Sin embargo conservo nítidos los recuerdos personales, los que tienen que ver con mis afectos y alegrías, los que me traen a la memoria disgustos o miedos concretos". (Fragmento de Mujeres de negro)
León siempre ha sido tierra de buenas escritoras (también ellas habían de estar presentes en este mundo de las letras en el que tantos nombres de esta geografía han destacado) y de maestras, caminando ambos perfiles de la mano en muchos casos, como el de Josefina Aldecoa, en realidad Josefina Rodríguez Álvarez (La Robla, 1926- Mazcuerras, 2011). Y es que la escritura también es enseñanza, enseñanza de vida, reflexión sobre lo que al ser humano acontece a cada paso, aprendizaje para enfrentarse a la sociedad que nos rodea con sus pros y sus contras, con sus claroscuros. Dos datos curiosos me llaman la atención en la biografía de esta escritora leonesa, una de las grandes de nuestro panorama, su nacimiento un 8 de marzo y su fallecimiento en la localidad de Mazcuerras, la Luzmela de Concha Espina, escritora tan ligada también al paisaje literario leonés a través de su obra ‘La esfinge maragata’. Tal vez haya casualidades que no lo sean tanto y que, de alguna manera, marquen en cierta manera la trayectoria de las personas que pasan por ellas. Son tantos los aspectos que me gustaría comentar sobre Josefina Aldecoa que sin duda estas líneas se me quedarán cortas, pero espero sean suficiente para animar a quien las lea a sumergirse en su obra ya sea de nuevo o por primera vez y a conocerla más en profundidad.
A pesar de su temprana relación con el mundo literario y su luego amplia producción no es esta autora una escritora precoz en cuanto a publicaciones, pues su primer libro, ‘A ninguna parte’, no vería la luz hasta 1961. Llegada a León con apenas diez años para estudiar bachillerato, compartiendo piso con las hermanas más jóvenes de su madre que por entonces también estudiaban en la ciudad, ella misma reconoce lo interesante de su experiencia en los años «fríos y obscuros de la posguerra», en los que cada tarde se acercaba a la biblioteca de Azcárate, convirtiendo la lectura en la principal de sus aficiones, hasta que con 15 años descubre que la literatura es su verdadera vocación a través del impacto causado en ella por la poesía de Eugenio de Nora, de Victoriano Crémer y por su relación con la revista Espadaña.

Y enlazamos aquí con su otra faceta, la pedagógica, a la que dedicó su vida profesional. Hija y nieta de maestras que participaron de la ideología de la Institución Libre de Enseñanza, siempre creyó en una educación libre, culta y laica, y estas ideas junto a otras obtenidas de colegios vistos en Inglaterra y EEUU la llevaron, en 1959, a fundar lo que sería el proyecto más importante de su vida, el Colegio Estilo de carácter muy humanista, basado también en el respeto al alumno, en la libertad, en la cultura y en todas las cosas que a ella la gustaban, el arte y la literatura especialmente.
A lo largo de su trayectoria literaria, su obra ha sido reconocida con diversos e importantes premios, llegando a ser nombrada, en 2006, miembro del Patronato del Instituto Cervantes.
Su producción literaria, ha navegado entre el cuento, la novela y el relato autobiográfico, siempre dotada de una sutil capacidad evocadora y una clara habilidad para envolver en lirismo y nostalgia cada uno de sus universos literarios.
Rescatar la figura de Josefina Aldecoa es una asignatura pendiente, no solo en cuanto a sus obras, cuya riqueza de matices la convirtieron en una de las principales narradoras españolas de la posguerra, también por su pensamiento que dejó plasmado en su obra pedagógica. Les invito a ello.