Al dar inicio a la lectura de ‘Por así decirlo’ retumban los muros que protegen el cuarto a merced de las obras que, al otro lado, rugen sin cesar. «El infierno es un megáfono», puede leerse en una de sus páginas. Y cabría sumarle un sustantivo más en tal tesitura. «El infierno es un megáfono»… O una taladradora. Por así decirlo.
La oración titula a la colección de historias que resguarda la editorial Anagrama en un volumen publicado el año pasado. En el primero de sus cuatro relatos, el anhelado silencio cede su espacio a un concierto de música clásica celebrado en una pequeña capital de provincia como podría ser Soria, tierra natal de su autor, J. Á. González Sainz, que ha vivido la mitad de su vida en Italia. El escritor se presta a una conversación distendida en una mesa bien dispuesta en el interior de la Bodega Regia. El ambiente tranquilo, la soledad, la cuasi quietud, concuerdan de una forma extraña con su manera de ser, de hablar y de moverse.
Desde el principio, apunta la diferencia entre autor y persona. «El autor se aprovecha de mi experiencia de vida y de mi trabajo», dice frente a la carne y el hueso con los que describe a la persona: «El autor es un cúmulo de sabiduría y una riqueza de sintaxis y de semántica extraordinaria donde el lenguaje es oscuro y brillante al mismo tiempo». La persona, mientras tanto, «es la que vive otras cosas que no son sólo lenguaje». Apuntada esta dualidad, la charla vaticina no pocas reflexiones.
Lenguaje, silencio, realidad, verdad, introspección... Son temas habituales en el escribir –en el hablar– de González Sainz, que apuesta por «escuchar el lenguaje; no sólo el de ahora, sino el de siempre». Respecto al de ahora, se siente algo consternado.
"El novelista finge: las buenas ficciones son formas de decir la verdad construyendo otras que no lo son"
– Pero está en constante movimiento; en continua evolución... El lenguaje lo hacen los hablantes que ahora dicen ‘WhatsApp’ y ‘coño’.
–Y casi nada más –resuelve con una calma pétrea.– El lenguaje es el tesoro fundamental del ser humano; lo que nos diferencia del resto de animales. Eso y que vamos a morir. Y qué hagamos del uso del lenguaje es lo que determina las sociedades.
A su modo de ver, «estamos en una (sociedad) destructiva de la riqueza» del mismo. Son varias las ocasiones en las que ha dejado entrever esa doble vertiente de la soberana facultad humana, que puede producir maravillas al tiempo que atrocidades. «En las grandes ignominias de la historia del siglo XX –el comunismo y el fascismo–, lo primero ha sido el lenguaje», razona: «Primero ha habido que convencer con propaganda de lenguaje avieso, lenguaje mal usado para engañar». Y es que «se puede utilizar para escribir el Quijote o para hablar como hablaban algunos de nuestros antepasados», pero también para «vender mercancías averiadas y para engatusar». El soriano defiende la idea de que «todo tirano siempre tiene detrás un gabinete de comunicación y especialistas en decirnos mentiras» y presenta al poco una nueva disparidad: «El lenguaje sirve para entendernos y sirve para no entendernos». Será que el mundo es en sí mismo una dualidad.
– En una entrevista con el crítico literario José de Monfort relacionaba estrechamente los verbos hablar y mentir. Hay quien dice que «el oficio de escribir es contar mentiras».
– El novelista es un fingidor, entonces finge– resuelve conciso antes de entrar en cuestiones etimológicas que le confieren aún más razón.– Las buenas ficciones son formas de decir la verdad construyendo ficciones que no lo son.
No tarda en azotar la pregunta: ¿entonces mentir no es lo contrario de decir la verdad? A la respuesta habría que dejarle un tiempo y un espacio del que no se disponen, así que la charla sigue.
– En esa misma entrevista la verdad era, en sus palabras, una constante búsqueda de la misma. Un proceso que definió como «comunitario». La introspección, el silencio, están muy presentes en lo que dice y escribe. ¿Concuerdan esa búsqueda comunitaria con el recogerse en uno mismo?
– Eso es muy machadiano... La verdad para Machado es una búsqueda que no acaba nunca y esa búsqueda no se puede hacer a solas porque uno tiene sus nebulosas, sus fantasías, y el proceso tiene que ser interpersonal.

Tampoco es que crea en algún lema de tipo «primero hay que arreglarse uno por dentro y luego ya actuar socialmente», al puro estilo del autor de obras de autoayuda. No. González Sainz tiene claro que «aguantarse a uno no siempre es fácil; si uno espera a ser el hombre, el caballero perfecto para tener una proyección social, no va a tenerla nunca». Asegura que «todo es un proceso»; uno que consiste en «estar abiertos, estar pendientes, estar atentos y elaborar la libertad y la responsabilidad interior». «Un proceso en continua revisión», explica: «Las personas que dicen ‘yo nunca me he apartado de mis principios, yo siempre he sido fiel a mis ideas’... ¡Santo cielo de mi vida! ¡Qué peligroso!».
– Y sus principios, ¿han cambiado mucho?
– Una cosa es pensar y otra es tener ideas. Pensar es estar siempre revisando, viendo otras perspectivas... No es lo mismo ver una cosa cuando estás enfermo que cuando estás sano; cuando eres joven que cuando eres mayor; cuando no tienes dinero que cuando te sobra.
De hecho, uno de los relatos de su más reciente publicación lleva por título –más bien, subtítulo– «el color del cristal con que se mira». En ella, desde el principio, se presumen varias de sus obsesiones. ‘El acontecimiento’ relata la historia de un director de orquesta y, paradójicamente, rezuma una preocupación palpitante por la importancia del silencio.
– ¿Qué tiene el silencio?
– Pues mira– arranca,– nos hemos convertido en sociedades tan ruidosas, aparatosas, bulliciosas y parlanchinas que no hay forma de que surja algo bonito en la vida si no es a partir de una cura de silencio. Interior y exterior– apostilla con una seriedad que acompaña parcialmente de una sonrisa.– El silencio es una de las cosas más maravillosas que existe.
Y no le falta de esa «cosa maravillosa» en su hogar. Soria es buena fuente de ausencia de sonido. Ciudad de pocas de pocas dimensiones a la que acceder –de la que salir– fácilmente, es lugar de residencia para el escritor y pensador desde su regreso de Italia. «Siempre he querido volver», confiesa sentado en una de las sillas atemporales del establecimiento leonés. Aquí ha llegado para participar en un encuentro que tendrá lugar a las 19:00 horas en La Casona de San Feliz de Torío, donde le acompañarán Héctor Escobar y su obra ‘Por así decirlo’. Un libro dividido en dos partes que juega con el lector; los dos primeros relatos, de título corto, son considerablemente más copiosos en extensión que los dos últimos, de bautismo más largo. Los últimos «más existenciales»; los primeros, con una «carga de denuncia más fuerte».
"Ahora no sólo es la determinación de un tirano a tiranizar, sino que hay un deseo de ser tiranizado"
– Hay un análisis del tirano moderno; del poder relacionado con el espectáculo– describe.– Es una denuncia de la nueva tiranía, de los nuevos autócratas, que son queridos; es decir, no sólo es la determinación de un tirano a tiranizar, sino que hay un deseo de ser tiranizado.
De la segunda parte cuenta que «es una especie de intento de iluminación del vaciamiento de nuestras instituciones políticas y sociales, del gregarismo; de cómo hemos sustituido el carácter por la identidad». De esta última señala que «es uno de los mayores fraudes de nuestro mundo contemporáneo», pues «no buscamos una persona con carácter, temperamento o temple», sino abanderada de «identidades estúpidas». Entre las páginas de su última obra, el personaje al que alude constantemente el narrador indica: «Hay gente que ya no es más que un resorte, una serie de respuestas automáticas, un conjunto de datos en un algoritmo y nada, fuera de las acciones o las pasiones a que eso da lugar, significa nada para ellos».
Precisamente «crítica» y «humanismo» son dos palabras asiduamente utilizadas para referir la literatura de González Sainz. Dos términos que encarnan ortográficos sus personajes, en los que el autor no tiene claro cuánto deja de sí mismo. Aunque sí es buen defensor de algunas de sus ideas.
– De uno de los personajes, escribe que tiene «un aprecio vamos a decir limitado de sus contemporáneos». ¿Le ocurre algo similar?
–Sí– no duda,– pero me ocurre porque me gustan mucho las personas. Me gusta mucho la soledad, pero también las personas. Amo a la gente y, claro, me llevo unos chascos terribles... Encuentras poca persona en buena parte de las personas.
– ¿A qué se refiere?
– Las generaciones de ahora ya pasan mucho más tiempo recibiendo lenguaje de las pantallas que de la familia. Eso tiene que provocar unos trastornos clarísimos– los ojos se abren en gesto de asombro. Es un acto involuntario.– Cuando uno aprende el lenguaje, que es lo fundamental, recibe el mundo. Ahora buena parte de las horas, un niño recibe de aquí– señala el móvil, pantalla encendida grabando la conversación.– Eso producirá unos cambios antropológicos claros.
Podría seguir el encuentro hasta rebasar los límites del tedio, que ni se asoman, adormecidos en un horizonte del todo lejano. Pero se tiene que quedar aquí, reduciendo el conocimiento del autor soriano a apenas un par de páginas en lo que parece casi un sacrilegio. Ni siquiera quedan líneas para retratar su faceta como fundador del Centro Internacional de Antonio Machado. Al menos queda su obra; una que «requiere apagar la televisión para leer». Una que miente para decir la verdad. Una que se lee escuchando a los personajes y que se escucha leyendo al propio autor; siempre a caballo entre la denuncia de un presente insensato y la advertencia de un futuro desesperanzador. Una obra a la que acercarse en ese silencio que ella misma nos quiere acercar.