La Cultural y Deportiva Leonesa y mi tío Agustín

Por José Javier Carrasco

19/04/2022
 Actualizado a 19/04/2022
| MAURICIO PEÑA
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En el año 1924 se publica el primer manifiesto surrealista, una apuesta revolucionaria que aspiraba a cambiar la vida. Dos años antes, cien años atrás, el día 30 de este mismo mes, ajenos a lo que se cocía en los ambientes de la vanguardia de París, un grupo de modélicos ciudadanos de León crea una asociación, la Sociedad Cultural y Deportiva Leonesa, germen del actual equipo de futbol, presidida por Miguel Canseco, que logra por ese medio indirecto, en el año de 1924, el mismo del manifiesto surrealista, ser elegido presidente de la Diputación. La asociación tenía diversos objetivos centrados en dos áreas fundamentalmente: una cultural, prestando especial interés a promocionar el conocimiento de la provincia mediante excursiones, además de la vertiente deportiva, dirigida a poner en marcha un equipo de fútbol a la altura de la ciudad; sin olvidar la práctica del ciclismo y el motorismo. Así, también en 1924, algunos de sus socios viajan hasta la basílica de Marialba, visitan las ruinas de Lancia y se acercan por Valencia de Don Juan a ver su castillo medieval (nada más prosaico y opuesto a las ideas propugnadas por André Breton; un ejemplo más de esa dicotomía entre lo baladí provinciano y el inquieto espíritu cosmopolita).

La Sociedad Cultural y Deportiva Leonesa, sin desatender sus actividades culturales, se centra sobre todo en el equipo de fútbol. El Ayuntamiento, a instancias de Miguel Canseco, facilita un espacio donde pueda competir dignamente. Primer campo, de los muchos en que jugará durante su centenaria trayectoria, la Cultural, conocido como El Parque. Una fotografía de 1924 de Alejandro Valderas, reproducida en el libro ‘Historia de la Cultural y Deportiva Leonesa. 90 años de una parte de nosotros’ del culturalista Rodrigo Ferrer Ríos, permite que nos hagamos una idea del ambiente que allí se respiraba. En la imagen un numeroso grupo de aficionados deambula haciendo tiempo a que dé comienzo el partido que han ido a ver, mientras sus sombras se alargan en el suelo de tierra, en lo que se presume un tranquilo atardecer de tantos. La mayoría, por no decir la totalidad, son hombres. Varios sentados en sillas plegables, algunos con sombreros de canotier. El ambiente es distendido. A la derecha se extiende, monótono, un descampado; al fondo, algunos chopos. Aquella pacífica aglomeración explicaría ese segundo plano al que los directivos acabaron relegando, pasado un tiempo, las actividades culturales de la Sociedad. La gente por lo que realmente parecía interesada y atraída era por el fútbol, por un deporte ya practicado mucho antes por los japoneses, unos tres mil años, al menos una modalidad del mismo  –un juego en un espacio cuadrado con una pelota llena de aire–, o la Koura de los bereberes unas centurias después. A los reunidos en El Parque parecía importarles más bien poco lo que pensaran de ellos los surrealistas.

En la temporada 1955-1956 la Cultural y Deportiva Leonesa materializa el sueño de sus seguidores: ya es equipo de primera. La ciudad vive el acontecimiento con desbordada pasión. Mi tío Agustín, que en contadas ocasiones salió de su pueblo, Porqueros, no pudo sustraerse a ese fervor general y viajó hasta la capital a ver uno de los partidos. Al contar la impresión que le produjo su experiencia en el mítico campo de La Puentecilla, recién inaugurado, más que los lances del partido, le quedó grabada la estampa de un hombre protegiendo a su mujer embarazada de las acometidas de quienes intentaban entrar. La idílica imagen de Alejandro Valderas del primer campo convertida en una escena dantesca: el punto álgido en León de ese deporte de masas que es el fútbol.
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