Lo más cerca que un montaje de ópera actual puede estar de la perfección sería esto. En Covent Garden, el gran Antonio Pappano pone fin a dos décadas como director musical de la compañía –que deja para ocupar el podio de la London Symphony Orchestra– con uno de sus títulos predilectos: ‘Andrea Chénier’. Lo protagonizan tres estrellas indiscutibles del canto. Por un lado, el tenor más solicitado del siglo XXI, el alemán Jonas Kaufmann (1969), doctorado en Verdi, Wagner y ahora en verismo (Canio, Turiddu). Como el poeta revolucionario Chénier debutó en 2015 precisamente en Londres; más tarde llegarían Múnich o el Liceu. Con su timbre oscuro y su versatilidad, supera las cuatro arias del protagonista, que transitan de lo heroico a lo lírico, de la potencia a la delicadeza, a veces súbitamente (‘Si, fui soldato’).
Junto a él, la extraordinaria Sondra Radvanovsky (1969), que se enfrentó por primera vez al papel de Maddalena en 2018 en Barcelona y puso en pie a la crítica. Su perfeccionismo técnico (emisión limpia y homogénea, volumen, control, agudos, flexibilidad) le permite abordar el verismo sin abandonar el bel canto, pilar de su carrera durante tres décadas. Pero lo que hace única a la soprano de Illinois es su capacidad de emocionar, fruto del compromiso dramático, de la intensidad, calidez y verdad como actriz.
Completa el trío el barítono más en alza del mundo: Amartuvshin Enkhbat (Mongolia, 1986). Desde que asombrase a los jurados de Operalia y BBC Singer of The World, en apenas un lustro ha recibido ovaciones en Verona, La Scala (‘Aida’, ‘Rigoletto’) o Florencia (‘Il trovatore’). Su potencia, su legato, su registro inmenso y su tono rico y equilibrado le han valido el International Opera Award de 2023.
Cines Van Gogh retransmite ‘Andrea Chénier’ desde Londres este martes, en una grabación en directo del día 5 de este mismo mes. Detrás de la producción de época, el prestigioso David McVicar. Su versión ha pasado la prueba del tiempo (desde el estreno en 2015 se ha repuesto en tres ocasiones en la capital británica y ha girado por Europa) gracias a su eficacia, atractivo visual y a la fidelidad histórica que siempre caracteriza los trabajos del regista británico. Los grandes decorados de Robert Jones –palacios, calles bulliciosas, juzgados– se ambientan en el período de la Revolución Francesa, igual que el vestuario de Jenny Tiramani. La ópera de Giordano permite menos licencias escénicas que otras, porque el libreto contiene referencias temporales muy específicas.
Esa búsqueda del realismo era uno de los rasgos esenciales del verismo, corriente que dominó en la música europea de finales del siglo XIX y que seguía el naturalismo literario de Zola. El texto de Luigi Illica –fiel colaborador de Puccini, para el que elaboraría junto a Giacosa ‘La Bohème’ o ‘Madama Butterfly’– se inspiró en hechos históricos: el ascenso y caída del poeta francés André Marie Chénier (Andrea al trasladarlo al italiano). Primero ensalzado como un héroe para el pueblo en 1789, apenas cinco años después fue perseguido y guillotinado por contrarrevolucionario: osó criticar los desmanes jacobinos durante el período del terror. A más de uno el argumento le recordará a ‘Tosca’, escrita poco después por el propio Illica: mezcla drama pasional con intriga política, presenta a un villano enamorado y vengativo (Carlo/Scarpia) que se aprovecha de su posición de poder, y concluye con un sangriento desenlace.
Aunque el éxito esquivó al resto de las óperas de Giordano, ‘Andrea Chénier’ triunfó primero en La Scala en 1896 y después en todo el mundo. Si hoy perdura pese a sus debilidades se debe, por una parte, a la profundidad de sus reflexiones, y por otra, a la fuerza de sus personajes, brillantemente caracterizados mediante el texto y la música. El aria para soprano ‘La mamma morta’, que sonaba en la película ‘Philadelphia’, es una de las más conmovedoras jamás escritas. Su lirismo, como el del inolvidable ‘Improvviso’ del tenor, contrasta con el estilo casi declamado del resto de pasajes vocales. Las melodías suenan muy expresivas, arrebatadas, sin números cerrados. De ahí que la orquesta fluya sin interrupción, en un continuo –muy wagneriano– que recrea la atmósfera de la época al insertar pasajes de la ‘Marsellesa’ o de ‘Ça ira’. La violencia y aspereza de la música transmite la incertidumbre de aquellos tiempos.