El Festival Internacional de Cine del Ayuntamiento de Madrid, Documenta Madrid, que organiza el Área de Cultura, Turismo y Deporte, ha distinguido al cineasta leonés Jorge Suárez-Quiñones Rivas con el Premio Fugas «a la innovación y voluntad de cruzar fronteras» por su trabajo en el largometraje documental ‘Natsu no uta’ (Canciones de verano), filmado hace dos años en Ubuyama-mura, un pequeño pueblo de montaña al sur de Japón, donde una mujer, Masae, va de casa en casa recopilando canciones tradicionales y buscando poemas que se remontan a más de mil años. El jurado ha resaltado un dominio formal, no exento de sensibilidad, en el manejo de la cámara de 16 mm que hace de ‘Natsu no uta’ una «experiencia de cinematografía telúrica, que contiene el cuerpo y el alma del cine y la vida al mismo tiempo».
Para Jorge Suárez-Quiñones Rivas este galardón tiene más mérito por tratarse de un festival como Documenta Madrid que siempre ha tenido una forma abierta y plural de entender el género documental, dando cabida al cine experimental que desde hace varios años viene practicando el leonés. «Sí, la verdad es que este festival mantiene un buen equilibrio entre diferentes propuestas de no ficción y con el paso de los años cada vez ha venido acogiendo de una manera más natural las propuestas más experimentales».
El cineasta leonés ha vuelto a dejarse seducir por la cultura japonesa –como ya sucediera en ‘Amijima’– en la realización de un largometraje documental –un formato muy poco habitual en este tipo de cine que tiende más al corto y al mediometraje– que ha contado con el apoyo del Injuve y del Ayuntamiento de Madrid, y cuya temática, la exploración de un legado cultural inagotable, conecta en cierta medida con la tradición leonesa de rescatar del olvido el folclore popular. «Lo que dices tiene mucho sentido, aunque en realidad yo tampoco estaba recogiendo su propia cultura inmaterial sino que más bien he intentado comunicarme con ello a través de una cultura ancestral con el fin de comprobar cuánto de esa literatura ha sobrevivido al paso del tiempo. Era un poco poner a prueba todo ese material llevándolo a gente que normalmente no está expuesta a ese tipo de obras. No sé cual sería el equivalente en España, pero son poemas compilados alrededor del año 920, que incluso están escritos en una especie de japonés arcaico que correspondería al castellano antiguo en nuestro caso. A modo de ejemplo nos podemos plantear cómo reaccionaría un habitante de la montaña de León si le llevas uno equivalente a la literatura española. Ahora mismo no sé qué tipo de obra literaria sería», reconoce Suárez-Quiñones, un cineasta que en sus trabajos ha experimentado siempre con la imagen pero que en este caso el objeto de esa experimentación es la palabra. «Lo que dices es muy interesante porque es una obra que está vehiculada a través de la palabra, pero precisamente la palabra se transforma en imagen. La palabra está tratada de una manera audiovisual, tanto como significado como significante; es decir, es contenido pero a la vez es pura forma. He trabajado mucho con la palabra tanto a nivel sonoro como a nivel del trabajo en 16 mm mediante diferentes capas de filmación con sobreexposiciones que permiten fijar la palabra dentro del paisaje, que permite crear diferentes dinámicas visuales de manera que la palabra se esculpe de algún modo en la propia imagen audiovisual».
Su buen conocimiento del cine japonés ha llevado de nuevo a Suárez-Quiñones en el caso de ‘Natsu no uta’ a tener presentes a cineastas de este país como Ozu, Naruse o Kawase, entre otros. «Te diría que en general hay en mí una cierta influencia de cineastas japoneses contemporáneos que trabajan como yo con el medio analógico, como podría ser Tomonari Nishikawa, que para mí es una gran referencia por como acerca el trabajo de un cine más estructuralista a la vida real, en su caso filmando paisajes urbanos, paisajes naturales. Pero hay un arco muy grande que va desde el citado Nishikawa hasta Ozu o Naruse. Además, en el caso de este último hay una referencia explícita en la que proyecto una película de Naruse de 1958 a los habitantes del pueblo. Entonces hacemos una pequeña filmación performativa en la que dos mujeres ven esa película que a la vez habla de la vida rural en un pueblo japonés en plena posguerra, donde todo avanza muy deprisa, las transformaciones son muy rápidas y a veces sobrepasan a los propios individuos. Me parecía interesante mostrar a dos personas de un entorno que se parece al de la película que se está proyectando cómo podrían reaccionar al verse de alguna manera a sí mismas, como si fuera una especie de juego de espejos», destaca Suárez-Quiñones.
El cineasta leonés sustenta la elección del formato analógico en detrimento del digital en una paradoja. «Me permite mucha más libertad en el sentido de que tengo una serie de restricciones que me obligan a trabajar de una manera más presente. Si trabajara en digital podría grabar todo el metraje que quisiera y editar todo lo grabado de forma inmediata, pero a mi juicio se pierde una parte importante de tensión que para mí es fundamental poder mantener. También se pierde, por supuesto, la materialidad, porque en esta película cada imagen que vemos es el resultado de una acción que yo realizo con mis manos, como rebobinando para que haya una doble exposición o variando el uso del diafragma. Si hubiera ido a ese pueblo de Japón con una cámara digital a grabar infinitamente no sabría dónde empezar y dónde terminar. A nivel conceptual y artístico no tendría límites.Sin embargo, de esta otra manera tengo que saber muy bien lo que grabo porque solo dispongo de treinta bobinas, de tres minutos cada una, todo debe tener un sentido y que sea un medio y un fin en sí mismo», sostiene.
Esa manera de filmar facilita la edición porque en cierto modo existe ya un montaje en la cabeza del director. «Estamos hablando del montaje en cámara, un método de trabajo que llevo practicando desde que empecé en el formato super 8 mm. En ‘Natsu no uta’ he ido un poco más allá, pues además de montar en cámara me he permitido hacer un segundo montaje en mesa en el que voy alternando bloques condensados de presente que están separados en el tiempo. Este montaje en mesa me ayuda a crear secuencias con una lógica más narrativa, me ayuda a dar un poco más de orden y a establecer unas ideas que el montaje en cámara no me permite hacer al ser bloques tan condensados en sí mismos que a veces no son tan permeables».
‘Natsu no uta’ se filmó en el verano de 2022 y en la actualidad Suárez-Quiñones se encuentra inmerso en labores de distribución y de promoción para que la película pueda verse en festivales, museos, etc. De cara a una futura presentación en León cree que tanto el Musac como la Fundación Cerezales Antonino y Cinia podrían ser dos escenarios idóneos, con el aliciente en el caso de este último de tratarse de una película que transcurre en un ámbito rural. Por lo que se refiere a futuros proyectos artísticos, el realizador leonés reconoce que tiene varios abiertos, entre ellos uno estrechamente conectado con ‘Natsu no uta’. «En enero de 2023 volví a esta misma población japonesa, gracias a una beca nueva, para llevar a cabo nuevas filmaciones, porque la película premiada en realidad forma parte de un gran proyecto que está vinculado a esta localidad y que tiene que ver con las estaciones del año. La película de verano es de la que hemos estado hablando y he vuelto para filmar la película de la transición entre el invierno y la primavera. La película está en nevera a la espera de encontrar nueva financiación para poder primero revelarla, porque no he podido ni ver lo filmado hace un año, y continuar después con el montaje, el tiraje de copias... Es una situación bastante paradigmática de lo complicado que resulta a veces darle continuidad a estos proyectos, porque con la beca que me concedió el Ayuntamiento de Madrid solo he podido viajar y filmar, pero ahora necesito una nueva ayuda para poder revelar todo ese material».