Los primeros días del otoño tienen otro aliciente añadido: la berrea. Pero me pasa una cosa curiosa, ¿conocen ustedes el cuento de Julio Llamazares titulado ‘El perro invisible’, en el que un señor saca a pasear todos los días a su perro y presume de él con los demás dueños de perros, pero en realidad no tiene perro? Pues yo tengo un amigo que todos los años me invita a presenciar la berrea en un bosque que él conoce y donde dice que se puede disfrutar de ella a lo grande. Eso dice él, pero lo he acompañado varias veces y todavía estoy por ver unos buenos cuernos, con perdón. El caso es que cuando yo no lo acompaño vuelve siempre con unas espectaculares fotos de venados de doce puntas lanzando desaforados bramidos a la Luna. Él dice que la culpa es mía, que yo soy gafe, pero estoy empezando a sospechar que él hace como esos pescadores que antes de volver a casa pasan por la pescadería, y que las fotos que enseña de ciervos cornudos, con perdón, se las baja de internet.
Este otoño volveré a acompañarlo y volveremos a discutir si soy gafe de verdad o todo es un invento suyo. Pero lo haremos después de un largo paseo por el bosque y delante de una buena caldereta. Las penas con costilla, son menos.