La leonesa quemada viva para 'divertirse'

Charo Endrinal fue quemada viva en un cajero de Barcelona por tres jóvenes, unos días antes de la Navidad de 2005, ahora se cumplen quince años de aquel "juego macabro" y cruel

Fulgencio Fernández
20/12/2020
 Actualizado a 20/12/2020
charo-endrinal-20122020.jpg
charo-endrinal-20122020.jpg
Eran los días previos a la Navidad de 2005, esta semana se cumplieron 15 años, y todos los medios se hicieron eco de una de esas noticias que indigna tanto como horroriza: «Una mujer quemada viva en un cajero de Barcelona». Y no había ni un ápice de exageración, fue tal cual. Y causaba más indignación saber los motivos de los tres jóvenes (de 17 y 18 años de edad): Por entretenerse, un juego.

El relato de los hechos era tremendo; así lo contaba Arturo San Agustín, que escribió un libro titulado La noche que quemaron a la mendiga:  «La brutal agresión que sufrió parece servida en capítulos. La cámara de seguridad primero vio cómo dos jóvenes -Ricard Pinilla y Oriol Plana, 18 años entonces- se mofaban de ella. Le arrojaron una naranja. Luego, una botella de Coca-cola. Y un cono de los que se usan para señalizar el tráfico. Rosario logró echarlos de su cajero pero los gamberros volvieron. Venían acompañados de un menor -Juan José M.,17 años aquella noche-, quien portaba un bidón con 25 litros de disolvente con el que la rociaron. Enseguida las llamas deslumbraron el objetivo que ya lo había filmado todo».

Gracias a la filmación del cajero y a las fotos tomadas por Benjamín, el propietario del bar Alicia al que solía ir Endrinal, la policía pudo detener en poco tiempo a los tres jóvenes, que la habían quemado por diversión pero, se justificaban en el juicio, «es verdad que se nos fue la mano».

La noticia causó conmoción en toda España, se convirtió en un símbolo, pero aún más en León cuando se conoció su origen leonés, la historia de una familia emigrante, de una joven culta y estudiosa, triunfadora, a la que un día la vida se le torció y entró en una cruel espiral que desembocó con esta mujer convertida en una mendiga, a veces con abrigo de visón, después de estar atrapada en el alcohol y el dolor.

Los padres de Rosario Endrinal, un leonés que trabajaba en una multinacional cervecera y una maestra vallisoletana, decidieron emigrar a Cataluña, donde en aquellos años 50 había tanto trabajo como posibilidades de futuro. Charo fue una buena estudiante, hizo bachillerato y secretariado hasta convertirse en secretaria de dirección de una cadena de alimentación y le gustaba leer poesía, estudiar idiomas, escribir relatos cortos y escuchar a Jacques Brel.

Hasta que llegó unacomplicada historia de amor, con un francés, alto directivo de la empresa en la que trabajaba. Lo dejó todo —tenía una hija— y se fue a Francia pero Charo fue abandonada y regresó a Barcelona, donde vivió un auténtico calvario, cuyos pasos van en paralelo a las imágenes que delatan su deterioro físico. La bebida agravó la situación, pasó por un centro psiquiátrico y finalmente la calle se convirtió en su habitat natural, donde a veces contaba historias de sus años dorados...los cajeros era el lugar más habitual para dormir. «Cuando el francés la abandonó, ella regresó a Barcelona y todos le dieron la espalda», explica al abogado Luis Riera, antiguo ‘novio’ de Endrinal.

Cuenta Arturo San Agustín en su libro que «la noticia, facilitada pocos días después de su muerte por uno de sus compañeros sentimentales, de que Rosario iba enfundada en un abrigo de visón la primera noche que se echó a la calle -tardaron minutos en robárselo- quizás desfiguró su verdadera personalidad. Rosario no pertenecía a la alta burguesía barcelonesa como se creyó entonces. No era una princesa ni una guapa adinerada», era hija de emigrantes, como ya se ha dicho.

Las imágenes del cajero muestran a una Rosario Endrinal que se defendió con gran coraje, se enfrentó a los tres jóvenes. La calle endurece y no era la primera vez que se enfrentaba a la muerte e, incluso, lo había contado en un programa de TVE, era la historia de un naufragio al que sobrevivió. «Pero no pudo evitar ese horror lento y sufriente que acabó con su vida».

Tenía 50 años y el citado Luis Riera explicaba a los medios de comunicación: «Charo no era una mendiga. Era una señora. Incluso con sus andrajos, estando sucia y sin dientes, esa mujer seguía siendo una dama».
Archivado en
Lo más leído