La escultura conmemorativa: del siglo XIX al XXI (1ª parte)

Por José Mª Fernández Chimeno

14/10/2020
 Actualizado a 14/10/2020
Escultura de Fray Luis de León inaugurada en 1869.
Escultura de Fray Luis de León inaugurada en 1869.
La Historia del Arte ha maldecido el siglo XIX, principalmente en lo que se refiere a la Arquitectura, por considerar que era la «plaga» de un mal endémico llamado eclecticismo. Sin embargo, uno de los padres del Modernismo catalán, Lluís Domènech i Montaner publicó en la revista La Renaisença (1878) el artículo titulado En busca de una arquitectura nacional, donde se declara convicto del eclecticismo. Semejante camino decadente llevaba la escultura y la pintura, pues solo se acentuaba su importancia como elementos decorativos de la arquitectura; pero algo iba a cambiar en el llamado «siglo de la industrialización» español.

Aquello que el eclecticismo resultó para la arquitectura, el «monumentalismo» lo sería para la escultura. La elevada consideración de que gozaba por parte de la sociedad isabelina, se constata en que pronto se convirtieron en símbolos de las ciudades, elementos icónicos de su urbanismo y recordatorio de las gestas realizadas por sus antepasados. El adoctrinamiento, en efecto, estuvo vinculado a los monumentos públicos de todas las Naciones de Europa desde la antigüedad y la corona española, en el siglo XIX, no fue una excepción. Cabe mencionar que a ello se sumó la cada vez más influyente prensa, con el Semanario Pintoresco Español o la más moderna Revista de Bellas Artes e Histórico-Arqueológica, recordando a la sociedad española, que tenía motivos más que justificados para sentirse orgullosa del pasado de su país. La gran explosión del Romanticismo llevó al gusto por recuperar a los héroes legendarios de la Edad Media que, en la literatura decimonónica, de corte romántico, se habían asentado en la memoria colectiva nacional, con novelas históricas como El Señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco, y se acentuaría con los escritores Víctor Hugo (Notre Dame de Paris), Walter Scott (Ivanhoe) o Friedrich Schiller (Guillermo Tell).

«Las estatuas de los héroes y de los genios están amasadas con gloria y calumnia».

Con esta premonitoria frase comienza su panegírico D. Benito Blanco y Fdez., titulado Guzmán El Bueno (Reseña histórica de la defensa de Tarifa). Impreso por la Diputación provincial, al ganar el segundo premio del concurso abierto en 1900. El autor se lo dedica al Sr. D. Policarpo Mingote, su maestro y catedrático del Instituto de León. Este ensayo histórico y el ganador del primer premio, de los Sres. J. M. Granizo y A. L. Argüello, titulado Monografía de la Hazaña de Guzmán El Bueno, fueron el colofón de un merecido homenaje al más preclaro de la saga de los Guzmanes.

Treinta y nueve años antes, el fraile agustino teólogo, escritor y humanista Fray Luis de León, no necesitaría de tan altos y merecidos panegíricos –aunque si los tuvo–, para limpiar su buen nombre y hacerse merecedor de la frase de Eugène Pelletan. El literato Hernández Iglesias se involucró en el derribo de la muralla del descrédito y la calumnia hacia Fray Luis de León como lo hizo en 1861, cuando propuso el derribo de la muralla salmantina para mejorar la salubridad de la ciudad. Ambos personajes –Fray Luis de León y Alfonso Pérez de Guzmán (el Bueno)–, tienen un lugar común para la memoria y el reconocimiento de la «religión de la patria» siendo merecedores de tan alto honor. Pero, en lo que concierne a la erección y el homenaje, en forma de escultura conmemorativa, existen grandes similitudes y enormes divergencias.

1º) La elección de Guzmán el Bueno, como «célebre hijo» que aglutina todos los valores y virtudes de un pasado glorioso, que se pretendía recuperar en aras del creciente nacionalismo español, partió de la prensa de la Capital y de las élites eruditas leonesas con la coincidencia del VI Aniversario de la gesta de Tarifa (1294-1894), pero pronto fue apoyada por los parlamentarios del Pdte. D. Práxedes Mateo Sagasta, como el senador Gabriel Fdez. Cadórniga. Los periódicos La Montaña y El Campeón, igualmente propiciaron un encendido debate sobre la necesidad de dedicarle un homenaje muy merecido, y el Círculo de la Unión Leonesa apostó por organizar unos juegos florales o representar el drama en verso de Gil de Zárate (Guzmán el Bueno).

También la elección de Fray Luis de León se gestó cuando el Semanario Pintoresco Español, en su Nº 52 (de 24-12-1854) publicó una semblanza, y una Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Salamanca se encargó de iniciar los trámites de la exhumación de los restos mortales del agustino recoleto, en 1858. Sería, pues, la Universidad salmantina, tras el traslado de despojos del «célebre hijo adoptivo», quien al final promueva un concurso público y la Comisión de Monumentos formalice los trámites.

2º) La reina Isabel II autoriza abrir una suscripción nacional y la Real Academia de San Fernando convoca un concurso público, en 1866, siendo el fallo a favor del escultor Nicasio Sevilla; y fue costeada por «suscripción popular», tal como recoge a sus pies el monumento. Del otro lado, la reina gobernadora Mª Cristina firma en San Sebastián un Real decreto, el 18 de julio de 1894, y la financiación corre a cargo de la Diputación de León. Desde sus orígenes surgen las desavenencias entre los concejales, por la penuria económica que afecta a la Provincia, pero el Gobernador Civil insiste en que no se puede «hacer el ridículo» y se debe cumplir la Real orden.

3) Ambos proyectos incumplen las bases del concurso organizado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En el concurso público de la estatua de Fray Luis de León (1866), se estipula que ha de ser destinado solo para artistas españoles y ser fundida en bronce en España. Esta última exigencia no se cumple, al ser creada en Roma por el escultor Nicasio Sevilla, y fundida en Marsella. También en el concurso público de la estatua de Guzmán (el Bueno) (de 1896), se estipulaba que ha de fundirse en la Fábrica de Cañones de Sevilla; pero el escultor Aniceto Marinas logra que esta se funda a la «cera perdida» en la Fundición Artística e Industrial de Masriera y Campins (1898-1899), ubicada en Barcelona.

4) Ambos proyectos se ajustan a las bases del concurso respecto al diseño del pedestal. El artículo 5º del proyecto escultórico de Fray Luis de León recomienda que su decoración esté en «armonía con el gusto arquitectónico de la época en que floreció el personaje»; por tanto, con el Renacimiento. En el caso del héroe medieval leonés, Alfonso Pérez de Guzmán (el Bueno), la Academia de Bellas Artes de San Fernando elige el firmado por el arquitecto Gabriel Abreu, «si bien (este) se inspira en la arquitectura egipcia», dado que en la Edad Media no se levantan monumentos de esta índole, sino que pertenecen a la civilización clásica y muere con ella.

5) Ambos proyectos de pedestal son censurados por la Real Academia de San Fernando, al considerar que los adornos serán poco duraderos en un monumento que ha de colocarse en la plaza pública. En el caso de Fray Luis de León la escultura debía elevarse sobre un pedestal de mármol decorado en sus caras laterales con dos alegorías femeninas, de la poesía sagrada y la profana. Estas estaban previsto se fundiesen en bronce y se añadirían al pedestal, pero al final se tallaron dos relieves en el mármol del mismo escultor, que rememoran la estancia del monje agustino en Salamanca; con su presencia como escritor, poeta y profesor. En el caso de Guzmán (el Bueno) «opina la Academia que los florones y algunos adornos de la cornisa que el autor propone ejecutarlos en bronce, se deben hacer en la misma piedra». En las cuatro caras del paralelepípedo se esculpieron frases alusivas al héroe leonés y estas fueron aprobadas por la Real Academia de la Historia.

6) Ambas esculturas conmemorativas sufrieron un cambio en su emplazamiento original. Tanto la de Guzmán (el Bueno) como la de Fray Luis de León se pensaron erigir en la Plaza Mayor de las respectivas capitales de provincia. En el caso de León, fue el arquitecto municipal (Manuel Hernández Álvarez-Reyero), quien en Sesión de 27 de diciembre de 1894 propuso «que se erija en la Plaza Mayor el monumento aprobado por la Nación [...] y convierta dicha plaza en un jardín, colocando una acera de tres metros de ancho en todo el reverso de los portales…»; pero al final se optó por la nueva plaza ante el puente de hierro. En el caso de Salamanca fue el Gobernador, el Ayuntamiento y el historiador Modesto Falcón, quienes consideran que la Plaza Mayor o la de Santo Tomé eran los lugares más apropiados, pero el Rector de la Universidad y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando eligen la plaza de las Escuelas Menores.

7) Dicho esto, las dos esculturas monumentales serían inauguradas de manera diferente. La estatua de Fray Luis de León lo fue el 25 de abril de 1869. La inauguración –según la prensa– estuvo rodeada de una gran puesta en escena, solemnidad y discursos. En el pasado año 2019 se cumplió el 150 aniversario (1869-2019). Mientras que la estatua de Guzmán (el Bueno) fue inaugurada el domingo 15 de julio de 1900, con una fuerte polémica de la prensa leonesa por las ausencias notables y la hora intempestiva. A las cinco de la mañana se reunieron los Sres. Pdte. de la Diputación (D. Modesto Hidalgo) y el alcalde de la Capital (D. Perfecto Sánchez Puelles), acompañados por miembros de las corporaciones; pero sin el boato y solemnidad requeridos. En el año de 2019 se cumplió el 725 aniversario de la gesta de Tarifa (1294-2019). No obstante, y a pesar de todas las dificultades por las que han pasado hasta su erección, con el transcurrir del tiempo, las dos esculturas han cumplido con la función para la que fueron creadas, y hoy lucen cual faros icónicos de sus respectivas ciudades. Un ejemplo que se perpetuará en el siglo XXI.

José María Fernández Chimeno
es Doctor en Historia (Historiador de Arquitectura) y escritor
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