"La arquitectura de Gaudí, dicen que cautiva a los niños y sorprende a la gente sencilla; viéndola, el espectador puede creer que en esa proximidad a los valores de la verdadera arquitectura (autenticidad y sentimiento) radica el mayor éxito de su obras".
Más, esta irresistible atracción de los neófitos por los diseños de Gaudí, no pasaría desapercibida a los arquitectos contemporáneos del genial tracista catalán. Si en el artículo publicado en la LNC (13-02-19) con el título ‘La herencia del lenguaje gaudinista’ (1º Parte), se hizo mención a la primera de las obras, que en la Ruta Gaudí por el noroeste de España llegó a sucumbir a sus encantos, la Iglesia del barrio de San Andrés de Astorga (1897), proyectada por el entonces arquitecto municipal de León Manuel Hernández y Álvarez-Reyero; de la mano de otro joven licenciado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, en cuestión de unos pocos años, esta influencia beneficiosa para la arquitectura modernista (1890-1910) florecería en León.
Manuel de Cárdenas Pastor comenzó a ejercer su profesión en 1900, al lograr la plaza de arquitecto municipal de León. Será, pues, el que proyecte la mayor parte de los inmuebles que materializan el proceso de reubicación de las clases altas en el ensanche, diseñado por Ruiz de Salazar en el año 1889. Cárdenas fue un arquitecto «todoterreno», que manejó con destreza diferentes estilos, aunque los aplicó de forma ecléctica (el máximo defensor de esta tendencia en la arquitectura decimonónica de finales del siglo XIX sería uno de los padres del Modernismo catalán, Lluís Domènech i Montaner, quien publicó en La Renaixença (1878) el artículo titulado: ‘En busca de una arquitectura nacional’).En este contexto, no es de extrañar, que conociendo la obra de Gaudí en León y Astorga, Cárdenas –haciendo un guiño a la Casa Botines– planteara en el proyecto presentado a concurso nacional para la ejecución de un edificio de Correos y Telégrafos, publicado en la Gaceta de Madrid el 31 de agosto de 1911 (una vez que ese año se hubiera conseguido «el tendido del hilo telegráfico directo con Madrid»), «un revivalismo medievalista, con superposición de elementos distorsionantes, que entran en contradicción con el aire más cosmopolita del premodernismo que subyace en el diseño». (León. Casco Antiguo y Ensanche. Editado COAL). Por su aspecto de castillo medieval y el revestimiento exterior «a base de piedra caliza griotte, de la montaña leonesa, con labra en bruto, asumiendo la expresividad natural dimanada de las características propias del material, que ya había utilizado acertadamente Gaudí» (Ibídem), se puede afirmar que la herencia del «lenguaje gaudinista» germina en la capital.Por otro lado, en el plazo relativamente breve, entre 1900 y 1925, se iba a producir en León el fenómeno social de traslado y consolidación de la Avda. de Ordoño II, principal arteria generadora del Ensanche. Manuel de Cárdenas –primero como arquitecto municipal, y desde 1914 ejerciendo de arquitecto provincial, al optar a la plaza dejada por el emblemático arquitecto Francisco Blanch y Pons– es quien proyecta gran parte de los inmuebles. Casado con la leonesa Carmina Fdez. Guisasola, de inmediato es aceptado por la alta sociedad leonesa y le llueven los encargos. En 1912 realiza las trazas del edificio de viviendas cuyo promotor es Felipe González Lorenzana (Casa Lorenzana), sito en el nº 4 de Ordoño II.Este edificio tiene una fachada con decoración modernista (sezessionismo vienés) que tiene la peculiaridad de poseer una torrecilla con una cubierta cónica revestida de trencadis policromado; sin duda, uno de los primeros ejemplos conocidos de esta aplicación decorativa, dentro y fuera de Cataluña. Los arquitectos modernistas ya eran aficionados al uso de baldosas cerámicas, pero fue Antoni Gaudí quien propuso un sistema que se consideró inédito: el «trencadís». El ‘trencadís’ (término de la lengua catalana que podría traducirse como troceado o ‘picadillo’) es un tipo de aplicación ornamental del mosaico a partir de fragmentos cerámicos –principalmente azulejos– unidos con argamasa; que luego sería habitual y característico en la arquitectura modernista catalana. Relata una anécdota de la vida del artista, que Gaudí fue al taller de Lluís Brú y al ver como colocaban las piezas, agarró una baldosa y una maceta y rompiéndola exclamó: «A puñados se tienen que poner, si no, no acabaremos nunca».
Esta sutil inspiración le pudo llegar por el conocimiento de los operarios (contratistas, maestros de obras y artesanos) que colaboraron con Gaudí en sus dos obras en la provincia de León, y que se quedaron a vivir en estas tierras, o quizá por simples referencias fotográficas. De hecho, el arquitecto catalán fue el primero en aplicar esta solución sencilla, pero genial, a la hora de recubrir superficies esféricas, en el revestimiento de la cúpula del llamador y las chimeneas de la portería de la Finca Güell (año 1884). A partir de aquí, son muchos los ejemplos que el lector puede hallar en la ciudad Barcelona; siendo quizá la de mayor aceptación al gusto popular el trencadis que se puede contemplar en el Parque Güell o en las casas Batlló y Milà.
Llegados a este punto, es preciso reconocer que la semilla sembrada por Gaudí en el modernismo leonés dio sus frutos en un breve espacio de tiempo; estos no son otros que las tres tendencias-manifiesto (acervo naturalista, tradición geométrica y visión postgótica) que se recoge en el libro de historia del arte ‘La herencia del lenguaje gaudinista. Gaudí y la arquitectura contemporánea española’ (Editorial CSED,2013). Más, ¿por qué Gaudí fue olvidado y luego reivindicado a mediados del siglo XX? La respuesta quizá esté en que «a Gaudí se le sitúa erróneamente en el Modernismo por simple comodidad cronológica, sin que su arquitectura, derivada directamente de la geometría de la Naturaleza, se despegue totalmente del encantador pero fatuo estilo modernista. Al Modernismo se le sitúa dentro de la Belle Époque, mientras que a Gaudí, por su independencia de toda escuela y estilo, debería colocarse en una hors époque» (Joan Bassegoda). Ciertamente, Gaudí siempre estuvo «fuera de su tiempo», al ser intemporal.
La herencia del ‘lenguaje gaudinista’ (2ª parte)
Por José María Fernández Chimeno
26/02/2020
Actualizado a
26/02/2020
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