La buena vecindad

Los vecinos se convierten en numerosas ocasiones en la familia más cercana, aquellos con quien compartes penas y alegrías cada día, los guardianes de los recuerdos compartidos

Toño Morala
11/12/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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La de anécdotas y recuerdos que se barajan en la memoria de aquellos años de puertas siempre abiertas en las casas, con aquella cuerdina que tirabas y se abría la maravilla de la amistad entre los más pequeños, o aquella necesidad de un poco de sal, o azúcar, o simplemente una sonrisa que alimentaba el alma, mientras el corazón se ponía triste ante tanta necesidad; en el invierno, aquel café (achicoria) en el pocillo de porcelana, calentaba las manos de la esperanza. La de sencillas reparaciones que se hacían entre vecinos; los había más manitas y tocaban tanto la precaria electricidad, o desatascaban una cañería de aquellas de plomo… los que trabajaban en talleres ferroviarios, en minas, en fábricas metalúrgicas y otras, pues siempre inventaban algo para mejorar la vida del vecindario; tan pronto un somier para la espalda jodida de un trabajador accidentado, como una trona para algún chaval con discapacidad, yno hablemos de aquellos carros de madera con ruedas para la gente mayor que se guardaban en los portales y que jamás nadie osaba tocar. Sí, era la vecindad de las calles sin asfaltar y sin aceras, era la vecindad de las primeras manifestaciones en pos de mejoras para los barrios, era la vecindad solidaria con todos y para todos y, además, muchas de las veces, con una amplia sonrisa entre los magullados labios.

Ante la adversidad de cualquier enfermedad no dejaban los vecinos que faltara nada Era la vecindad de las tiendas del barrio o pueblo que apuntaban lo que compraban las madres y abuelas para pagar a fin de mes, era la vecindad, que cuando moría alguien y, si era necesario, se hacían colectas para los entierros de la dignidad; era la vecindad, que ante la adversidad de la enfermedad, jamás faltaba nada en casa del enfermo; era la vecindad de cuidar a los chavales de los vecinos, cuando empezaron a trabajar las mujeres, y las mayores nos daban de merendar, e incluso, muchas, acostaban a los chavales y, cuando llegaban los padres del duro trabajo, también les tenía una sopa de lo que hubiera encima de la chapa de la cocina de carbón. Era la vecindad que se pasaban la ropa unos a otros para calmar el frío, y se ponían a tejer nuevos jerséis y chaquetas conotras lanas viejas. Era, en definitiva, la vecindad honesta y duradera, la que cosía los monos de trabajo, la que, en verano, vareaba la lana de los colchones en los prados, y selavaba la ropa cantado coplas al son del frotar conaquel jabón que olía a las rosas que jamás les regalaron a las mujeres.

Y es en ese conjunto de seres humanos de distinta condición, donde la vecindad se fragua en aquellos años tan llenos de nada y tan vacíos de todo, donde se gesta una de las socializaciones más importantes de los pasados siglos; hoy en día, y con este devenir deesta vida (por denominarla de alguna manera) los vecinos ni se conocen en las grandes urbes y grandes edificios… y es raro que si alguien necesita algo, lo pida al vecino; llamas a quien sea y te lo traen en unpis-pas. Pero esa buenavecindad también tiene sus principios y sus argumentos en la historia. «Todas las personas que vivimos en un municipio asumimos la condición de vecino o vecina, algo que implica una serie de derechos y obligaciones respecto al resto del vecindario. Son costumbres y normas que permiten una mejor calidad de vida, basada en la convivencia entre las personas y la cohesión social», nada que decir. La convivencia vecinal se basa en valores comola solidaridad, el respeto, la responsabilidad mutua y la cooperación. El ejercicio de estos valores favorece el sentido de pertenecer a la comunidad y ser considerado miembro de ella. Son, también, la base del civismo, que se puede entender como el conjunto de cualidades (actitudes y comportamientos) que permiten a los ciudadanos y ciudadanas vivir en comunidad, respetando y aceptando siempre las reglas del juego de la democracia y los derechos fundamentales. Suena a moralista… pero es así.

También es verdad que había vecinos derramados de la hiel y que jamás participaban en nada. Pero aún está en el recuerdo de muchos, aquellas partidas en los soportales, en la calle, en aquellas tardes- noches de verano entre vecinas, aunque algún paisano también jugaba. La de risas que soltaban aquellas buenas gentes; aún hoy, en muchos sitios, se sale a la calle a charlar con la silla de enea o las banquetas de madera. Y quién no recuerda el fumar en la habitación de chavales, y verte la vecina de enfrente… para ti tenías… ¡qué chivata la vecina!Y aquellas broncas de la madre o el padre cuando te pegabas de crío con los grandes amigos de la infancia, y que luego te hacían darte un abrazo y pedirse perdón por ambas partes, y además delante del todo el vecindario. Yla cosa de adolescentes, cuando a alguienle gustaba una vecina, y la misma no te hacía ni caso, menuda… y encima se reían las mujeres y hombres mayores. Y mucha bronca… pero también los chavales ayudábamos en lo que podíamos; jamás le faltó carbón a la vecina del tercero sin ascensor y que además las carboneras estaban en el patio de luces; los chavales se lo subíamos, nos daba alguna vez una perrona y al kiosco a comprar algunachuchería. Y si hablamos de hacer recados, ahí sí que éramos la repera, pocas veces acertabas conel mandado,pero la de risas que pasabas era terrible; en una ocasión me mandó el vecino a comprar dos hojas de afeitar de Palmera acanalada a la tienda… que le habría pedido a la tendera, que le traje jabón de afeitar, aquel de bola… pues vuelta a cambiarlo. En otra ocasión, la cosa se puso fastidiada en el barrio, habían atropellado a un abuelo al cruzar la calle, pues no había semáforos, y salimos todos los vecinos a protestar; alguien del barrio, entregó un escrito al Ayuntamiento y, a los pocos días, semáforo de colores para cruzar la calle los peatones.

Se crearon sociedades de ayuda mutua para socorrer y ayudar alos damnificados  Y en otro orden de cosas, y sobre todo en los pueblos, en aquellos años pervivían prácticas como la ‘escarda’ (arranque de cardos y hierbas en fincas particulares para forraje de animales domésticos), la ‘poznera’ (derecho de plantar, poseer o usufructuar árboles, generalmente castaños o nogales, en terreno comunal) o el espigueo de cereales, de viñas (‘racimeo’) o de patatas (‘rebusca’); siempre con el permiso de los amos de las tierras. La economía era tan escasa, que una enfermedad grave del cabeza de familia, la muerte de un animal de labor o el incendio de la vivienda, condenaba a la pobreza a la familia que lo padeciese. Para solventar esta buena vecindad, la solidaridad, aparte de la personal, se creaban sociedades de ayuda mutua para socorrer al damnificado.Cuando una vaca de trabajo sufría un accidente fatal, era sacrificada y la carne comprada por todos los vecinos de acuerdo al precio acordado por una comisión de vecinos: el vecino recuperaba una parte del precio de la vaca y con el aporte recibido podía comprar un nuevo animal de trabajo. Otra de las ocasiones en las que afloraba la solidaridad vecinal era cuando una familia perdía su vivienda en un incendio; para que los infortunados recuperasen una parte de lo perdido, la comunidad vecinal entera se movilizaba haciendo una colecta por los pueblos vecinos. Otro «compromiso solidario» era la ‘obligación’ de ayudar a viudas y huérfanos, o a quienes por enfermedad o fuerza mayor no pudiesen llevar a cabo labores agrícolas urgentes como el acarreo o trilla de la mies, o cualquier otro trabajo que exigiese mucha mano de obra o la realización en un tiempo concreto, como por ejemplo la construcción de una casa.Finalmente habría que hacer una breve referencia a la obligación de asistir a mendigos, vagabundos y pobres. Estas ayudas, en muchos casos, estaban reguladas y recogidas en las ordenanzas concejiles. El respeto, la afabilidad, la inteligencia y hasta el sentido común, son otras formaspoderosas para lograr una buena convivencia… con respeto y educación, el resto viene solo; y si la vecina y el vecino se sonríen, ya tenemos ganada la batalla de la buena vecindad.
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