«Y yo, vértice de mí.
rueca en la espera,
caracoleo a mi alrededor opaca y fría»
(’Reducida a palabra’, del poema XXVII M. Arroyo)
Seguimos hoy la huella de otro nombre de nuestra literatura afianzado en el mundo de las letras de las últimas décadas del pasado siglo XX. Margarita Arroyo, nació en Boñar (1947) y es otro de esos escasos nombres de leonesas que fueron incluidas en la antología ‘Ilimitada voz’, aunque ya lo había sido también en alguna otra anterior.
Mientras su recorrido vital (por estudios y trabajo) la llevó a vivir en León, Cádiz, Oviedo, Madrid y Colmenarejo, sus aficiones –muchas, «incluidas mis profesiones con las que disfruto enormemente»– la han impulsado a ir por la vida «con los brazos abiertos intentando llegar a lo más posible», porque «esto de vivir tiene un algo que te envicia y si no puedes hacer tu vida más larga, sí que es importante hacerla más ancha». En ese vivir mucho e intensamente, se define a través de «el entusiasmo y el amor» y de «la capacidad de disfrutar y compartir», siempre sin perder de vista ese «gramo de locura que no me gustaría que me abandonase».
Realiza la carrera de Música (especialidad de Piano) para cursar después Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid, orientando su futuro profesional como farmacéutica y analista. Tanto su formación y orientación laboral como el recorrido literario que paralelamente desarrolla, nos la muestran como uno de esos claros ejemplos que confirman que no existe incompatibilidad alguna entre Letras y Ciencias. Publica su primer poemario ‘Reducida a palabra’ en 1983, para completar hasta un total de ocho libros propios, tanto de poesía como de prosa, mientras participa activamente en diversas revistas del panorama nacional e internacional, con textos de creación, artículos de opinión y crítica literaria. La más destacable ‘Pliegos de rebotica’, revista de corte cultural –la más antigua de España– que dirige desde noviembre de 1990. También prologará y traducirá libros, será ponente en congresos y mesas redondas; realizará numerosas lecturas poéticas y conferencias y formará parte habitual de jurados en certámenes literarios nacionales e internacionales, mientras jalona su carrera literaria con múltiples premios y participa en diversas instituciones de carácter cultural y/o literario, como la Asociación de Escritores y Autores españoles (actualmente con varios cargos) o la Academia de la Poesía de Castilla y León en la que ingresa como miembro de número con un discurso en homenaje a León Felipe, «porque le admiro, es poeta, castellano y leonés, y, como yo, farmacéutico», y al que definió como en «intensa, imparable y desesperada búsqueda». Ve la literatura como una «patria» en la que poesía y narrativa se dan la mano. Primero le llegará la poesía, «no recuerdo exactamente cómo ni por qué y tampoco una razón»; luego la prosa, que ha pasado a ser tan frecuente como la primera y en la que se siente muy cómoda «porque es más fiel a mis llamadas que la labor poética». Y es que reconoce que siempre ha estado «lejos de escribir poesía cuando he querido, sino siempre cuando y cómo ha querido ella», mientras la siente como «algo innato, un tanto irracional, que no te planteas, que crece con nosotros lo mismo que se respira o parpadeamos», algo sobre lo que no tiene la necesidad de reflexionar, que simplemente «está ahí. Y es suficiente». Enorme admiradora de muchos y diversos autores «que hacen que me sienta feliz y agradecida porque existan y yo pueda disfrutar de su obra», no es consciente de su posible influencia ni en su verso ni en su prosa –«lo dejo en manos de quien me lea»–. Define la segunda como muy directa y clara, centrada en el personaje al que da vida, inventado o no, intentando no mostrarse mucho para permitir que sea el propio personaje el que crezca con la obra; una forma de escribir que concibe como un premio al trabajo y a la constancia ante la que has de estar de guardia mientras llega el momento para «esa hora feliz» en la que todo cobra sentido y comienza a fluir. Su poesía la concibe como un acto «de posesión, de arrebato, de ingreso en el misterio; algo rápido, donde a veces el primer verso te coge de improviso y sin pensar en absoluto en escribir en ese momento y ni siquiera sobre ese tema. Pero ahí está. Como un don». Eso sí, en ambos casos intenta «sobre todo expresarme con una gran economía verbal», sin caer ni en minimalismos ni en barroquismos, mientras cuenta –repasando su trayectoria– como pasó del muy clásico verso de sus primeros años, a una forma que aunque “me parecía muy clara y evidente (…) no era accesible para todos, quizá porque es muy simbólica (…) críptica», coincidiendo con los quince años que enmarcan sus cuatro primeros poemarios; después una escritura «más transparente y diáfana». Y a lo largo de todo el tiempo su fidelidad «a dos cosas indispensables: sinceridad y necesidad», mientras temáticamente cualquier cosa le sirve para hacer poesía: «Todo, mientras arda y haga fuego».
Vamos terminando, y si como consejo para quienes se inician en escritura recomienda: «Que vivan. Que sean ellos mismos. Que no miren únicamente su ombligo. Y leer y leer. No para copiar un camino, sino para saber cómo no quieren escribir», volviendo a ella recojo las palabras de Ángel las Navas Pagán a raíz de una entrevista en 2014: «Margarita Arroyo no es solo una inspirada poeta, tiene también mucho de pensadora, a veces con un agridulce fondo de melancolía pero también un sentido esperanzado y sensual de la vida. Sus versos atraen y hechizan con su clima de enigma y misterio y nos dejan las huellas de un trasfondo de lo que habitualmente no nos planteamos».
Hay otra dimensión
besándote los dedos,
mordiendo las cinturas
que nunca adivinaste
desde la ausencia raptora
de todo lo que fue
tacto
color
y distancia medible.
Les invito a buscar sus versos y a juzgar por ustedes mismos.
La desconocida huella de una impresionante trayectoria
Margarita Arroyo ve la literatura como una "patria" en la que poesía y narrativa se dan la mano
21/12/2021
Actualizado a
21/12/2021
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