La caja de magia

Por Agustín Berrueta

Agustín Berrueta
01/12/2019
 Actualizado a 01/12/2019
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En este nuevo Ave que ni vuela ni va a la cazuela vinieron el otro día unos amigos de Madrid a verme y, de paso, a visitar León. O era al revés, no estoy muy seguro. Como soy buen amigo y buen leonés, les hice la visita guiada por las estaciones de rigor: Guzmán el Bueno (por si se arrepentían de lo uno u de lo otro), patatas Blas (que unas pican y otras non), Plaza Mayor (con vuelta y parada en Benito Bar), calle Mariano D. Berrueta (por barrer un poco para casa) y, por fin, la Catedral. Los leoneses estamos tan acostumbrados a verla que casi no nos impresiona ya lo pulchra y esbelta que es la Catedral por fuera; y por dentro..., por dentro, no encontraba las palabras para describirla, menos mal que ella habla por sí sola. Por aportar yo algo, y no quedar como un morugo cum laude, quise presumir del nuevo órgano. ¡Como si fuera fácil explicar un concierto de órgano en la Catedral!

El órgano de la Catedral es como un juego de muñecas rusas: una caja de madera, metal y sonido dentro de una caja de piedra, vidrio y aire. Una caja de magia musical dentro de una gran caja mágica de luz. Y cuando la caja musical hace vibrar la caja luminosa, las palabras de Gamoneda se convierten en profecía: «Si de la suave mano de la noche / llegas a este lugar, oh caminante, / cuida tu corazón. Yo te lo aviso / porque el aire peligra de belleza.»

Y, efectivamente, cuando entré en la catedral y miré hacia lo alto, volvió a resonar en mi cerebro y en mi corazón la «música estremada» que unas sabias manos habían dejado flotando en el aire pocos días antes.

Hace solamente un mes que finalizó la última edición (por ahora) del Festival Internacional de Órgano ‘Catedral de León’, la trigesimosexta, nada menos. También nos hemos acostumbrado tanto a los conciertos de órgano que cuando salimos de uno damos por hecho que pronto volveremos a disfrutar del siguiente. Pero ahora mismo el Festival se encuentra en un momento crucial para su historia, incluso para su supervivencia. Este año han muerto Adolfo Gutiérrez Viejo, que fue su primer director, y Jean Guillou, alma mater de este gran juego de magia que es el órgano de nuestra catedral. A ello se añade la jubilación de Samuel Rubio como director del Festival durante treinta y tres años y como organista oficial de la catedral. El vacío que dejan es tan inmenso que se me antoja casi imposible de llenar. No me gusta ser agorero pero, como suele decir una amiga, «ya las notas al programa...». Las notas al programa no invitan a ser muy optimistas, aunque yo espero y deseo que esta vez no se cumpla este vago presentimiento y que no hayamos asistido a la última edición del Festival Internacional de Órgano ‘Catedral de León’. Su pérdida sería tan irreparable como si un incendio devorase las vidrieras, esas que juegan con la luz y hacen peligrar el aire de belleza. Y en esta tierra sabemos muy bien que los incendios se producen...

PS: No quiero olvidarme del trabajo titánico de la Asociación de Amigos del Órgano, sin la que nunca hubiéramos tenido ni Festival ni órgano nuevo. Y faltaría magia en nuestra vida.
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