La gestación de un periódico

Félix Pacho Reyero, primer director de La Crónica de León, recuerda aquellos frenéticos meses de 1986 y los entresijos de la complicada aventura que suponía poner en marcha un periódico en la provincia de León

Félix Pacho Reyero
08/03/2016
 Actualizado a 19/09/2019
La primera redacción que confeccionó Félix Pacho, a la que le ficharon siete nuevos redactortes llegados del Diario de León sin que él lo supiera.
La primera redacción que confeccionó Félix Pacho, a la que le ficharon siete nuevos redactortes llegados del Diario de León sin que él lo supiera.
A finales de febrero último la Casa de León en Madrid sirvió un cocido de arvejos. Para recordar el trigésimo aniversario de la última reaparición del diario La Crónica de León, periodistas que participamos en esa reaparición pensábamos asistir al mencionado cocido, pero problemas de salud lo impidieron. Lástima, porque en la Casa de León nos hemos reunido alguna vez para refrescar la amistad y recordar aventuras comunes, en especial la de la azarosa preparación y primeros pasos de la última etapa de La Crónica.

Entiendo que la aparición de un diario es un hecho de relevancia en cualquier provincia y, dado que fui fundador y el primer director de La Crónica de León, he escrito un libro titulado ‘Lo siento, muchachos’ que narra los avatares del diario hasta que abandoné el empeño. Daré el libro a los tórculos cuando tenga tiempo para repasar datos y haya verificado que no me queda ni rastro de iras y otras inmundicias. El titulo es una frase de mi adiós a compañeros leales y magníficos que, desde el comienzo de la gestación del periódico, me siguieron en la desventura y, cuando iba marchar, me ofrecieron una cena de despedida. Les dije sencillamente: "Lo siento, muchachos".

Mis primeros contactos para dirigir un periódico de León arrancan de 1984 en el aeropuerto internacional de San José de Costa Rica. Allí encontré a Ángel Panero Flórez, que viajaba al frente de una excursión de la Federación Leonesa de Empresarios (FELE). Por entonces dirigía yo la Agencia Centroamericana de Noticas /ACAN), de la que era accionista mayoritario la agencia española EFE. Con Panero almorcé en el restaurante francés Le Mirage. A los postres se sumaron algunos empresarios, entre ellos Servando Torío de las Heras. En aquellos encuentros surgieron las sugerencias germinales de mi posible nombramiento como director del Diario de León. No di la menor importancia a las sugerencias de Panero y regresé a Panamá, que era donde vivía.

Un congreso de prensa

De vuelta a España, en la primavera de 1985 y siendo subdirector de EFE, me llamó un día el periodista Joaquín Tagar, que había tenido responsabilidades en el Instituto de Cooperación Iberoamericana. El Instituto de Cooperación disponía de dineros para un congreso de periodistas de habla española, a celebrar en Madrid, que pusimos en marcha inmediatamente, dado que yo disponía de contactos directos en toda Hispanoamérica por haber sido corresponsal en varios países y por haber asistido a múltiples asambleas de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) en Miami, San José de Costa Rica, Barbados, etc. El presupuesto alcanzaba para invitar a los principales periódicos de Hispanoamérica y de España. A insinuación mía, lo ampliamos al Diario de León, de donde pensábamos que asistiría José Luis Rodríguez, a quien enviamos la invitación porque él lo dirigía entonces. Sin embargo, en lugar de José Luis Rodríguez se presentó Servando Torío, que era el presidente de la empresa editora del periódico. Los participantes en el congreso fuimos recibidos por el presidente del Gobierno, Felipe González, y por el rey Juan Carlos. Y ocurrió que el Diario de León publicó en primera página las fotos de Servando Torío, no las de José Luis Rodríguez, con el jefe del Gobierno y el rey. La aparición de las fotos de Servando Torío con Felipe González y Juan Carlos agrió más las deterioradas relaciones que con el mismo Servando mantenían otros integrantes del consejo de administración del Diario y La Hora Leonesa, como José Martínez Núñez, Antonio Rey y Ángel Panero.

Cuando dije que con 100 millones no había ni para empezar surge la disensión  A instancia de Servando y al margen del congreso, quedamos a cenar, a solas, en la marisquería O’ Pazo, donde me propuso la dirección del Diario de León. Adelanté las condiciones económicas, que a mí mismo me parecían abultadas pero que él aceptó sin pestañear, y le dije que le mandaría por escrito las bases profesionales, entre las que primaba la independencia del director y la inacción del consejo de administración en las señas identitarias del periódico. Escribí a Servando Torío con las bases profesionales y ni me contestó. Semanas después pasé por León y quedé con José Luis Rodríguez en la cafetería del hotel Conde Luna, porque con él mantenía una cierta amistad y me parecía de lealtad elemental advertirle de que peligraba su puesto de director del Diario. Le encarecí el máximo secreto y él cayó en una incidencia difícil de olvidar –aunque todo se olvida y por supuesto se perdona–, pues corrió a contárselo a miembros del consejo de administración del Diario. Mi dirección del Diario de León quedó en el olvido.

Mas hete aquí que, en otoño de 1985, recibo una llamada de Ángel Panero, el cual me propone dirigir un diario nuevo en León. Los consejeros disidentes del Diario disponían de unos cien millones de pesetas que Servando Torío hubo de desembolsar por los tejemanejes de la adquisición de La Hora Leonesa en que José Martínez Núñez, Antonio Rey, Ángel Panero y otros se quedaron sin periódico, mientras que Torío brilló como reina madre del Diario cuando de La Hora nunca más se supo.

Para dirigir La Crónica puse mis cláusulas económicas y profesionales, que fueron aceptadas por un consejo de administración presidido por Tomás de la Cruz (procedente de agencias publicitarias de Madrid y presidente del Diario de León cuando ese periódico pertenecía a empresas vinculadas a gente del Opus Dei). Nos reuníamos a comer o cenar en el restaurante madrileño Señorío de Alcocer, a dos pasos del hotel Eurobuilding, donde vivía Panero, presidente entonces de la Cepyme (Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa). Allí me presenté un día con más de diez posibles títulos para el nuevo periódico y logré imponer el de La Crónica de León.

Surgen las disensiones

Las primeras disensiones surgieron según dije que con cien millones no había ni para empezar, pues una rotativa nueva valía varios cientos de millones de pesetas, ante lo cual alegaron que habría una pronta ampliación de capital a quinientos millones.

Blindada mi reincorporación a EFE mediante excedencia, convoqué a jóvenes periodistas en el Instituto Padre Isla y seleccioné la redacción, lo cual ocasionó mayor desencuentro con consejeros que pretendían esquilmar la redacción del Diario sin ofrecer remuneraciones atractivas. Los redactores del Diario estaban en unas sesenta mil pesetas mensuales y logré, en cambio, noventa mil para los nuevos de La Crónica.

José María Suárez me advirtió de que se estaba cometiendo conmigo una felonía Los consejeros intentaban que redacción y talleres se ubicaran en una nave que los hijos del constructor Alberto Fernández poseían en Valdelafuente. Más disensiones, pues me opuse por lo lejos que Valdelafuente resultaba para los centros neurálgicos de información y terminamos en el Paseo de la Facultad, junto a la plaza de toros, en locales alquilados a la empresaria Marina Fuertes. Contratamos con la firma madrileña Henche el sistema informático del periódico, al que dotamos de suelo técnico.
Otros roces vinieron porque yo quería hacer un estudio previo de mercado y porque encargué el diseño de la cabecera al pintor Manuel Jular y un consejero vio en el trazado reminiscencias de la hoz y el martillo (Jular tenía fama de comunista). Empecé a tomar nota de lo que iba pasando en una agenda. Las desavenencias aumentaron con la primera nómina, al proponerme que percibiese la cantidad líquida convenida, aunque tributando sólo por el máximo legal y cobrando una parte en negro.

Una rotativa de segunda mano

A mayor inri, la ampliación de capital no se formalizaba y el consejo de administración, lejos de una rotativa nueva, compró una de segunda mano a José Luis Outeiriño, propietario del diario la Región, de Orense. Además y sin que yo me enterara había entrado en el accionariado de La Crónica Santiago Rey, presidente del diario La Voz de Galicia. Mi divorcio de los consejeros de La Crónica quedaba cantado. El único amigo que me quedaba en la gestión del periódico era el gerente de La Crónica, Felipe Santos Pastrana, un tipo serio, enormemente preparado, competente y bueno.

Llegó en camión el montón de hierros de la rotativa de Orense y, para armar aquel amasijo, José Luis Martínez Parra, hijo de Martínez Núñez, llevó unos torneros que no tenían ni idea del arte de imprimir. Así es como, con la rotativa usada de La Región, salió a la calle La Crónica, que dejaba las manos del lector emborrachadas de tinta.

En el ínterin, un día me invitó, en la cafetería Alaska, de la calle de Gil y Carrasco, mi amigo José María Suárez, antiguo alcalde de León y hombre siempre bien informado. Me advirtió que se estaba cometiendo conmigo una felonía –sí, dijo así, felonía–, pues aparte de lo de la rotativa, lo de Santiago Rey y la no ampliación de capital, se andaba negociando a mis espaldas con un grupo de redactores del Diario de León que desembarcaría en La Crónica. Fue el colmo de mi desencuentro con el consejo de administración. Pocos días antes de que La Crónica saliera a la calle, Panero me propuso la llegada de la escuadrilla del Diario a la que, años más tarde, Carlos Suárez, reclutado por mí en las pruebas del Instituto Padre Isla, llamó los de "la OPA hostil". Pedí un aplazamiento de la salida del periódico hasta arreglar la rotativa y recomponer la redacción y comprobé que al consejo de administración le devoraba la prisa. Lo cierto es que ya todo me daba igual y tenía decidido marchame, como les anticipé a Victoriano Crémer, cuya colaboración habíamos contratado para La Crónica, y a Felipe Santos en el bar llamado El Molinillo, de la calle Marqueses de San Isidro.

Previa cena en el Hostal de San Marcos y juerga en la sala de fiestas La Mandrágora –a esta última ni asistí–, por fin, el primer día de marzo de 1986, salió La Crónica de León en las condiciones penosas que he contado. Era el borrón de tinta al final de un parto convulsionado y urgente, distócico.

A los pocos días de salir el periódico, en el restaurante Adonías, de la calle de Santa Nonia, me enfrenté con Santiago Rey, que quería ganar dinero desde el primer número.

El 31 de marzo 1986 se reunió el consejo de administración, que iba perdiendo la confianza en mí, si bien me adelanté y anuncié, sin pelos en la lengua, que asumía la cuota que me correspondía en el fracaso, pero que yo había perdido la confianza en el consejo y me marchaba. Llegamos a un acuerdo de indemnización, que no fue, ni de lejos, todo lo que figuraba en contrato, porque lo que yo quería era escapar cuanto antes.

El resto…, para qué contarlo. Tras alianzas con el Diario 16, de Madrid, y El Mundo, también de Madrid, tras innumerables arreglos y apaños en la rotativa, La Crónica de León terminó por imprimirse fuera de León y cerró a los veintisiete años de haber renacido. Con razones sobradas, muchos periodistas leoneses –servidor no fue invitado– hicieron llantos por La Crónica en el digital Tam Tam Press y en diversas publicaciones.
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