía implicarse en la escritura del libreto, aportó ideas, como ese desenlace con los amantes en la tumba, y subrayó el tono de denuncia de la intolerancia de los poderosos. Su antepenúltima creación escénica se mantiene entre las favoritas del público y los expertos gracias a sus inspiradas melodías, su acción frenética sin interrupciones, sus protagonistas afiladamente caracterizados y su equilibro entre las escenas de masas y los pasajes más íntimos.