La escondida caja de 'Doña Aurorita'

Aurora Díez dejó entre su legado con la cinta de "cosas personales" una caja con cartas a muchos soldados en el frente y una fotografía. Había sido madrina de guerra para soldados republicanos

Fulgencio Fernández
28/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Aurora Díez, doña Aurorita para sus muchas alumnas de Física y Química, fue un personaje tan fascinante como callado. De una familia conservadora pero liberal que no dudó en cumplir su deseo de ir a estudiar a la Residencia de Señoritas de Madrid (la parte femenina de la Residencia de Estudiantes) donde conoció a grandes personajes de la época, jugó al hockey cuando en su Cármenes natal no se sabía que existiera tal deporte y fue una de las primeras licenciadas en Químicas de la provincia, carrera que ejerció como profesora en un colegio religioso de la capital.

Viajera impenitente por medio mundo, soltera por vocación, callada, de esas gentes que combatieron el horror de aquella guerra que las marcó con el silencio... guardaba sin embargo un secreto. Entre todas las cajas que fotografías y postales que acumulaba de sis viajes había una de galletas, con un pazo que decía «Cosas personales» y que nunca enseñó. Hasta que ya en su vejez, cuando se fue a vivir y morir en una residencia deancianos se la entregó al ‘sobrinete’ que la llevó, sin mayores explicaciones. La caja estaba llena de cartas que comenzaban siempre con un ‘Apreciado soldado... Alfredo, Aumenio, Lorenzo’. Cartas casi ilegibles pues eran una copia hecha con aquellos «calcantes» negros a los que también había borrado aún más el tiempo. Pero, curiosamente, cuando en las visitas en su residencia le leían un trozo ella seguía como si las supiera de memoria, las sabía de memoria, las había leído cientos de veces.- Creo que pone ‘Hemos ido en el tren de Matallana...’ y no se entiende. Y ella seguía: «Hasta tu pueblo. Te recuerdan mucho, tu amigo Andrés quiere enviarte chorizos pero no sabe cómo»...Pese a lo borroso del texto se ve la preciosa letra de aquella profesora. Una foto aclaraba el enigma, una postal a los milicianos de la Columna Mangada, en el frente de Gredos, donde estuvo uno de sus ahijados. Había sido Madrina de guerra.A duras penas contaba la historia, evitaba hablar de aquellos tiempos. «Tenía amigas, buenas amigas, que eran Madrinas de guerra de los llamados «nacionales», organizadas desde la Sección Femenina y pensé, ¿y a los «republicanos», los rojos para entendernos’, nadie les escribe. A través de una compañera de la Residencia de Señoritas entramos en contacto con mandos de su ejército y varias amigas les escribimos cartas durante meses.

Doña Aurorita guardó aquel tesoro de por vida. No habló de él, como de tantas cosas de la guerra casi nunca y combatió aquellos recuerdos viajando mucho y siendo una de esas profesoras que deja un imborrable recuerdo de la buena gente que fue.

Entre las madrinas de guerra había otros ‘modelos’, por decirlo de alguna manera. Una de ellas podría ser otra leonesa, fallecida no hace muchos meses (en 2018) con 104 años de edad: Carmen Sánchez del Valle, cuya ‘militancia’ en este grupo de mujeres conocí por una curiosa casualidad cuando solamente íbamos a hablar de su largo siglo de vida. Ella leía un artículo que le había traído una amiga, de Pérez Reverte, titulado ‘Madrinas de guerra’ y en el que escribía: «La más joven de las chicas del grupo se llamaba Lolita. Tenía sólo catorce años, pero era muy guapa, y para su edad estaba espléndidamente desarrollada. Uno de los oficiales, un joven teniente moreno y con grandes ojos negros, le preguntó, medio en broma, si quería ser su madrina de guerra. Y ella, por supuesto, dijo que sí. ‘Tendrás entonces que darme una foto tuya’, dijo el oficial. ‘Está bien’, respondió la chica. Así que corrió a su casa y regresó con una fotografía. Cuando se la puso en las manos al oficial, éste miró la foto, la miró a ella y volvió a mirar la foto, primero sorprendido y luego con una sonrisa. ‘¿Qué edad tenías cuando te la hicieron?’, preguntó. ‘Un año y medio’, respondió ella. El joven aún sonreía cuando guardó cuidadosamente en su cartera la imagen de un bebé sentado en un almohadón. Y aquella misma noche, él y sus soldados se marcharon al frente».

Nada supo de él la niña, que se casó y tuvo hijos. «Y un día, diez años después de la guerra, un hombre entró en la oficina y preguntó por ella. «¿Se acuerda usted de mí?», preguntó. Ella no se acordaba. Entonces él sacó de la cartera la foto algo ajada de Lolita con año y medio, chupándose el dedo. ‘Me acompañó toda la guerra, en cada trinchera y en cada combate. Su foto me dio suerte. Estoy de paso por Cartagena, la he buscado a usted mediante unos amigos y he venido a devolvérsela’».
Pérez Reverte conocía bien aquella historia. Lolita era su madre.

- ¿Le gusta Pérez Reverte?; le pregunto a la centenaria Carmen.
- No es por Pérez Reverte, es que yo fui ‘madrina de guerra’.

Pero tampoco quería hacer pública su historia, hablar de ella. Ahora que ya falleció la recordaba su sobrino, Pepín Muñiz, quien cuenta que «era maestra y como se sabe muchos maestros fueron represaliados al estallar la guerra, en 1936. Algunos acabaron en el paredón o en una cuneta;pero hubo otros casos, sobre todo de maestras, que el juzgador no consideraba muy grave la falta e incluso les daba la opción de redimir pena, y una de las formas de hacerlo era convertirse en madrina de guerra de un soldado del bando nacional con el objeto de darle ánimo en el frente. Ése fue el caso de mi tía Carmen, que recordaba el lema:Soldado en el frente, madrina en la retaguardia».

También conservaba cartas de su ahijado, destinado en Villablino, quien iniciaba una de sus cartas agradeciéndole que fuera su madrina pues «alcontrándome solo, sin ninguna madrinita, porque a nosotros los pobricos soldaditos de aldea nos está proivido tener madrinitas vuenas (sic)...».

También Agustín L. Pertierra, residente ahora en Asturias, conserva decenas de cartas de su madre, la leonesa Lupe, que hizo de ser madrina de guerra su vocación. «Nos contaba que se pasaba los días escribiendo cartas; le daban las direcciones de soldados sin nadie que les escribiera, pues mi abuelo fue militar republicano, y ella lo hacía. Tristemente las quemó todas, y las respuestas, por miedo. Cuando legalizaron el PCE su comentario fue: Y yo he quemado tantas cartas...».

Las madrinas de la guerra, otras mujeres que han quedado en los márgenes de la historia. Madrinas en los dos bandos, aunque en el Republicano eran menos habituales por razones obvias, tanto que un miliciano escribía a una asociación de apoyo a soldados, huérfanos..., la SIA « En mi vida de hombre libre había llegado a figurarme que un día podría implorar con tan ahínco como lo haría ahora, una caridad de consuelo (….) envidio la suerte de los otros que reciben, y esperan correspondencia con interés indescriptible».
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