José María Morla Díez, el artista que ama los libros

Por Gregorio Fernández Castañón

19/09/2024
 Actualizado a 19/09/2024
De la novela ‘Moby Dick’, Morla nos presenta ‘su’ cachalote. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
De la novela ‘Moby Dick’, Morla nos presenta ‘su’ cachalote. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

No voy a negar que hacía mucho tiempo que le andaba buscando, sí, pero sin utilizar el comodín que me abriera aquella puerta. Lo que realmente me importaba –lo confieso– era encontrarle en mi camino de frente y por sorpresa. Y la ocasión llegó justo en el lugar adecuado: en una de esas ferias de artesanía en las que los hombres y las mujeres, con ese don especial y la humildad que les caracteriza, se presentan a sí mismos siempre detrás (nunca delante) de las obras que, partiendo de las alas intuitivas de su corazón, surgen del calor pausado de unas manos que aman la materia hasta los límites más insospechados. Y fue allí, en la misma calle donde por fin, sin conocernos personalmente, descubrimos que el uno sabía algo/mucho del otro y viceversa.

José María Morla Díez nació con sangre de artista y, cuando descubrió su verdadera vocación, ya de adulto, lo dejó todo. Solicitó la excedencia en su trabajo como funcionario y comenzó a dar los primeros pasos desde «cero» por ese difícil mundo al que llaman «artístico». En realidad «la culpa» de todo ello la tuvo su hijo. «Jugando con la plastilina de colores con él, descubrí que de los volúmenes que surgían en aquellos momentos de ocio, si los examinaba con serenidad y autocrítica, el resultado podría decirse que, sin llegar a ser «notable», no estaba nada mal, y por eso seguí insistiendo», me confesó, para añadir:

–¿Mis principios? Un desastre tras otro, pero, lejos de tirar la toalla, yo volvía a empezar con más ganas. Buscaba permanentemente algo que me ayudara. Quiero decirte que uno de aquellos libros de consulta, relativo a los soldaditos de plomo, me sirvió para iniciar lo que yo tanto anhelaba: hacer de principio a fin mis obras de manera artesanal. Y errando se aprende. Aprendí, por ejemplo, a buscar y a encontrar determinados complementos que, incluso yo, jamás había sospechado que los iba a necesitar.

–¿A qué te refieres exactamente?

–Pues, por ejemplo, al uso del antimonio. 

–Explícate más a fondo, por favor.

–Quiero decir que utilizaba todos los ingredientes necesarios (el antimonio, el plomo, el estaño, el cobre…) en sus proporciones para hacer mis primeros trabajos. Yo fundía todo aquello en un horno rudimentario para después utilizar el líquido resultante en los moldes y… ¡Milagro! Mis piezas, por fin, tenían consistencia. Lo malo era que aquel horno metía tanto ruido y expulsaba tanto humo que alertaba a todo el vecindario. Tras largas meditaciones, decidí que mis obras pedían a gritos ser reproducidas en bronce. Un material que, además de ensalzar los volúmenes con la utilización de las pátinas correspondientes, tendría –pensaba yo– una mayor aceptación, como así fue.

José María siente que su formación es completamente autodidacta. Y tras corregirle yo, me dijo: «Bueno, es cierto; en el año 1996 realicé un curso intensivo sobre la fundición de bronce a la cera perdida en la Escuela de Cerámica de La Bisbal (Gerona) y, posteriormente, a lo largo de los años, mi formación se complementó con otros cursos, como el de microfusión, el de soldaduras, el de pátinas sobre bronce o el de escaparatismo, que me sirvieron de gran ayuda para este oficio». 

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Sujetalibros, pisapapeles, cuadros... su obra es bella y numerosa. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Y con aquella somera preparación, por fin… Desde 1996, los pasos de José María Morla Díez, por las distintas ferias de Castilla y León y del resto de comunidades, comenzaron a tener sentido y éxitos. Tanto que los premios aparecieron por aquí y por allá, como: «Premio al mejor stand» en las ferias de Valladolid, León, Zamora, Palencia, San Sebastián y Pamplona y «Premio a la pieza única» en Ávila (2009 y 2010), en Zaragoza (2012) y en Burgos (2018). Internacionalmente, tengo que destacar la participación de este artista en las ferias en el Salón del Libro de París (2007), en las ferias para profesionales Museum Expresión y en la Foire de París (2008), en el Salón Cadeaux à p’Art (París, 2011) o en la Feria de Bayona y en la Feria de Artesanía de Nimes (desde 2013).

–Veo que, en un porcentaje muy elevado, todas tus pequeñas esculturas llevan con ellas un libro o forman parte de las historias de una novela. ¿Por qué?

–La escultura y la literatura, para mí, son básicas y a la vez complementarias. Y, como he podido conjugar ambas pasiones, efectivamente la mayoría de mis obras se inspiran en esos momentos íntimos; aquellos que nos definen como hombres y como lectores, con las más disparatadas posturas: sentados, tumbados boca arriba o boca abajo, con la compañía de un perro o hasta colgados de unas cuerdas. Me gusta inmortalizar, eso también, a personajes literarios con la idea de transmitir su propia vida o sus gestos. Y efectivamente determinados protagonistas de los libros ‘Don Quijote de la Mancha’, ‘La isla del tesoro’, ‘El libro de la selva’, ‘Don Juan Tenorio’ o, entre otros, ‘Los miserables’ me han inspirado, sin olvidar otras pequeñas licencias cómicas o gamberras que me concedo. Personajes, estos últimos, basados por ejemplo en las pandillas de los jovenzuelos que se divertían en Babia. Ahí se encuentran, entre otros, Toñín, Víctor, Angelín o Josines; este último campeón de aquella competición estival, muy frecuente, que consistía en llegar lo más lejos posible con el chorro de la orina. 

¡Alucinante! Son trabajos originales –más de 250– realizados por este artista que, además, numera (con una tirada máxima de 365 copias) y certifica. Sujetalibros espectaculares, pisapapeles, con fines decorativos o para colgar. Piezas únicas debido también al último tratamiento: la pátina, de la cual es especialista. Salvo excepciones, sus esculturas suelen pesar de 650 gramos a 3 kilogramos y todas ellas se podrían copiar en mayor escala para embellecer cualquier plaza o parque. Su precio, pienso yo, es otro de sus atractivos. Por curiosidad, diré que una de las obras de mayor tamaño y valor se la compraron en Portugal. «Sí –me confirmó–, se trataba de una versión mía sobre el personaje de Adamastor, un gigantón de la mitología portuguesa, creado por el poeta portugués Luís de Camões en su epopeya ‘Os Lusíadas’ (de 1572)».

Y como este artista me aseguró que le gusta estar en la calle y se emociona cuando –aun sin comprarle nada– alaban o se sorprenden con su obra, le pedí que me contara alguna anécdota. 

–¡Uf…! Tengo muchas, y ahora mismo… Bueno sí, te diré que no es la primera vez que, obviando mis bronces, intentan comprarme algunos de los libros que sirven como complementos decorativos para ellos o también las estanterías del stand que, por cierto, están hechas por mí. ¿Qué te parece?

–Pues, creo que, de alguna manera, justifican los premios que has recibido al «mejor stand». 

La verdad es que todo lo que rodea a este hombre me resulta muy curioso, tanto que hasta se «derrite» al hablarme de sus hijos, también… artistas.

–¡Ah…!, ¿sí? ¿Son escultores como tú? –le pregunto.

Y el papá Morla me habla de Mario Morla, un pianista de jazz y compositor, profesor e integrante de grupos como Goodman Collective o Dr. Bogarde & The Hockerties, que ha trabajado, además, junto a Mocedades, Armando Manzanero, Ara Malikian o, entre otros, Víctor Manuel. Y me habla de la doctora en Derecho Marina Morla, especializada en Derecho Sanitario y profesora en la Universidad de León, cuya faceta artística se balancea entre la pintura, la escultura y la joyería, con una especialidad un tanto peculiar: el dibujo a bolígrafo de cuatro colores. Una modalidad esta última realmente sorprendente que yo ya conocía por haber visto una de sus exposiciones en la Fundación Vela Zanetti. Sin embargo, no relacionaba a esta autora con el papá artista, José María Morla, que de pronto… me dijo:

–Ahora que ya he dado satisfacción a mi vanidad y orgullo de padre, tengo que agradecerte que te hayas acordado de mí para acercar mi obra y mi personalidad a tu sección de escultores. Te sigo en La Nueva Crónica y compruebo que pones mucha pasión en ello…

Las alabanzas de este artista, unidas a su generosidad, continuaron hasta el punto de ruborizarme. Y eso no. El mérito, únicamente, es de él, de ellos, de los que, rodeados con la visión de su arte, consiguen que el resto de los mortales activemos los sentidos hasta el punto de recibir una descarga de emociones que enriquece, sin duda alguna, nuestra vida intelectual; una estimulación de la mente alejada de toda faceta que no sea la relativa a la creatividad. Apasionante.

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