Julia Rodríguez Villar en la tierra de sus abuelos

Por Gregorio Fernández Castañón

08/08/2024
 Actualizado a 08/08/2024
La artista, junto a su perro, posa al lado de una de sus ‘raíces’. | REPORTAJE GRÁFICO DE GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
La artista, junto a su perro, posa al lado de una de sus ‘raíces’. | REPORTAJE GRÁFICO DE GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Fue llegar a San Justo de la Vega y besar el santo. «Buenos días», le dije. Y él, un señor muy amable, con los pies en la tierra y el corazón en la mano, contestó a mis buenos deseos con una sonrisa y algo más.

–Mire usted, aunque de aquello hace ya muchos años, este pueblo tenía dos barrios bien diferenciados: el de arriba, donde habitaban los cardadores, era el barrio de los ricos y, en el de abajo, los labradores intentaban vivir honradamente con su pobreza.

Según su teoría, para encontrarme con la escultora Julia Rodríguez Villar, yo me habría de dirigir al barrio de los ricos, pero… Cuando ya estaba a punto de reiniciar la marcha, me detuve bruscamente, ya que el buen hombre lanzó al viento uno de esos «dichos» populares que tanto admiro y, por ello, obligatoriamente lo quise recoger al vuelo para que no se esfumara entre las tormentas olvidadizas de una primavera gris. Este:

–En San Román vendían leche, en San Justo cardaban lana y en Nistal estripaban peces para las mujeres ‘guapas’ de Celada

Con cierta sorna, me aclaró el término de ‘guapas’, para añadir: «se habrá dado usted cuenta, además, de que en este refrán se recogen los cuatro pueblos que conforman el municipio». 

¿Se puede pedir más tan de mañana? Pues no, por eso nunca desaprovecho que guíen mis pasos aquellos hombres sabios que tanto saben por haberse alimentado con el raro elixir de una vida cargada de humildad.

–Si usted continúa por esta larga calle, justo al final de ella, verá una escultura dedicada a los cardadores. Escultura que realizó Sendo, uno de nuestros sanjusteños más universales.

Y la vi. Claro que vi la escultura de Sendo García Ramos (1948-2022) y después, al salir del pueblo, fotografié con mucha calma. Lo más curioso fue que la voz metálica de la «mujer» que habita en el interior de la pantalla del navegador de mi coche, se quedó muda de repente y me dejó «tirado» en medio de la plaza de la Constitución, justo donde otra escultura de Sendo brillaba con la luz del sol y con las palabras de Julio Llamazares: «Hay algo que unifica más que la sangre y la amistad, decía el poeta. Pero sin sangre y amistad no hay vida, como sin vida solo hay el vacío eterno. / Esta escultura es el particular homenaje del autor a quienes con su amistad y su sangre anónima hicieron posible que siga viviendo». Escultura dedicada, como bien se puede entender, a los donantes de sangre. Aquella a la que un sucio bastardo, ladrón de sentimientos, le robó la gota «de oro» que el artista había puesto en la mano del donante para ofrecérsela a la del necesitado. 

Julia explicando el minucioso proceso creativo.
Julia explicando el minucioso proceso creativo.

En fin, que, pasados unos minutos, tuvo que rescatarme de aquel incómodo malestar, falta de respeto y de naufragio ocasional, Julia Rodríguez Villar, la propia escultora a la que iba a entrevistar aquel domingo, 12 de mayo. Y una vez en su casa…

En el taller de la joven artista todavía se percibía el aliento de sus abuelos por las paredes, suelos y techo. Y es allí donde el vuelo de la inspiración se aprovecha especialmente de las raíces, troncos, brazos y sarmientos secos de las vides para salir a flote. Los zarcillos, en una profunda caja de cartón, parecían gusanos inertes, pero no. Sorprendentemente, Julia utiliza aquellos rizos para devolver a las cabezas rapadas de sus esculturas un cierto toque de belleza y esplendor juvenil. Cabelleras al viento en permanente búsqueda de una más que honrosa libertad para salir a la calle con total y absoluta admiración.

–Mira –me dijo, tras recoger un palitroque grueso de uno de los cestos que por allí tenía almacenados–. Aquí, por ejemplo, observo un tronco humano. ¿Lo ves? (claro que lo veía). Pues bien, lo corto y le voy uniendo el resto de las partes de un cuerpo para darle razón y vida. Algo así (me volvía a explicar, apoyando otra de las ramas en aquel «tronco»). Las uniones las hago con una cola especial de madera a la que mezclo el serrín, pequeñas virutas y polvo de las cepas para disimular los brillos y lograr, al mismo tiempo, la uniformidad.

Julia parecía estar en su salsa explicándome los detalles más inverosímiles de su creación. Además, como una montaña rusa, subía y bajaba de tono, y de repente, por aquello de que iba y venía, me invitaba a recorrer su casa para descubrir nuevas piezas por ella realizadas.

–Soy como soy y pienso. Construyo sin cesar y deformo o destruyo con la misma o, si cabe, mayor intensidad hasta encontrar el fin que persigo. Mi trabajo artístico me engancha hasta el extremo de aliviar mi propio egoísmo, mis males. Me ayuda a evadirme de todos ellos. En mi adolescencia ya era consciente de que la escultura me ayudaba a desahogarme. Cortando la madera, devastándola o buscando sus cosquillas, descargaba en cierta medida mi rabia y soledad. Y lo mismo me ocurría amasando el barro antes de hacer visible una simple utopía sin más futuro que volver a empezar de nuevo para tropezar en la misma piedra. Puede que, por ello, haya escogido el camino del arte, luchando con todas mis fuerzas hasta conseguir, primero, una mínima formación en la Escuela de Arte en León, con el reconocido escultor Jesús Trapote, entre otros, como maestro, y después en Salamanca, donde conseguí el título de técnica superior en Artes Aplicadas a la Escultura.

Allí, en Salamanca, se encontró con la llegada de otros tipos de materiales, como el hierro o la piedra, llenando su piel de sudores y sombras. Y, porque vio que no era malo, del serrucho, los formones y el mazo de madera, pasó –obligatoriamente– a la radial, la soldadura, los cinceles y los mazos de hierro. Y como también aquello era bueno para alcanzar la meta propuesta, continuó avanzando en el día a día hasta encontrar el señalado descanso que, por necesario, sería el último. Y en su futuro porvenir descansó, finalmente, con una nota más que sobresaliente. Los fructíferos resultados de aquellos años se encuentran diseminados por el jardín, por el salón, por las habitaciones... 

Acariciando la reproducción pétrea de una gárgola charra.
Acariciando la reproducción pétrea de una gárgola charra.

–Mira.

Y yo, claro, fui testigo de las caricias que Julia realizó por encima de la piel pétrea de aquella reproducción que hizo sobre una de las gárgolas charras. Gárgola cuyo original se encuentra en el patio de la Casa de las Conchas de Salamanca, y esta, su propia obra, descansa, tal vez momentáneamente, en un rincón de su pequeña pradería verde.

Pero aun había más y más sorpresas para mí, que de alguna manera testificaban el buen hacer de la artista. Y así, por poner más ejemplos, me encontré con una también reproducción de uno de los mascarones grotescos de la fachada del Palais de la Bourse, en Burdeos, Francia, o la del Cetro Uas de Seth, que es, para que nos entendamos, un bastón de mando egipcio realizado en madera de nogal y hierro forjado, en este caso, de más de un metro y medio de altura.

Espectacular.

Especialmente, se detuvo en explicarme que el busto que tiene en una de las habitaciones lo hizo para demostrarse a sí misma que tampoco tiene ningún misterio trabajar la anatomía real (humana) de… un compañero, en este caso.

–Es el busto de Adrián González, un buen amigo, también escultor de León. Tal vez te interese entrevistarle.

–Tal vez, aunque…

Se acercaba peligrosamente la hora de la retirada y me interesaba, cómo no, conocer un detalle importante al que todavía no habíamos llegado. ¿Tienes –le pregunté– obra pública?

–Pues sí, en Astorga se encuentra mi escultura homenaje a todos los motoristas, especialmente a aquellos fallecidos en carretera. Y también te diré que, en la misma ciudad de Astorga, aunque en este caso un poco más discretas, ya que se encuentran en el interior del Cuartel Militar, se pueden admirar mis últimas obras: la dedicada a homenajear al general Santocildes y la del centenario de este mismo cuartel.

Reconozco que la vitalidad de Julia me contagió y me gustó también algo, tal vez insignificante para muchos, pero poderosamente vital para mí por llevar escrita, en el fondo, la palabra sencillez. «Yo nací en Astorga –me dijo–, pero con el tiempo decidí asentarme en San Justo de la Vega. Vivo en la casa de mis abuelos; de sus tierras recuperé las vides e incluso, en su momento, llegué a hacer con sus frutos vino. Mis raíces, así, las percibo plenamente y me siento orgullosa de ellas, tanto que, en la menor ocasión, soy capaz de transmitirlas en mis obras artísticas. Es mi propio estilo y con él continúo, lentamente, avanzando hacia un mañana». 

Suficiente.

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