La jornada anterior al Día Mundial del Piano, Julia de Castro sale a la calle apoyada en su andador. Además de la suya, le acompaña siempre la sombra que pisan los pies de su cuidadora, testigo directo de cómo cada mañana el timbre melódico de alguna pieza de música clásica revolotea invisible por entre las paredes del hogar de la mujer. Una que, tras cada desayuno, se sienta en la banqueta para dejar mover sus dedos, ya bien arrugados, sobre las teclas que le han acompañado toda la vida.
«Toca el piano una hora y media cada día», dice su cuidadora mientras la mira con ternura. Y Julia habla tan despacio, el volumen de su voz es tan tenue, que apenas se le entiende. Si acaso tres o cuatro palabras aisladas que viajan por el aire como las notas del instrumento que, en el marco del ciclo ‘Piano Lontano’, yace plantado ante la monumentalidad del Palacio de los Guzmanes de León. Un instrumento que ahora toca con maestría un hombre y que, hace apenas unos minutos, sustituía el andador de Julia, que dejaba andar a sus manos mayores, más jóvenes que nunca, recorriendo el teclado pra interpretar composiciones ignotas para oídos novatos.
El rostro de la anciana construye en quien lo ve una idea de su personalidad, que se presenta dulce y generosa como pocas. Los ojos cerrados ante las melodías cosechadas por otros dan cuenta del amor hacia el instrumento que ha puesto banda sonora a los instantes de su existencia. Entre las oraciones inteligibles de la que antaño fuera profesora de conservatorio, se percibe algún «es la carrera que hice» y unos cuantos «toda la vida» que hacen de la estampa una del todo entrañable.
Y, aunque no es la única que se anima a salir ante el público, cada vez más numeroso, en esta iniciativa de DMadariaga Producciones, sí es la que más llama la atención. Sus 92 años de edad esbozan una historia que invita a conocer más. La cuidadora lo entiende y, a ratos, le coge prestada la voz mientras Julia disfruta unos sones de los que ha disfrutado siempre. Ya afianzada sobre su andador, parece algo cansada y configura su porte una imagen que poco tiene que ver con la hace un rato, cuando, todavía en el taburete, lucía más rejuvenecida que nunca deleitando a todos los demás. La belleza que destila, eso sí, sigue teniendo el mismo motivo: la fortaleza de un virtuosismo que, humilde, no dirime ni en tiempos en que la cabeza ya empieza a fallar.
Así se mantiene la leonesa, entre el hacer y el escuchar, en una muestra de que las fechas ceremoniosas marcadas en rojo en los calendarios no tienen demasiado sentido para quienes comprenden verdaderamente la razón de la celebración. Y es que el Día Mundial del Piano son todos los días en el mundo de Julia.