‘Días sin rostro’
Avelino Fierro
Eolas Ediciones
Libro de diarios
300 páginas
22,00 euros
Hablaba esta tarde con Joaquín Revuelta para anticiparle que se agenciara una foto pinturera de Avelino Fierro y, contra mi costumbre, le avanzaba antes de comentarle el tema de la instantánea que el título de la reseña iba a ser ‘Jamón, jamón’; a lo que mi cinéfilo amigo contragolpeaba tratando de saber si, por algún motivo que le escamaba, iba a escribir sobre la película de Bigas Luna.
Le tranquilicé al respecto, mientras pensaba que un retrato de Avelino Fierro poca competencia sería enfrentado al Javier Bardem de sus inicios actorales, y le aclaré a Joaquín que la cosa no iba de cine, sino de pernil de gocho.
Literalmente.
Sucedió lo que traigo a colación poco después de que Avelino alumbrase ‘Contra tiempo’, cuarta entrega de sus diarios, publicada –como las tres anteriores, como la quinta que hoy nos ocupa– por Eolas, la escudería leonesa que comanda Héctor Escobar. Aquel libro quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León y yo, contagiado por ese buen sentido del humor que Avelino suele manifestar cuando hablamos en persona o de forma virtual, le di el pésame y le advertí de que por ese camino no íbamos a llegar nunca a la concesión, primero, del Premio de las Letras de la Comunidad y luego al Nobel de Literatura. «Eso ha sido porque tu crítica no ha sido suficientemente elogiosa», me reprochó el escritor, letrado y amigo; a lo que yo repuse, inconsciente de lo que se me iba a venir encima, que no le había dedicado más epítetos halagadores porque no me había mandado un jamón.
No le di más recorrido a la conversación, que para mí no pasaba de mera anécdota simpática, hasta que unos días después un empleado de una agencia de transportes llamó a mi puerta para entregarme un paquete precintado con tanta pericia que casi precisé de una radial para descerrajarlo. El contenido desembalado no podía resultar más sugerente, ante mi vista se derramaron varios estuches de plástico envasados al vacío que contenían lonchas de jamón, de cecina, de lomo, de chorizo y de alguna otra pijadina gastronómica y sibarítica muy propia del gusto del remitente.
Aquello no era un jamón, pero se le acercaba mucho. Así que, como me sentía deudo de mis palabras, me prometí a mí mismo que la próxima reseña de Avelino que escribiera no sería cicatera en loas y alabanzas; algo que, por otra parte, no es difícil de conseguir porque Avelino Fierro es uno de los mejores escritores que conozco y que más respeto, no sólo por su forma de narrar, sino también por su generosidad, por su amabilidad, por su sencillez y por su erudición global, digna de ser descalificada por abusona en programas televisivos como ‘Saber y ganar’ o ‘Pasapalabra’.
Por circunstancias que no vienen al caso no pude cumplir mi promesa cuando vieron la luz libros muy especiales (en muchos sentidos) como el epistolario ‘Estatuas de sal’ o ‘Calendario’ o ‘La belleza del caminar’. Pero llegado es el momento de saldar mi remordimiento moral con estos ‘Días sin rostro’, que vienen acompañados por una separata titulada ‘Una semana particular’.
‘Días sin rostro’ es, como decía antes, el quinto dietario de Avelino Fierro, dedicado a esos años tenebrosos e insospechados que fueron 2020 y 2021, cuando vivimos especialmente azorados por un enemigo maléfico y asesino que nos reventó las costuras y mostró lo endeble y vulnerable que, a pesar de su altanería, es la raza humana. Por esa razón, y ya desde el título, nos podemos hacer una idea de lo que nos vamos a encontrar en ese tiempo de miedos y precauciones enmascaradas, de encierros hipocondriacos y medidas cautelosas, de recelo ante cualquier muestra de proximidad, por muy cercana que fuera la persona que la protagonizara.
Me escribía esta semana Avelino en un mensaje de wasap que «este diario es más de lo mismo con respecto a los anteriores, el mismo sofrito, los mismos ingredientes». Y yo no puedo estar más en desacuerdo con él. La recopilación de anotaciones arranca el 2 de mayo de 2020, apenas una semana después del fallecimiento de su padre (al que dedica el libro) y un par de días antes de que reabrieran sus puertas las librerías, a las que él define como «hospitales del espíritu», y a partir de ahí el lector se encuentra con un Avelino Fierro más íntimo todavía que en las ediciones precedentes. Un Avelino Fierro más familiar –cobra una importancia capital la figura de Mar, su esposa–, más ecológico, más anclado (por prescripción gubernamental) a puerto leonés y, sobre todo, más adepto a esas librerías y a los libros, a los que ha cedido gran parte de su vida, que son capaces de detener el tiempo y que se significan como principales referentes de esta entrega en la que el autor vuelve a convertir lo excelso en asequible y lo cotidiano en excepcional con esa prosa poética que sólo está al alcance de unos pocos elegidos.
De hecho, el libro está cuajado de pasajes que son pura lírica, por mucho que en la separata Avelino justifique injustificadamente su proclividad a citar a tantos poetas y reproducir tantos versos debido a su ineptitud para escribir poesía. En ese mismo añadido ofrece pautas a quienes todavía no se hayan adentrado en la fronda de los dietarios para que se acostumbren a desbrozarlos, y muestra su inclinación hacia otros maestros del género, como su paisano Andrés Trapiello o Pla o Cioran.
Le preguntaba hace unos días el director de este periódico, David Rubio, a Avelino si no le tentaba la idea de escribir una novela, y creo recordar que el escritor echaba balones fuera, como un defensa futbolero apurado. No veo el motivo, porque qué mejor novela que la vida misma contada en primera persona, con lo cotidiano como argumento resaltado y peculiar.
Pero así es Avelino, introvertido y humilde, como ajeno al ruido estrepitoso que le rodea en una silenciosa pinacoteca soviética o en la biblioteca de Alejandría o en un tugurio noctámbulo y ahumado cercano a San Isidoro o en un prado de La Candamia. Quizás por eso desconfió también de su condición de extraordinario narrador cuando consideré imprescindible su presencia en la antología del cuento castellano y leonés del siglo XXI que coordiné hace un par de años o tres. Pero esa categoría como relatista queda puesta de manifiesto en los dos apartados que cierran el libro, ‘Textos dispersos’ y ‘Migas de pan’, en los que se adentra «desenredando estrellas» y donde cerca del final vuelve la burra al trigo y advierte de que a una excursión a la montaña hay que ir precavido y bien provisto «de puerco en lonchas».
Y hablando de puercos, cerdos, marranos, gochos, chones, cochinos, guarros y otra fauna mondonguera, no sé si mi reseña será digna de un jamón ibérico de pata negra ni si gracias a ella –aunque lo dudo bastante– Avelino Fierro recibirá el Premio Fastenrath o el Nacional de las Letras o un vale canjeable por una operación de cirugía estética que le permita competir en la madurez con el apuesto Bardem. De lo que no me cabe ninguna duda es de que los verdaderamente afortunados somos los lectores que disfrutamos los días y las noches de uno de esos escasos escritores que son sencillamente extraordinarios. De verdad, háganme caso por una vez, devoren a Fierro y dejen de comer jamón del malo.