Seguramente una cita —"con ella empezó todo"— que a muchos les sonará como referencia a Piqué no es la más adecuada, pero bueno. Llamazares es algo futbolero y hasta tiene en su producción un precioso cuento dedicado al famoso penalti de Djukic que le dio una liga al equipo de Piqué. Pero en ella —que no es el fútbol sino la poesía—, son demasiados los lectores de Julio Llamazares que aseguran que "empezó todo", que el de Vegamián no ha dejado de ser poeta jamás, escriba en el género que escriba, y hasta se ha llegado a decir de 'La lluvia amarilla' que es "un largo poema en prosa".
Allí, en la poesía, empezó todo con 'La lentitud de los bueyes' y 'Memoria de la nieve'; precisamente los dos títulos que acaba de publicar Cátedra en una edición realizada por Raúl Molina Gil, crítico literario y doctor en Literatura por la Universidad de Valencia, especializado en poesía joven.
Molina Gil realiza una documentada introducción en cuyo título ya se intuye está condición de ante todo poeta en Llamazares: ‘La aventura lírica de un narrador poético’. Y no tarda el escritor leonés (Vegamián, 1955) en darle la razón en unas lineas que recoge de una entrevista con Bautista Delgado en 1999. "Yo creo que sigo haciendo poesía en todo lo que escribo, porque mi visión de la realidad es poética. Mejor o peor, pero poética en el sentido de aplicar una cierta subjetividad límite a la contemplación. Creo que la literatura, si no tiene un substrato poético, no es literatura. Son historias que se cuentan, sin más, pero lo que da un plus a un relato, a una historia, lo que hace que se convierta en literario, es el substrato poético y yo he procurado mantener ese substrato, que he heredado de cuando escribía poesía, incluso en el tratamiento del lenguaje, que es lo que es la literatura [...] No se trata de contar una historia por contarla, sino de sacarle el máximo jugo a esa historia, y eso solo se consigue a través de la manipulación del lenguaje".
E inicia el estudio inicial un viaje al substrato poético de Llamazares, a aquellos inicios en León, a sus maestros o referencias. Recuerda la tradición literaria de revistas como Espadaña, Claraboya, Yeldo, el recuerdo de González de Lama y el paso del joven leonés por los Capuchinos de El Pardo para regresar a León... y conocer a Mercedes Castro, Miguel Escanciano, José Carlón y Manuel Arias. Era 1975, acababa de incrementarse la tradición de revistas de literatura con Barro, era 1975. El año ayuda a entender al grupo, tal y como le contaba Llamazares a Suárez Rodríguez en 2004. "Lecturas, fiestas, tertulias, guateques disfrazados de reuniones y el peregrinar constante por las tabernas del Barrio Húmedo, donde por entonces se cocía ya el sopicaldo político que daría el paso a la democracia, nos sacaron de la inopia y nos fueron convirtiendo, a Escanciano y a mí al menos, de adolescentes, ilusos aficionados a escribir versos, a desharrapados vates con pretensiones sociales, a la vez que en improvisados radiofonistas. Empezamos a hacer un programa de radio semanal que comenzó siendo de poesía, pero que se fue politizando poco a poco a medida que se moría el caudillo. Eran los años setenta y la poesía, ya se sabe, era un arma cargada de futuro".
Ya el nombre nos conduce a esa tendencia a meterse en el barro de las cuestiones sociales. Siempre manifestaron su voluntad de "lucha cotidiana" y Llamazares se lo expresaba a García del Río en una entrevista de 1975. "Creemos que la poesía es un edificio que siendo bello debe ser también útil. Si solamente es útil, no estamos hablando de poesía, sino de prosa. Pensamos que al hablar de poesía, tiene que existir un armazón que dé consistencia al poema y este armazón se confundiría con la forma. En definitiva, creemos que la forma y el contenido deben ir íntimamente unidos, porque tan importante es el fondo como la forma. Es imprescindible que el contenido tenga una forma poética".
Aquellos inicios en Barro, aquella poesía social, quedaron recogidos en un libro de más repercusión que tirada que vio la luz en 1976; algunos de ellos recogidos con posterioridad en la antología ‘Versos y ortigas’, de Hiperion. Tenía el poeta 21 años y unos meses después reconoce en una entrevista que se replantea su creación anterior y la somete a una revisión cuando da un nuevo paso, al incorporarse a otra revista: 'Cuadernos leoneses de poesía'. Así se lo explicaba a José Enrique Martínez, en 1980: "Barro tuvo la idea de lanzar una revista impresa. Como la idea, por razones muy variadas, no llegó a cuajar y el tiempo pasaba, se dio a la imprenta el libro de poemas, que ya conocemos, y que supuso, a la hora del balance, la constatación de un callejón sin salida para el grupo y su disolución consiguiente Cuadernos leoneses de poesía fue la salida del callejón. Una primera pincelada, pues Cuadernos son, en cierto sentido, una prolongación de Barro: Carlón, Llamazares y Escanciano".
En su segunda colaboración en Cuadernos... realiza Llamazares su primera incursión en el campo de la prosa. La prosa de un poeta, por supuesto. Se fue a vivir a Asturias para poder seguir sus cursos de Derecho, ya que no se podía entonces en el Colegio Universitario de León, Y en Gijón escribió en 1978 La lentitud de los bueyes, publicada en 1979 y ganó con él el Premio González de Lama, que suponía a su vez su publicación en la Colección Provincia (1979). El Jurado que le premió está compuesto por Antonio Pereira, Victoriano Crémer, Félix Grande y Antonio Gamoneda.
Arrancaba una nueva etapa, con colaboraciones tan diversas como el recordado periódico leonés 'Ceranda', 'Generación 81' o la revista de un pequeño pueblo (Cármenes), 'Pico Gallo'. También vio la luz 'El entierro de Genarín'. Y en 1981 se va a Madrid, otra fecha que marca el inicio de la etapa definitiva de Julio Llamazares (hasta entonces había firmado sus libros como Julio Alonso Llamazares) en su relación con la literatura. En 1982 llega 'Memoria de la nieve', también de la mano de un importante premio, el Jorge Guillén, y otro jurado de lujo en el que estaban Caballero Bonald, Jesús Munarriz o Antonio L. Bouza, entre otros. El libro sale en una cuidada edición ilustrada por el magnífico y malogrado pintor Emiliano Ramos.
Los dos libros de poesía supusieron el inicio de una exitosa carrera literaria en la que sus dos primeros libros en prosa, novelas, volvieron a ser fundamentales: 'Luna de lobos' y 'La lluvia amarilla'.
Una nueva etapa marcada por la poesía que, como decía en el inicio del repaso el propio Llamazares, siempre estuvo presente. Y seguía. Tal y como le comentaba a Luis García Martín. "Escribo para comunicar, eso es claro. Pero, al mismo tiempo, la poesía para mí es un método de conocimiento, el más importante, el más cruel y el más hermoso pues posee unas características que los otros métodos o caminos no poseen: la posibilidad de incorporación de lo surreal, de lo irracional, de lo individual".
Poesía. En el inicio y en el final. En el poeta y en el novelista.